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jueves, 28 marzo, 2024
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Periodismo cultural

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Por: JÁNEA ESTRADA LAZARÍN •

Editorial Gualdreño 525

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Hacer periodismo cultural es algo apasionante, lo confirmo mientras leo el inicio del libro Historia del periodismo cultural en México, de Humberto Musacchio, editado por el CONACULTA en 2007, y que, gracias a una labor de una intensa búsqueda, llegó a mis manos gracias también a los buenos oficios de Roberto Galván, de la librería Educal, quien me ayudó a conseguirlo -se dio a la tarea de encontrarlo en los inventarios del almacén en CDMX-. El libro es una belleza de inicio a fin, pero los datos que aparecen al principio son de lo más interesantes: el autor comienza tratando de rastrear quién fue el primer impresor que llegó a México, probablemente fue un personaje llamado Esteban Martín; de lo que sí hay certeza es que “en México, la historia comprobable de la imprenta, empieza con la llegada, en septiembre de 1539, del italiano  Giovanni Paoli, quien castellanizó su nombre para quedar en Juan Pablos, como hasta hoy lo conocemos”.1

Fue en esos talleres en donde comenzaron a imprimirse las primeras hojas, volantes, relaciones y traslados, que contenían noticias de interés para los habitantes de este lugar del mundo; desde el siglo XVI entonces inició el periodismo en nuestro país y en aquellas incipientes notas sin periodicidad publicadas encontramos el antecedente de lo que hoy hacemos en periódicos, revistas, blogs, vlogs, televisión y redes sociales. A aquellas hojas sueltas con noticias le seguiría, en el siglo XVII, de acuerdo con lo que afirma Musacchio, la folletería seriada que se publicaría periódicamente a partir de ese siglo y en la que destacarían las notas de don Carlos de Sigüenza y Góngora “cuyas crónicas encierran una tensión muy propia del periodismo y cumplen una labor noticiosa”2; dos palabras llaman mi atención poderosamente: tensión y noticia. 

En el periodismo cultural, sobre todo, hay una tendencia a la narrativa más estilizada, menos cruda y dura que la utilizada para otro tipo de periodismo más técnico, pero siempre debe estar permeada de honestidad y ética. Poco abonan las críticas destructivas, las palabras utilizadas con saña para denostar el trabajo de los creadores, artistas y protagonistas de la escena cultural; como también en poco contribuyen al desarrollo cultural y artístico las palabras llenas de zalamería y adjetivos calificativos exagerados para tratar de “beneficiar” lo que de entrada no tiene por qué defenderse con notas: los resultados hablan por sí solos. 

Hago esta última reflexión porque en el libro que leo ahora, se habla también de la agudeza y objetividad crítica de Sigüenza y Góngora y porque en días pasados me acompañaron en la clase de periodismo cultural para jóvenes -un taller organizado por la Coordinación Nacional de Literatura del INBAL y que imparto desde hace unas semanas-, dos compañeros colaboradores de La Gualdra: Carlos Belmonte Grey, especialista en cine; y Armando Salgado, en el área de poesía. Con ambos abordamos también el tema de la crítica y con los dos coincidimos en que, aunque hace falta que la crítica exista en aras de contribuir a que los productos culturales tiendan siempre a la calidad, hay espacios para todo; y tal vez en y desde la academia sea más pertinente que este tipo de textos críticos se den paulatinamente.

Dice Carlos Belmonte que, por ejemplo, en el mundo del cine se producen tantas películas cada año, que él le da preferencia a hablar solo de aquellas que considera son recomendables, las que él quisiera que viera la mayor parte de la gente que lo lee y que no le destinaría tiempo a abordar aquellas que simplemente no le gustan o que considera “malas”; por su parte, Armando Salgado, en esta labor de mapeo que está realizando en todo el país para identificar y entrevistar a jóvenes poetas talentosos, ha optado por hablar del trabajo de poetas -hombres y mujeres- cuyo trabajo realmente le impacte. Hablemos de cosas buenas pues, dijimos todos.

Inicié este comentario diciendo que el periodismo cultural es apasionante y para reafirmarlo cierro compartiendo la emoción que me da tener -en el grupo que he mencionado anteriormente- a jóvenes tan interesados en establecer vasos comunicantes entre el arte, la cultura y la sociedad; una labor complicada y llena de retos, y sin embargo, lo suficientemente motivadora para que ellos, los más jóvenes, sigan en pleno siglo XXI el ejemplo de José Ignacio María de Castorena Ursúa y Goyeneche, periodista zacatecano que abordara desde el número 2 de la Gaceta de México -publicada por vez primera en 1722-, la primera nota periodística relacionada con arte y cultura. De él hablaremos después. 

Que disfrute su lectura.

1 Musacchio, Humberto, Historia del periodismo cultural en México, CONACULTA, México, 2007, p. 19.

2 Ibídem, p. 20.

Jánea Estrada Lazarín

[email protected]

https://issuu.com/lajornadazacatecas.com.mx/docs/la-gualdra-525

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