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viernes, 19 abril, 2024
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Los otros: el infierno

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Por: LUCÍA MEDINA SUÁREZ DEL REAL •

Las vacaciones que recién concluyen parecen resumirse para los zacatecanos en una frase sartriana: “el infierno son los otros”.

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El tráfico, la muchedumbre, la falta de agua, y todos los bemoles del Festival Cultural y del Centro Histórico de Zacatecas se ven aumentados por la cantidad de turistas que llegaron a Zacatecas en estas fechas dejando una derrama económica cercana a los 60 millones de pesos.
Buscando aumentar esos ingresos, este año se lanzó el programa Hospitalidad Zacatecana, con tres vertientes: Transportación, Servicios y Entretenimiento.

Fue en esa última donde se generó la polémica, porque consistió en dejar una zona de gradas en plaza de Armas para que los turistas accedieran a ella sin necesidad de formarse en los conciertos estelares del Festival Cultural.

Esta medida, a pesar de que el bloqueo terminaba a los 15 minutos de iniciado el concierto, y de tratarse de la zona más lejana al escenario, generó mucha molestia al considerar que marcaba diferencias entre turistas de primera (los que podían acceder a la pulsera por estar hospedados en hoteles participantes) y los de segunda, los que durmieron en hoteles que no participaron, en Airbnb o con familiares o amigos.

Bajo esa lógica, en segundo lugar también quedaban los zacatecanos que encuentran en el Festival una de sus pocas vías de acceso a ese tipo de eventos, y que consideran que son sus impuestos y su día a día lo que financian festivales como el que apenas concluye.

Para quienes tenemos la fortuna de haber crecido en Zacatecas, de conocer a grandes rasgos su forma de pensar y su carácter, pudiera causar extrañeza que comiencen a escucharse comentarios que reflejan rechazo al turismo, que en lo general siempre ha valorado nuestra hospitalidad y cortesía.

No obstante, esa extrañeza no llega porque también hemos percibido un hartazgo cada vez más evidente debido a que la ciudad cada vez se siente menos nuestra y más de nadie.

El Centro histórico es cada vez más dinero y menos vida, porque vivir en él es imposible para algunos por el precio de las rentas y ventas de sus fincas (que se estiman hasta en 20 mil pesos el metro cuadrado); y para otros es una pesadilla, porque hacerlo implica aceptar dormir con los estruendos de los bares, salir por la mañana esquivando orines y vomito de borrachos, cocheras invadidas, y recorrer largos trayectos para comprar los productos de uso cotidiano, porque la mayoría de los giros comerciales son bares, restaurantes, tiendas de dulces típicos y souvenirs.

Al Centro Histórico suele pensársele desde el turista, no desde el ciudadano; desde el comercio y no desde la calidad de vida, y la irritación que esto ha generado empieza a notarse, y por momentos rebasa la más elemental tolerancia.

Pero si los visitantes con dinero son incómodos, los que no lo tienen son aún peor.

¡Quién lo diría! En esta tierra de migrantes, resultaron incómodos los 160 centro y sudamericanos que buscaban llegar a Estados Unidos que fueron asegurados en Fresnillo, y albergados en la Unidad Deportiva de Colinas del Padre.

Ni siquiera la cercanía con las fiestas cristianas donde se habla de amor al prójimo, y del sacrificio de Jesús, nos libraron de las quejas de algunos que consideraron un atropellos que se invadiera su cancha de tenis, fútbol o basquetbol, con colchonetas en el piso que permitieran dormir bajo techo a decenas de personas que huían de la pobreza.

Afortunadamente fueron los menos, porque no faltaron vecinos de la propia colonia, además de ciudadanos en general, que llevaran leche en polvo, comida, o dulces para los migrantes entre los que se encontraban menores de edad muchos de ellos viajando solos.

No obstante, fueron los suficientes para poner el tema en la palestra pública con opiniones en ambos sentidos.

En los dos casos citados el “infierno de los otros” duró unos cuantos días por su condición de visitantes, pero eliminado ese “enemigo”, ese “otro” se vuelve ese que sigue en nuestro círculo periférico: el de la colonia de a un lado. Basta ver el creciente número de solicitudes (y a veces ni eso) para hacer privadas las calles.

Ese escenario contrasta con lo habitual que es escuchar hablar de la necesidad de “recomponer el tejido social”, eso que parece ser el nuevo mantra luego de aquel gastado “el cambio está en uno mismo”.

¿Qué estamos dispuestos a hacer para que eso suceda? ¿Hay posibilidades de ello si nos parece una ofensa sacrificar por una semana nuestro cancha de tennis?

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