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sábado, 20 abril, 2024
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Lecciones de una transición en riesgo

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Por: Carlos Eduardo Torres Muñoz •

El proceso de transición política en México, o cuando menos la idea del mismo, tiene una inspiración innegable en el similar de mediados de la década de los años 70 en España. Aquella experiencia fue estudiada y sus experiencias tomadas como un ensayo, para el inicio del proceso formal que arrancó con la reforma electoral impulsada por Reyes Heroles en 1977. Hay diferencias inmediatas a destacar: el régimen que allá moría, sultánico de acuerdo a las reflexiones del politólogo Juan Linz, difería en el mexicano, desde el punto, en que, en nuestro país, el proceso mismo no hacía de la muerte de un dictador, sino de la agonía de un régimen institucional, cuyos líderes guiaban y controlaban las sesiones y reformas, cuando menos hasta que la alternancia fue una realidad a nivel local, y finalmente, cuando la pluralidad nació en el Congreso de la Unión, en las elecciones de 1997. Sin menoscabo de estas diferencias, muchas coincidencias caben. En lo que hace al análisis del presente texto, la más importante es la formación política de la clase que habría de competir por el poder, y una vez logrado, gestionarlo. Es decir, más allá de las credenciales, las costumbres democráticas de la clase política. 

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Tal realidad me ha sido evidente al leer a Javier Cercas, quien al diseccionar en su libro Anatomía de un instante, el golpe del 23 de febrero de 1981 a la naciente democracia española, apunta un cúmulo de expresiones que, en la reflexión, bien caben para el caso mexicano, que luego de casi medio siglo, no logra salir de los recovecos de la misma agenda  pública: las complejidades que conlleva el nacimiento de una democracia, luego de un régimen autoritario, con políticos de régimen que sabían gobernar, pero no sabían competir por el poder ni gestionarlo en clave democrática, y políticos de oposición, que sabían competir o se les daba la competencia por el poder, pero no entendían los retos y desafíos de ejercerlo. Es posible que nuestro contexto se acerque a aquel momento, o, inclusive, que nunca hayamos salido de tal circunstancia: que los políticos profesionales, formados en el poder, nunca hayan entendido cómo competir por él sin las herramientas mal destinadas del Estado, y que los políticos de la oposición nunca hayan entendido cómo utilizar dichas herramientas para gobernar, más allá de combatirlas. En la práctica, todos aprendieron, como pudieron, malas prácticas, vicios y simulaciones, lo que nos arrojó al peor de los mundos: políticos del régimen que en la oposición no supieron más que pulverizar al Estado y políticos de oposición que una vez en el poder, no fueron más allá que aprender el manejo del Estado para proyectos partidistas afines. Quizá es eso, y no es poca cosa, lo que hoy tiene a nuestra transición en riesgo. Tal como pinta Cercas a Adolfo Suárez, hay quienes son capaces de desmontar dictaduras y construir democracias, pero no de gestionarlas. No es pues, volviendo a textos de otras semanas, un problema institucional, sino de capacidades humanas nunca adquiridas en nuestra clase política, en una transición que no pluralizó otra experiencia que la que se quería dejar atrás y que con ello pervirtió la esperanza democrática, lo que trajo decepción, desencanto y hartazgo. El problema es que la oferta que se nos ofrece hoy como respuesta es una confrontación de suma cero, en la que unos dibujan futuro añorando pasado y otros prometen futuro, sin dar un solo paso. Tal como se ha dicho innumerables veces: la democracia mexicana requiere demócratas, no otra cosa.

Desmontar los alcances o resultados de nuestra transición política, con recetas del fracaso, no nos hará ganar tiempo, porque no se gana tiempo intentando retrasar el reloj, sino aprovechando minuto a minuto las experiencias que el pasado ya nos dejó. 

@CarlosETorres_

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