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sábado, 15 febrero, 2025
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MIGRANTES PODEROSOS, PERO NO LO SABEN

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Por: CARLOS MANUEL PÉREZ MEDINA •

Según datos del Gobierno de México, en Estados Unidos residen 37.3 millones de personas de origen mexicano. De estos, 26.7 millones pertenecen a la segunda y tercera generación, 10.6 millones son nacidos en México y cuentan con residencia legal, y 5.3 millones son indocumentados. Cabe señalar que esta última cifra es aproximada, ya que la falta de documentación dificulta precisar su magnitud.

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Los mexicanos representan más del 10% de la población total de Estados Unidos, siendo el grupo inmigrante más grande, seguido por comunidades de China, India y Filipinas. Estas cifras reflejan el notable crecimiento poblacional y la influencia de la comunidad mexicana en el país vecino.

Con la reelección de Donald Trump como presidente de Estados Unidos, han resurgido temores entre los mexicanos, tanto legales como indocumentados. No se trata únicamente de una cuestión de documentos, sino de un problema más profundo relacionado con la discriminación racial. Las políticas y actitudes que fomentan la detención y el cuestionamiento por el aspecto físico recuerdan los peores episodios de intolerancia, dejando claro que los desafíos en este ámbito persisten y, en algunos casos, se han intensificado.

En diversas ciudades, las manifestaciones organizadas por mexicanos y migrantes de otras nacionalidades buscan resistir estas políticas. Sin embargo, estas protestas llegan tarde, pues se realizan tras la elección presidencial. Desde una perspectiva estratégica, movilizaciones de este tipo habrían tenido mayor impacto durante la campaña electoral, cuando aún se podía influir en la decisión del electorado.

De manera sorprendente, las encuestas de salida revelaron un aumento en el apoyo latino, incluyendo personas de origen mexicano, hacia Trump en comparación con las elecciones de 2018. Este hecho abre preguntas sobre las dinámicas internas de la comunidad migrante y sus expectativas políticas.

Frente a este panorama, es momento de que los mexicoamericanos actúen con unidad y fortaleza. La construcción de liderazgos sólidos y populares es más necesaria que nunca. Desde los años 60, 70 y 80 no ha surgido una figura tan relevante como César Chávez, quien marcó un antes y un después en la defensa de los derechos civiles y laborales. Chávez, junto a Dolores Huerta, fundó la Asociación Nacional de Trabajadores del Campo (NFWA) —que más tarde se convirtió en el Sindicato de Trabajadores Agrícolas Unidos (UFW)— y lideró movimientos históricos como el boicot de las uvas de mesa y la huelga de Delano.

Hoy, en un contexto de mayor densidad poblacional y nuevas motivaciones para la acción colectiva, la comunidad mexicana debe recuperar la fuerza de aquellos liderazgos históricos. Las oportunidades para organizarse sobran; lo que falta es voluntad, visión y un enfoque estratégico para construir un futuro más justo.

Por último 

Una vez más, Claudio X. González y su círculo cercano intentan resurgir en el escenario político, pero parece que no han entendido el mensaje de fondo. El problema no son las siglas, los colores ni las ideologías de los partidos; el verdadero rechazo del pueblo mexicano está dirigido hacia las figuras que representan un sistema político desgastado, desconectado y lleno de privilegios.

La ciudadanía ya no quiere ver a personajes como Xóchitl Gálvez, Guadalupe Acosta Naranjo, Emilio Álvarez Icaza, Beatriz Pagés, Gustavo Madero, María Amparo Casar, Carlos Alazraki, Javier Lozano, Fernando Belaunzarán, o a los conocidos «Chuchos». Y como si fuera poco, detrás de ellos suelen aparecer los expresidentes Vicente Fox y Felipe Calderón, perpetuando la sombra de un pasado político que muchos quieren dejar atrás.

La pregunta que debemos hacernos como país es: ¿realmente necesitamos más partidos políticos, que ya representan una carga económica significativa para la ciudadanía, o necesitamos nuevos liderazgos? Líderes auténticos, con valores, escrúpulos y una verdadera intención de mejorar la vida de los mexicanos, sin importar el partido al que pertenezcan.

México no requiere una renovación de nombres en los mismos círculos de poder; necesita un cambio profundo que priorice a las personas, no a los intereses personales ni a las viejas fórmulas que fallaron una y otra vez.

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