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jueves, 28 marzo, 2024
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■ Alba de Papel

La Ciudad como escudo cultural

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Por: ALMA RITA DIAZ CONTRERAS •

No son los quejumbrosos vientos los que rompen el silencio que menoscaba a la ciudad para transformarse de noche en estrepitoso miedo, en incierta desconfianza por lo que sucederá… no es el céfiro lo que nos quebranta, sino la sensación apocalíptica de no tener fe, la salvaguarda del cambio que necesitamos.

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Se dice que un promotor cultural nunca será un aliado de la ilusión, pero sí portavoz de una dosis de esperanza para lograr transformar el lugar donde vive en un espacio seguro, donde la cultura asuma un papel creativo, y deje de ser un concepto técnico para convertirse en una dinámica expansiva que fortalezca el tejido social.

Una especie de “milagro” que esperamos suceda en nuestros lugares de origen, donde lamentablemente somos devorados por el desánimo y la decepción de una dimensión aniquilante, de un rumor extendido realmente malévolo,  que no debemos permitir que nos envuelva porque cada lugar, sitio, pueblo o ciudad, representa una creación cultural de quienes lo habitan y lo aman; en consecuencia, queda el camino de la resistencia pacífica para luchar sin tregua, llevando el baluarte de nuestra historia para evitar la degradación, que hoy erróneamente marca la identidad de muchas ciudades de nuestro país.

No permitirlo significará, pese a las dificultades, cuidar la célula básica de la sociedad, que es la familia, donde la dupla que la preside, del padre y de la madre, sea realmente nutritiva y responsable, y a partir de este sistema básico se estimule la convivencia para hacer comunidad en tiempo de pandemia, y que ésta se organice para trabajar a favor de la conservación de las tradiciones con los giros naturales de una cultura viva, siempre en movimiento, sin purismos ni añoranzas pasadas que puedan frenar el desarrollo.

Que se cultive y se difunda con especial énfasis, la asociación entre cultura y naturaleza, como parte fundamental de un plan de vida superior para estimular la sustentabilidad que se requiere, permitiendo que la primera cumpla su cometido como factor de desarrollo social y económico en la ciudad, situación que debiera priorizarse como parte de un engranaje vital para alcanzarlo.

Al respecto, cabría preguntarse si seguirá siendo muy complicado que las instancias subsidiarias y las empresas socialmente responsables, con poder económico, para emprender mecenazgos, entiendan la problemática y colaboren en la idea de que, si no se actúa con rapidez para apoyar proyectos culturales, no habrá futuro posible ni visión de futuro.

Una visión que por supuesto, iría alineada a un proyecto de justicia social, con programas de emprendimiento para jóvenes, de educación con contenido y carácter que justiprecie el valor del conocimiento como pilar intrínseco del progreso, aquel que, de forma integral, favorece la ciencia, el arte y la cultura.

Es alarmante el desaliento constante ante la brutalidad que vivimos, resultado de la falta de empleo, de educación con calidad, violencia intrafamiliar, ética basada en valores, la pobreza, migración y movilidad forzada, que, en su conjunto, son disparadores no sólo del drama social, sino también de un caos demoledor, a donde irremediablemente, la tierra nos arrojará al exterminio, sin la dignidad que debiera caracterizarnos como humanos.

Quizá la presente entrega pudiera revelarse como fatalista, pero no lo es, intento que podamos coincidir en el poder que la cultura tiene para transformar y hacer mejores individuos, y en ese túnel oscuro en el que nos encontramos, buscar la luz para reconocernos con valor y fe.

Para replantearnos lo que queremos ser, y remontar, dispuestos al cambio, con una renovada visión del presente y de la necesidad de trascender sin perder el rostro propio y los valores de nuestras familias y nuestras comunidades, bajo el esquema de la diversidad y la tolerancia.

Zacatecas, la “Gran civilizadora del Norte”, es mucho más que un título, a donde el inolvidable poeta del semidesierto, Antonio Valdez Carvajal, escribió que le daba coraje que le gritaran pobre porque en el textil bordado de su historia, llevaba impreso el garbo de sus valientes hombres, la riqueza de sus minas, la nobleza y decencia de su gente, por lo que no deberíamos conformarnos a un destino prefigurado y fatalista.

Para concluir, en este duro tiempo, tras la pandemia y las secuelas que siguen de ella, vemos a la Capital que luce triste, desanimada, desarticulada y distraída, y que inevitablemente se proyecta este desaliño en muchos de sus municipios, de sus rancherías y poblados, con una pena que no termina, que nos nubla la mirada y nos mina el corazón, desde aquí pensemos en el desafío de cambiar.

De revertir esta situación, donde claramente no hace falta más armamento ni camionetas ni tanques blindados ni jóvenes soldados, sino proveer más empleo, más actividades culturales, centros de aprendizaje de oficios, que no haya excusa para la promoción de los valores culturales y la recuperación de espacios de socialización, interacción y participación ciudadana, por supuesto, más dinero, porque para cultura nunca será un gasto, sino una inversión para el desarrollo humano que tanto urge.

Un buen augurio de año nuevo sería reflexionar sobre la jerarquía de la cultura como un derecho inalienable de todas las personas, que, instrumentado a través de la justicia y el respeto, nos permitirá establecer las condiciones de paz que anhelamos y que también es un principio universal.

Sólo así podremos reconocernos y sentirnos orgullosos de lo que somos como zacatecanos y como mexicanos.

Ánimo y fortaleza para todos.

P.D. Siempre recordaremos con gratitud, cariño y reconocimiento al Lic. José María Muñoz Bonilla, zacatecano distinguido en el ámbito nacional de la cultura, defensor y gestor incansable de la conservación del patrimonio cultural de México. Lamentablemente se fue con la preocupación de reordenar y devolver la luminosidad que alguna vez tuvo el Centro Histórico de Zacatecas. Hasta siempre, fino señor y buen amigo.

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