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lunes, 21 abril, 2025
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Sobre la era de la ebullición global

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Por: José Luis Pinedo Vega •

El secretario de la ONU, António Guterres, declaró, el pasado jueves 27 de julio 2023, que “…ya pasó la era del calentamiento global y ahora entramos en la era de la ebullición…” dando cuenta de la preocupación de que, en muchas regiones del mundo, la temperatura ambiente haya sobrepasado los 50°C este mes de julio. El sentido del anuncio fue propiamente de resignación porque de aquí en adelante se repetirán temperaturas de ese orden de magnitud en muchas regiones del mundo, y ahora, por lo que hay que luchar es por evitar que sigan aumentando. Así, la alerta sobre los cambios climáticos de la Cumbre de Río de Janeiro en 1992, y luego las medidas promovidas por el protocolo de Kioto -que entró en vigor en 2005 y fue suscrito por 180 países- fueron un rotundo fracaso. 

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El problema fue incumplimiento. Representantes o gobiernos de la mayoría absoluta de los países del mundo se comprometieron, COP tras COP, a reducir sus emisiones. Sin embargo, no lo hicieron, evadieron el compromiso, y/o no tienen influencia en la sociedad, y/o nunca tuvieron la intención de reducir las emisiones. Puede haber infinidad de justificaciones. Ciertamente, una cosa son los gobiernos -que dicho sea de paso en la realidad, no influyen en la conducción de la sociedad, sino al revés, tienden a complacer a la sociedad- y otra la economía mundial, que realmente es independiente de los gobiernos y tiene una inercia inamovible. 

El mal ya está hecho y es irreversible. La mayoría absoluta de las emisiones liberadas a la atmósfera, tardarán desde cientos y hasta miles de años en descomponerse, y revertir la situación es imposible. La reforestación, por ejemplo, es totalmente insuficiente, porque los árboles y las plantas no son aspiradoras; solo procesan por fotosíntesis el CO2 que está al alcance de las hojas y no tienen capacidad de destruir ningún otro de los gases de efecto invernadero (GEI) – metano, N2O, cloro-fluoro-carbones- los cuales tienen mayor poder de recalentamiento que el CO2. 

La necesidad de descarbonizar la energía, y para ello, la esperanza de que sea, a través del incremento de las energías renovables -energía eólica y solar-, aunque esté en boca de todos, no es más que retórica, demagogia, o simplemente una utopía. Porque la realidad es que el desarrollo de las fuentes renovables tiene limitaciones físicas insalvables, tantas que, a pesar de subsidios billonarios, solo aportan el 6.75% de la energía que se consume en el mundo. 

Los combustibles fósiles aportan el 82.3% de la energía que se consume en el mundo. El 17.7% restante lo aportan fuentes limpias; 6.7%, la hidroelectricidad; el 4.25%, la energía nuclear, y el 6.75%, las energías “renovables”.

Basta entonces con hacer comparaciones para darnos cuenta de los retos. Si las fuentes limpias en conjunto aportan 17.7% de la energía, para ser alternativas deberían multiplicarse por 4.7; esto, sin proyectar las necesidades a futuro. Se dice fácil, pero realmente es imposible. 

Para cada una de esas fuentes hay requerimientos específicos. Una nueva hidroeléctrica, con todo lo que implica, requiere un afluente con caudal suficiente y una cuenca. Si ese no fuera el problema, habría que tomar en cuenta las consecuencias de inundar una enorme superficie territorial. Habrá que planear y proyectar la obra civil, tener o contratar la maquinaria, garantizar el suministro de acero, cemento, grava, construir la presa… Al mismo tiempo, habrá que contratar y mandar fabricar las turbinas… Y hay que tener presente que no hay muchos proveedores en el mundo. Luego, habría que asegurar la colocación, instalación, pruebas, vinculación a red… 

Las lluvias torrenciales que están asolando el planeta, resultado de los cambios climáticos, sugieren que la construcción de obras hidráulicas traería un triple beneficio. Permitirían generar electricidad, almacenar agua y limitar los desastres que producen las inundaciones. El único problema es que las obras son titánicas, no pueden hacerse de un día para otro y el potencial hidroeléctrico no es tan grande como podríamos esperar.

Por su parte, la energía nuclear representa un problema similar. Si actualmente hay en operación, en el mundo, del orden de 400 reactores nucleares, se necesitarían 7760 reactores más tan solo para multiplicar por 4.7 la capacidad actual. Pero esto no se puede hacer de la noche a la mañana. Se requiere lo mismo, planear, proyectar, construir, contratar la construcción de los reactores y las turbinas, y la fabricación de los combustibles nucleares, que tal vez sea la limitante más grande, puesto que no hay suficiente uranio explotable ni muchas fábricas de combustibles en el mundo. Se están construyendo 57 nuevas plantas nucleares, China, el líder, está construyendo 17 de ellas.  A ese ritmo, llegar a 7760 es ¡imposible!

Conclusión, no hay alternativa. Sin embargo, el mundo se tiene que seguir moviendo y seguirá necesitando energía y la mayormente disponible proviene de los combustibles fósiles. Entonces seguirá deteriorándose el planeta. La única forma de evitarlo sería no utilizar energía; cosa que es imposible. Una solución parcial implica el reducir enormemente el consumo y la obligación primordial de los países desarrollados. Por supuesto, esto implicaría que la pretensión de crecimiento económico pasara a segundo plano porque es la causa de la sobreproducción de mercancías, del despilfarro de recurso naturales, de contaminación y sobreacumulación de gases de efecto invernadero y de los cambios climáticos. Por tanto, al crecimiento económico debiera quitarse el carácter de dogma de fe, y en contraparte, debiéramos reconocer la necesidad de decrecimiento y reducción del consumo no básico. Ello, sin duda, requiere modificar la conducta y el pensamiento humano. Difícil, pero necesario.

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