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domingo, 12 enero, 2025
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SI LA POLÍTICA FUERA DE IDEAS…

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Por: LUCÍA MEDINA SUÁREZ DEL REAL •

Si la política fuera más campo de batalla de ideas, que escenario teatral con actores en pugna por la obtención de cargos, no veríamos plagas de chapulines en cada elección en busca del barco mejor posicionado.

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También sería más sencillo conciliar, por paradójico que suene, porque al menos habría un terreno común de discusión; el debate sería útil y con algo de conciencia y madurez los acuerdos serían posibles.

Sería imprescindible, eso sí, la conciencia de que la política es terreno de lo posible, que en ella no hay manera de ganarlo ni perderlo todo, y que por su propia naturaleza difiere del activismo, aunque se parezcan y a veces se baile en ambas pistas. 

Si la racionalidad y la congruencia fueran la norma en la política, habría mayor posibilidad de aplaudir lo que está bien, aunque lo hicieran los contrarios, y matizar en lo que se difiere, aunque lo hicieran los propios. 

Habría, para empezar, claridad en eso que llamamos contrarios y compañeros.

Si esto fuera la costumbre, la reacción de la oposición ante los embates trumpistas habrían sido de mucha más altura. Y no estos devaneos convenencieros en los que un día se critica la firmeza y se exige diplomacia y sutileza, y al otro, frente al diálogo, se acusa derrota y servilismo.

Habría, como ya lo dijimos, claridad sobre la trinchera que nos corresponde, porque como nos enseñó Vicente Guerrero, “la patria es primero”, como honró también Andrés Manuel López Obrador cuando cerró filas con el entonces presidente Enrique Peña Nieto, en el primer periodo de gobierno de Donald Trump y su respectivo embate. 

En contraste, ahora que la situación política mexicana cambió, algunos opositores que rayan en la caricatura publican que “Trump es la esperanza de México” y otros, con más seriedad y por lo mismo más peligrosidad, llaman a declarar terroristas a los cárteles de la delincuencia organizada con el ánimo de facilitar tentaciones invasoras, o cuando menos complicarle la política interna a quien asumen su adversaria. 

Si no estuviéramos hablando del mismo grupo político que inició la mal llamada “guerra contra las drogas” que pretendió legitimar el gobierno de Calderón con litros de sangre, podría pensarse que se trata de un asunto de afinidad ideológica con el estadounidense. 

Podría suceder. Hay personajes tan icónicos de determinada ideología, que la simpatía con ellos puede ser superar a la de ser connacionales. 

Es claro que no es el caso. Por el contrario, fuera de las coincidencias conservadoras contra la agenda progresista, hay profundas diferencias entre sus apoyadores de ocasión y Trump, en particular en materia económica. 

No hay pues en esos gestos, respaldo alguno al discurso soberanista de Trump, sino una suicida pequeñez política que no tiene más manifestación que la volatilidad retórica. 

Tampoco se trata de abogar por mantener posiciones inamovibles que confundan congruencia con necedad porque no se adaptan a la realidad (siempre cambiante) ni evolucionan tal cual lo hace el mundo. Esta actitud tampoco permitiría ni el diálogo ni la conciliación de la que hablábamos inicialmente.

Si la realidad se modifica, y la tierra gira, las opiniones y posiciones ideológicas tienen derecho (y quizá incluso la obligación) de hacerlo también. 

Y distinguir entre una evolución auténtica y un bandazo convenenciero no sería difícil si estuviéramos acostumbrados al debate público y a la exposición de las ideas. 

Pocos ejemplos tenemos de ello, pero la semana pasada tuvimos uno de calidad: a través de su cuenta de X (antes Twitter) el senador de Morena Javier Corral explicó su voto en contra de la desaparición de órganos autónomos. 

No pretendo centrarme aquí en el sentido de su posición, sino en la altura de sus argumentos, muy lejana a lo que vimos en todos estos meses de discusión sobre el tema. 

Muestra similar había dado ya en estas tierras el académico Ernesto Villanueva durante su conferencia magistral en la Semana Nacional de Transparencia. Con posición crítica a la reforma, este especialista en la materia estuvo lejos de la inmolación histriónica que predominó en otros actores con menos méritos y conocimiento en el asunto. 

En la ausencia de argumentos sin fatalismos, solo nos quedan para la anécdota los dislates verbales histriónicos que les ganan a los actores políticos reflectores de un día. Poco, sin duda, pero suficiente para mantenerse en el barco que les conviene hasta que sea tiempo de otra chapuliniza. 

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