Desde hace semanas se multiplicaron las señales de que Lula volverá a ser elegido presidente de Brasil. Las dudas solo se referían a si sería elegido en primera o segunda vuelta. De acuerdo con la legislación electoral brasileña, para ganar hoy, Lula requería la mitad más uno de los votos válidos. De acuerdo con los reportes de las últimas encuestas publicadas en la última semana de septiembre, Lula estaba más cerca que nunca, mientras que Bolzonaro aparecía estancado en 35%. Durante la última semana, Lula habría crecido unos 2.5 puntos, lo que equivale aproximadamente a sumar entre 3 y 4 millones de votantes a sus filas. A la luz de la evolución del apoyo a otros candidatos, Lula atrajo más indecisos y electores de Ciro Gomes, que disminuyó 1.2 puntos en los últimos 7 días. Los reportes de las encuestadoras parecían indicar que los trasvases entre los punteros eran poco probables, debido a que el electorado se polarizó entre dos polos ideológicos y políticos, lo que también afectó a los aspirantes más débiles.
Así pues, el escenario más probable parecía ser que Lula estaría cerca o incluso por encima de esa ansiada mitad más uno de votos: asumiendo que la mayoría de los votantes indecisos lo harían por Lula, éste llegó a la jornada electoral al borde del objetivo de victoria en primera vuelta. Para ganar, Lula requería un empuje adicional de abstencionistas o fugas de candidaturas centristas, lo que no ocurrió, pues aunque ganó la primera vuelta, no logró la votación necesaria.
A quienes aún plantean dudas sobre si Lula hará un gobierno democrático, les haría bien recordar que antes de ganar en 2006 perdió tres elecciones presidenciales, sin cuestionar nunca sus resultados. Ganó y gobernó siempre democráticamente. Convivió perfectamente con otros poderes de la república y con los medios de comunicación, que siempre se opusieron fuertemente a su gobierno. Lula construyó condiciones para el triunfo democrático de su sucesora, Dilma Rousseff, quien fue relegida y no pudo gobernar en el nuevo mandato, sólo porque se montó un golpe de Estado judicial (Lawfare) reconocido ahora hasta por el Poder Judicial, admitiendo que no hubo irregularidades contables, la excusa que se usó para destituirla. El propio Lula fue arrestado, acusado sin fundamento legal e inhabilitado para ser elegido nuevamente en 2018. A pesar de ser inocente, Lula se presentó ante la policía, aceptó la detención y demostró su inocencia en los 26 procesos que sufrió. Salió libre, rescató sus derechos políticos, volvió a postularse para presidente y ahora está cerca de volver a triunfar. Todo democráticamente. Nadie tiene una trayectoria tan democrática como Lula.
Lula ha mantenido una continuidad impresionante en sus propuestas y en sus planes de gobierno. Siempre defendió la democracia, la practicó y luchó contra la dictadura como ahora lucha por la restauración de la democracia. Está comprometido a luchar incansablemente contra las desigualdades sociales y regionales, priorizar las políticas sociales, la distribución del ingreso, la generación de millones de empleos formales aumentando los salarios siempre por encima de la inflación. Lula siempre ha defendido los derechos de las mujeres, los pobres, los negros, la comunidad LGBT, a los más frágiles y a los más necesitados. Siempre propuso y practicó conversaciones y negociaciones para solucionar los problemas del país. Por eso Lula volverá a ser elegido con el apoyo masivo de mujeres, pobres, negros y jóvenes.
Durante esta campaña presentó nuevas propuestas: una reforma fiscal que grava a los más ricos para instaurar sus programas históricos y combatir las desigualdades sociales y regionales en Brasil, retomar la centralidad de las políticas sociales: educación, salud y asistencia social para impulsar la reanudación del crecimiento, ya que el Estado brasileño está en bancarrota. El programa de Lula tiene dos ejes fundamentales: la restauración de la democracia en Brasil y la reanudación de las políticas económicas antineoliberales.
El posible regreso triunfal de Lula sería el tiro de gracia a la estrategia derechista del Lawfare o guerra judicial, instrumentada ante la ola de gobiernos de izquierda en Sudamérica, que caracterizó a esa región desde finales del siglo XX, para cambiar la correlación de fuerzas. Se puede hablar del Lawfare como una estrategia que busca, mediante la combinación de operaciones judiciales, mediáticas, políticas o económicas, la reconfiguración de la geopolítica hemisférica. Si en décadas precedentes los golpes de Estado clásicos sirvieron para impedir que la izquierda gobernante desplegara su agenda política desde las instituciones o, incluso, llegara a ocuparlas, el Lawfare cumplió la misma función, pero amparándose en la legalidad y manteniendo las apariencias democráticas.
En el México de hoy, la oposición derechista y corrupta utiliza el mecanismo con las peores empresas mediáticas, periodistas y jueces corruptos, buscando la destrucción de la reputación de AMLO, creando narrativas que aparenten ser verdad para construir un caso judicial con amplio apoyo medíatico. Así fue el caso del desafuero de AMLO, impulsado por Fox y por los diputados del PRI y el PAN en 2005, que no surtió sus efectos porque Fox reculó ante la movilización popular, pero que, como él mismo lo confesó poco después, se desquitó con el fraude de 2006. En estos tiempos se difunden calumnias y medias verdades para debilitar al gobierno federal e impedir que avance la 4ª Transformación en el tercio que falta del mandato de AMLO.
Por otra parte, hasta hoy existe evidencia suficiente para concluir que los poderes que utilizan a Claudio X. Gonzalez y, en un nivel de operador, a Carlos Loret, no confían en el voto popular para destituir a AMLO o ganar el 2024, y buscan crear el escenario para que actúe un juez inescrupuloso con gran apoyo mediático. Tengamos siempre presente el perverso mecanismo denominado Lawfare.
