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jueves, 25 abril, 2024
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Seis apuntes sobre el triunfo del republicanismo popular en Colombia

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Por: CARLOS CORROCHANO •

La tesis es sencilla: el triunfo del Pacto Histórico en Colombia es la mejor articulación posible —la más precisa hasta la fecha— del republicanismo popular. Esta victoria trae consigo, además, la derrota de la parapolítica, entendida doblemente como, desde la realidad colombiana, la alianza de la oligarquía y el paramilitarismo, y, en palabras de Rancière, la repetición machacona de que «no hay alternativa». Así, conviene analizar y comprender la articulación del republicanismo popular en el proyecto del Pacto Histórico, huyendo de extrapolaciones y pontificaciones. «Ni calco ni copia, creación heroica» que diría José Carlos Mariátegui. Lo que se expone a continuación es, como enfatiza el título, una mera recopilación de apuntes.

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1. Sin poder hablar todavía de un «segundo ciclo progresista», el republicanismo popular parece ser hoy la apuesta más eficaz para combatir los estertores de la entente neoliberal en América Latina. Ante los desequilibrios del populismo y los riesgos de oligarquización del republicanismo, la yuxtaposición de ambas tradiciones teóricas permite articular una defensa de la institucionalidad republicana a partir de movimientos de base popular y liderazgos fuertes, favorecidos por los sistemas presidencialistas de la región. Si el neoliberalismo vacía las instituciones compartidas, el republicanismo popular busca institucionalizar un arco amplio de derechos y proteger la estabilidad —la tranquilidad, como afirma siempre Petro— de las mayorías.

2. Petro reivindica la Constitución de 1991, cruzada por la democratización del Estado, como un contrato social incumplido de forma permanente por las élites y capaz de ejercer como horizonte de certidumbre para toda la ciudadanía. Es un texto, pues, que posibilita —y contiene— el despliegue de una agenda transformadora. De hecho, la nueva izquierda colombiana surgida en los noventa ha tendido a defender la institucionalidad existente. La principal síntesis de sus programas, desde la fundación del FSP en 1999 hasta la articulación actual del Pacto Histórico, ha sido la defensa de la Constitución. Lo que en nuestro país fracasó por motivos evidentes —una coyuntura histórica radicalmente diferente y una articulación discursiva muy artificial—, en Colombia ha permitido a Petro disipar las acusaciones de bolivarianismo (sic) y presentarse como una garantía de estabilidad. No en vano, Petro, frente a aquellos que le acusan de querer subvertir el orden constitucional, afirma que su programa busca, lejos de alcanzar el socialismo, hacer cumplir las promesas redistributivas contenidas en la Constitución.

3. El «vivir sabroso», encarnado a la perfección en la figura de Francia Márquez, ha permeado en un doble sentido: como leitmotiv de campaña y como Zeitgeist del proyecto del Pacto Histórico. Este concepto es parte del acervo lingüístico y popular del Pacífico colombiano, una región asolada por la pobreza, el narco y la minería ilegal. En la idea del «vivir sabroso» se halla la rebeldía de la comunidad afrocolombiana y la convicción de que la protección de la vida es la mejor autodefensa ante las pulsiones necropolíticas. Así, acogiendo la invitación de Martha Nussbaum a dar la batalla política en el terreno de las emociones —a combinar afectos y políticas públicas—, el discurso de Márquez ha enfrentado la «monarquía del miedo», imperante en Colombia, con un republicanismo del goce.

4. En relación con lo anterior, el Pacto Histórico ha sabido postular un discurso ilusionante, esperanzador y en clave de futuro. «Queremos que florezca la alegría» como continuación del «para vivir mejor» de Apruebo Dignidad en Chile. A pesar de décadas de represión y violencia, de la rigidez del bipartidismo secular y el legado cruento —y persistente— del uribismo, Petro y Márquez han huido de la lógica de la resistencia y la cerrazón identitaria. Ambos han sabido canalizar las ansiedades del presente sin regocijarse en el revanchismo del pasado, sin obcecarse con el imaginario de Jorge Eliécer Gaitán o Luis Carlos Galán. Todo ello, además, ante un panorama mediático asfixiante y sabiendo responder a las difamaciones diarias evitando el repliegue y la trinchera. Repite Francia Márquez con asiduidad que «es triste que uno tenga que venir a este mundo para defenderse y no para vivir la vida», reactivando la advertencia de Spinoza sobre los peligros y tentaciones de encadenarse en las emociones tristes.

5. La victoria del Pacto Histórico es fruto de la paciencia estratégica y el cuidado del proyecto —y, siempre a posteriori, del programa—. Congresista desde los noventa, Petro fue candidato en 2010 y 2018, obteniendo el cuarto y segundo puesto, respectivamente. Entre medias, alcalde de Bogotá. Su recorrido es ejemplo de una longa noite de pedra con final feliz: de una marginalidad mayoritaria a, paulatinamente, encarnar el sentido común de «cambio tranquilizador». Asimismo, el programa del Pacto Histórico, en cuya elaboración participaron la sociedad civil y los movimientos sociales, es un ejemplo de saber acumulado y de «reformismo no reformista», en palabras de André Gorz. Una apuesta neoestatista por el desarrollismo no extractivista y la inclusión de «los nadies» en la vida política y social del país; una hoja de ruta de solvencia técnica y ambición política cuyo objetivo es convertir a Colombia en una «potencia mundial de la vida». En ese sentido, los debates sobre el grado de radicalidad o pragmatismo del petrismo, además de estériles, suelen moverse en el terreno de la moralina. Y es que sabemos, como afirmaba Marx, que las personas solo se plantean los problemas que están en condiciones de resolver.

6. La centralidad del feminismo y el ecologismo en la victoria del Pacto Histórico, así como el protagonismo de las comunidades indígenas, pone en jaque, una vez más —y ya van muchas—, el intento reaccionario de tratar lo simbólico y lo material como si de dos categorías herméticas se tratase. En lugar de decretar una unidad artificiosa, los discursos de Petro y Márquez han enfatizado los deseos compartidos y objetivos comunes de la sociedad colombiana en toda su diversidad: del campesinado a las personas trans, de la comunidad afrocolombiana a los trabajadores informales. En el fondo de estos discursos subyace la aceptación de la democracia como la disputa por ampliar lo que somos y lo que podemos llegar a ser —en el caso de Petro y Márquez, la fórmula presidencial más votada en la historia de Colombia—.

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