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viernes, 26 abril, 2024
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Modelando la banalidad del mal: ‘The zone of interest’ de Jonathan Glazer

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Por: SERGI RAMOS •

La Gualdra 575 / Cine / Festival de Cannes 2023

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The zone of interest, la última película de Jonathan Glazer presentada en competición oficial, empieza con unas imágenes de una familia alemana disfrutando serenamente de un día en el campo, a orillas de un río. Esta localización podría remitir a una imagen recurrente en el cine de los años 30, en el propio cine alemán, como Menschen am Sonntag (Los hombres del domingo, 1929), realizada a cuatro manos por Robert Siodmak y Edgar George Ulmer; o la francesa La belle équipe, de Julien Duvivier (Camaradas, 1936). Las tardes pasadas en el campo, junto al río, se convirtieron en uno de los lugares comunes idílicos de las formas de ocio de la clase popular, en unas repúblicas donde parecía que se extendía el progreso social, poco antes de que los fascismos se apoderaran de una parte de Europa.

Esta primera secuencia inicial pierde rápidamente su carácter idílico cuando entendemos que se trata de la familia del Rudolf Hoss, comandante nazi del campo de Auschwitz en la Segunda Guerra Mundial. Justo antes, la película se abría con una pantalla negra y un bucle de música electrónica de dos minutos, anunciando a la vez el carácter hipnótico que el filme pretende instaurar y el aviso de una reflexión alucinada sobre el mal.

Jonathan Glazer había ofrecido ya en Under the skin, su precedente largometraje, un fascinante trabajo plástico y narrativo donde la realidad llegaba a disolverse, para sumirnos en la amenaza encarnada por una extraterrestre interpretada por Scarlett Johansonn. En The zone of interest, el realizador inglés adapta el libro epónimo de Martin Amis, proponiendo una visión del día a día de la familia del comandante, en la mansión rodeada de jardines que construyeron junto al campo de concentración.

Esa vida ordinaria es filmada a base de planos fijos, retomados una y otra vez, cuyo estatismo anuncia la racionalidad aplicada al mal que caracterizó al holocausto, y que la fotografía resalta con un uso marcado del blanco y del negro. Al mismo tiempo que la esposa va mostrando la casa y detallando la diversidad botánica de su jardín, “su obra”, el esposo asiste a una reunión para optimizar el sistema de incineración de “su” campo de concentración.

La película crea una singular desazón potenciando el fuera de campo, al principio a través de ruidos y zumbidos cuyo origen no se puede identificar. Más tarde, un movimiento panorámico de cámara termina mostrando, tras los muros de la casa, las chimeneas de las cámaras de incineración, que a partir de ahí ocuparán el fondo del paisaje y no dejarán de humear.

La película da un giro cuando, por razones políticas, el comandante ve su puesto amenazado, y que su esposa teme verse despojada de su “paraíso”. A partir de ahí, la adhesión ciega a la ideología nazi y su política de exterminación queda justificada por los bajos intereses que sostienen la banalidad del mal.

Esta vida cotidiana, que alcanza cotas de irrealismo por su tratamiento aséptico, encuentra un contrapunto en un relato onírico asociado al cuento de Hansel y Gretel, por el cual una criada de la mansión hace muestra de la humanidad y compasión de las que Glazer ha despojado a todos los demás personajes. Y quizás, en estos apuntes que introducen un juicio moral retrospectivo sobre el mal, sea donde la película encuentra uno de sus puntos formales más turbadores, pero también un cierto maniqueísmo.

 

 

https://issuu.com/lajornadazacatecas.com.mx/docs/la_gualdra_575

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