La Gualdra 634 / 110 Años / Dossier Cortázar
Dejemos de lado que escribió una de las novelas más atípicas y deslumbrantes de su época, y que llevó el género del cuento a una de las cumbres en Latinoamérica; también, que creó mecanismos, artilugios, divertimentos y en general vías poco exploradas para llegar a la literatura, y que nos acercó a lo fantástico como un sentimiento de extrañeza. De esto se ha hablado y se hablará. Pero pongamos esta vez la mirada sobre Julio Cortázar, el amigo.
Al leer Las cartas del Boom (Alfaguara, 2023) me he preguntado sobre el significado de la amistad para el escritor argentino. En este libro se muestra la correspondencia entre los cuatro más conocidos de dicho movimiento: Carlos Fuentes, Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa y el autor de Rayuela. Ordenadas cronológicamente, el diálogo epistolar expone a los escritores como perfectos personajes de una novela que formó el tiempo y la escritura de un autor invisible, omnisciente, quien, con admirable malicia, colocó los elementos idóneos para ahondar en las diversas psicologías.
No me asombró reconocer, por ejemplo, un Fuentes con la ambición de generar un grupo literario que repuntara en Europa jactándose de “lo latinoamericano”, ni darme cuenta de que García Márquez lidiaba con el dinero mucho más que los otros tres, ni que Vargas Llosa fuera alguna vez un escritor de izquierda comprometido con el presente, sino hallar en Cortázar un espíritu generoso hacia sus contemporáneos, espíritu que le permitía verlos a través de diferentes catalejos, según la ocasión; es decir, leerlos sin eufemismos.
Es 1958 y Fuentes, ávido de opiniones, le envía La región más transparente. Cortázar la lee y le escribe: “Usted ha incurrido en el magnífico pecado del hombre talentoso que escribe su primera novela: ha echado el resto, ha metido un mundo en 500 páginas, se ha dado el gusto de combinar el ataque con el goce, la elegía con el panfleto, la sátira con la narrativa pura […] Pero, Carlos, salvo para los que conocen como usted su México, todo el comienzo del libro, con sus entrecruzamientos, sus flashbacks, sus asomos de personajes rápidamente escamoteados hasta muchas páginas después, provocan no poca fatiga y exigen una cierta abnegación del lector para salir finalmente adelante”.
En otra carta (1962), Cortázar diría, quizá con fina ironía, que esa novela “sigue siendo un recuerdo imborrable”. Sin embargo, como si fundara una tradición, más tarde Fuentes le envía también La muerte de Artemio Cruz. En la misiva de respuesta, el cronopio mayor comienza con un listado de virtudes que ha encontrado en sus otras obras, para llegar a lo siguiente: “Todo el libro está lleno de momentos magníficos; no sé por qué la novela en sí no me ha conmovido. ¿Te noto demasiado atento a los problemas técnicos? Hay algo de gran laboratorio en tu libro; buscas (y muchas veces encuentras), ensayas formas, enfoques, ataques. La técnica de los pasajes en primera y en segunda persona, por ejemplo, se me antojó a veces demasiado mecánica, con una repetición cada tantas páginas que le quitaba fuerza. Pero en el fondo lo que quizá no me atrapó plenamente es la imagen misma de Artemio Cruz”.
Cortázar tenía claras las intenciones del Boom. No por nada al recibir invitaciones a encuentros o congresos por parte de alguno de los ya mencionados, él prefería quedarse recluido en su casa: “es una cuestión carácter, de querer seguir solo y al margen”. Esta postura no lo privaba de pensar en sus contemporáneos, en sus obras como fuentes de reflexión. Para Cortázar, la amistad estaba estrechamente asociada a la crítica. Quien te critica con sinceridad, parece decirnos, te lee mejor que nadie. Un amigo, por tanto, era ser leal a la literatura, a la belleza, a la verdad. Y él, mejor que nadie, sabía serlo.
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Roberto Abad (Cuernavaca, 1988) es escritor y músico. Estudió Ciencias de la Educación (UAEM). Algunos cuentos suyos se encuentran publicados en antologías y medios nacionales e internacionales como la revista española Quimera y The South Carolina Review, y ha sido traducido al francés y al portugués. Fue becario de la Fundación para las Letras Mexicanas en el área de narrativa en 2018 y actualmente lo es del Fonca. Ha publicado el libro de cuentos brevísimos Orquesta primitiva (Fondo Editorial Tierra Adentro, 2015) y el libro de relatos Cuando las luces aparezcan (Paraíso Perdido, 2020 / 2024), con el que obtuvo el XI Premio Nacional de Narrativa “Ramón López Velarde” en 2018. Y en 2023, publicó El hombre crucigrama (UNAM), que recibió una mención especial en la selección del Banco de Libros Venezuela, que cada año premia lo mejor de LIJ en español.
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