Este es un libro cuya lectura de entrada se antoja imposible cuando ves el libro en la mesa de novedades de cualquier librería. Más de 700 páginas se podrían considerar un insulto a la paciencia del lector. Y miren que llega a ocurrir con un sinfín de autores que dan rienda suelta a la mano sin pensar en lo apresurado que vive un lector promedio. Pongan ustedes los ejemplos. Sin embargo, el libro al que nos vamos a referir no sólo aguanta las 766 páginas sino que al final te quedas con ganas de aventurarte por más anécdotas que el mismo Elvis Costello comparte en una deliciosa primera persona con buena precisión y ritmo deslumbrante.
Algunos de los que han leído Música infiel y tinta invisible (Malpaso Ediciones 2016) se atreven a asegurar que Elvis Costello consigue superar por mucho las en ocasiones tediosas memorias de Bob Dylan e incluso de Keith Richards. A mí me parece que estos dos últimos músicos se cierran ya sobre su propia leyenda, de tal manera que en sus memorias buscan antes que nada impresionar, algo que para fortuna del que lea Música infiel… no encontrará en Elvis Costello. Si algo le interesa es recapitular su vida, hacer de ella una majestuosa construcción narrativa.
Como los libros ricos de quien en verdad tiene algo que contar, Costello nos comparte pasajes íntimos de su vida y de sus primeros años de formación como músico. Repito: hay una gran diferencia porque Elvis sabe contar, suelta la pluma, el libro no se constituye, como tantos, en un anecdotario cuyo contenido a la mitad se vuelve predecible.
A mí, por ejemplo, me llamaron la atención algunas frases que bien podríamos atribuir a un autor de la talla de Fitzgerald: “el tiempo y el martillo de demolición se han encargado del resto” pág. 20. Una más, cuando se despide de su padre: “Lo vi coger una bocanada de aire…/ Una pausa…/ Cogió aire de nuevo…/ Otra pausa/ Volvió a coger aire…/ Se hizo el silencio…/ Y después, la nada/ En realidad sí se escuchaba aire./ La música sonaba muy bajito./ En el momento de su partida estaba sonando Clifford Brown, su trompetista favorito, arrullando ‘Yesterdays’, de Jerome Kern”. Imaginen estas líneas como las de algún cuento de Cortázar, ¿no nos vendrían nada mal, verdad?
Y eso que estamos hablando de un músico, no de un escritor. Eso tal vez nos lleva a pensar que ciertos talentos mantienen cierta afinidad. No se trata de un escritor en el sentido más amplio de la palabra, no obstante, escribir cientos de letras de canciones no debe ser para nada sencillo, y es aquí donde se manifiesta la afinidad a la que me refiero.
Tal parecería que libros de este tipo son exclusivamente para fans, aquellos que gustan enterarse hasta la hora en que iba al baño el músico o el escritor que admiran. Y eso hasta cierto punto está bien, como lo está que libros así se consideren de uso exclusivo para los investigadores melómanos que gustan de la música de Elvis Costello, para quien “la imaginación es una gran impostora”, que lo han seguido paso a paso. Pero también cabe la oportunidad de sorprendernos con un libro que se agradece mucho esté bien llevado y bien escrito.
Si el gran músico contó con ayuda externa que le ayudara a organizar y a dar secuencia a la gran avalancha de anécdotas narradas ágilmente es algo que no debería importarnos y sí deberíamos agradecer, porque a final de cuentas nos debe quedar claro que ellos, como Bob Dylan, como David Bowie, como Frank Zappa, de quienes hasta la fecha Editorial Malpaso ha publicado muy buenos libros, entre los grandes, se dedican a la música, y si bien en algún momento consiguen que ésta sea una poderosa extensión que se vale de los mecanismos de la literatura, también lo es que si así ocurre es porque son personas con quienes emprendes un viaje en el tiempo cuando te permiten conocer tiempos que a ti no te tocaron vivir, aquellos donde el rock and rollo aún era rock and roll y el punk aún era punk. n
