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martes, 19 marzo, 2024
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El Nietzsche esteta de la vida

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Por: SIGIFREDO ESQUIVEL MARÍN •

La Gualdra 566 / Filosofía

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Hay autores fundamentales que uno lee con el entendimiento, para apropiarse de algún tipo de saber específico o universal, empero habría otros también fundamentales que se leen con el cuerpo y los sentidos. Más que leerlos uno se apropia de forma vampírica de su esencia vital sin dejar jamás de regresar a su fuente primigenia. Y cada lectura es un acontecimiento inédito, siempre renovado. Wittgenstein y Heidegger son del primer tipo de lecturas. Montaigne, Kierkegaard y Nietzsche pertenecen al segundo grupo.

Desde adolescente he leído, convivido, dialogado, vampirizado, plagiado, gozado, padecido ese corpus literario que se imanta bajo el nombre de Friedrich Nietzsche; estoy muy lejos de ser especialista en su obra, también lejos de pretenderlo explícita o secretamente. Tenemos ya los comentarios eruditos de Giorgio Colli y Gilles Deleuze quienes han consagrado parte de su vida y de su obra a leer la obra nietzscheana, tenemos la monumental y controvertida lectura de la metafísica nietzscheana de Martin Heidegger, así que siempre he recurrido a Nietzsche como un compañero de viaje en el intrincado panorama del pensamiento occidental, claro está, no compro ni por un segundo su lectura parcial e injusta del Cristianismo ni de Sócrates, entre otras cosas; si hay un héroe trágico del pensamiento griego ése es nada más ni menos que Sócrates, habría que distinguirlo del Sócrates platónico, ejercicio arduo y sumamente difícil aunque no imposible.

Si hablamos del Nietzsche esteta, del primer Nietzsche, es porque hay otros más, por lo menos dos o tres más, y claro está como todos los grandes pensadores su obra avanza en espiral regresando sobre los mismos temas y problemas desde una perspectiva renovada. El nacimiento de la tragedia o Grecia y el pesimismo (Madrid, Alianza, 1973) que ha sido traducido al castellano de forma magistral por Andrés Sánchez Pascual, igual que las demás obras del pensador alemán, es una obra maestra que lo consagró como escritor polémico, arriesgado, excepcional, y al mismo tiempo lo expatrió de la universidad, del reconocimiento de sus pares filólogos, de forma paradójica, justo después de su aparición comenzó su consagración, los comentarios críticos sobre su obra crecen exponencialmente año con año.

El pensamiento moderno-contemporáneo de posguerra resulta impensable sin sus aportes, asimismo el arte vanguardista del siglo XX y lo que va del XXI están completamente en deuda con algunas de sus intuiciones maestras. Ya mencioné a Deleuze, pero también podrían citarse Ortega y Gasset, Zambrano, Camus, Cioran, Derrida, Sloterdijk, Foucault, Vattimo, Agamben, Onfray, Braidotti, entre muchos otros grandes pensadores cuya obra resulta inconcebible sin Nietzsche. De manera sintomática, el psicoanálisis le debe mucho más de lo que estaría dispuesto a reconocerle. Los poetas y pensadores en México y Latinoamérica más grandes del siglo XX son fruto en gran parte de su legado: Alfonso Reyes, José Vasconcelos, Octavio Paz, José Lezama Lima, Clarice Lispector, Jorge Luis Borges, y una larga lista.

Frente a la Grecia clásica de Platón y del platonismo, base del logocentrismo, el joven Nietzsche nos acerca a una Grecia oscura, trágica, sagrada, vital, pulsional, báquica. Entre lo apolíneo y lo dionisíaco como elementos cardinales contrapuestos y complementarios, la vida humana y, en particular, la obra de arte, despliegan sus fuerzas vitales bajo la forma estética, bajo la máscara del arte. Contemplar y experimentar el arte desde la vida y viceversa es una de las intuiciones maestras que le debemos. A partir del influjo de Arthur Schopenhauer y Richard Wagner, el joven Nietzsche redescubre otra Grecia, la alteridad de Grecia, su sombra amenazante; quizá no haya ningún antecedente salvo el gran poeta-pensador Hölderlin en ese colosal intento de acercarnos a otra Grecia desde la experiencia de lo sagrado.

Nietzsche se convirtió en un intempestivo, en una calamidad para la intelectualidad bienpensante, se convirtió en un destino –según sus propias palabras. Muchos años después de su publicación, el propio Nietzsche comenta sobre su primera obra incendiaria: “En otro tiempo también Zaratustra proyectó su ilusión más allá del hombre, lo mismo que todos los trasmundos. Y así también yo proyecté en otro tiempo mi ilusión más allá del hombre, lo mismo que todos los trasmundos. ¿Más allá del hombre, en verdad?”. Pensar lo humano desde la vida en su exceso soberano: tal es la audacia del joven pensador que aún nos sigue alumbrando y deslumbrando con su enseñanza.

Recordemos una vez más el contexto: en abril de 1869 el joven Nietzsche llega a la Universidad de Basilea, tiene 24 años, acaba de ser nombrado catedrático de filología clásica, no tiene una obra publicada salvo algunos artículos, tiene que demostrar que es digno de recibir dicha cátedra y escribe a toda velocidad una obra maestra; quizá otro grande que escribe a toda velocidad como genio enfebrecido una obra maestra sea Fernando Pessoa; entre Pessoa y Nietzsche hay más de un punto de comparación.

Regresando a nuestra historia, en el verano de 1870 escribe algunos textos preparatorios para El Nacimiento de la tragedia, sin embargo, las cosas no salen según lo previsto, en carta a su amigo Rohde confiesa que el trabajo no sea lo esperado, “teme no producir una impresión filológica”, la obra la discute con su admirado maestro Wagner quien le da el espíritu y la estructura finales. En 1871 el libro está publicado y se desata la polémica. Wilamowitz abre fuego contra la obra, enumera, uno a uno, sus errores filológicos. La suerte está echada. Nietzsche tiene ya un pie fuera de la Universidad y, paradójicamente, es a partir de entonces, un autor póstumo, un clásico universal.

Lo que Nietzsche expone es una intuición y una experiencia de vida de y desde la Grecia trágica, su experiencia soberana de vida-muerte como celebración irrestricta. Y lo hace con un lenguaje poético del iniciado, del hombre entusiasmado. La edición de 1874 será la definitiva, consagra a Nietzsche como un gran escritor y lo excluye de la academia casi para siempre, casi, porque el siglo XX lo reinstala por mérito propio. El axioma cardinal consiste en: “Ver la ciencia con la óptica del artista, y el arte con la de la vida”. La lectura de Nietzsche resulta engañosa, uno cree entenderlo, pero no, su obra escabulle bajo ropajes poéticos el sentido de su interpretación, lo posterga, lo aplaza, lo desplaza. En verdad es un gran maestro del disfraz, de ahí que muchas de las ideas que circulan en la red como herencia nietzscheana no pocas veces sean relecturas posmodernistas hedonistas subjetivistas que terminan edulcorando lo trágico desde alguna máxima de autoayuda. Para leerlo habría que tomar distancia de las ideas hegemónicas y del pensamiento único que se otea como horizonte intelectual. Una lectura intempestiva significa hacer una lectura a contra-corriente del pensamiento moderno, incluso a contra-corriente de sí mismo. Eso es filosofar con el martillo, trastocar verdaderamente el orden establecido.

Por lo demás, habría que afirmar que hay un antes y un después en el pensamiento moderno a partir de Nietzsche; frente al logocentrismo que va de Platón hasta Husserl y alcanza a Heidegger, pasando por Descartes, Hegel y Marx, Nietzsche nos ha enseñado a leer la historia de las ideas y de la cultura desde la inmanencia e intersticios: desde la vida sin más. Todas las apuestas y propuestas que buscan descentrar (Blanchot, Lyotard, los estudios decoloniales), deconstruir (Derrida), desterritorializar (Deleuze y Guattari) el pensamiento occidental desde el cuerpo (Jean-Luc Nancy), desde la inmanencia (Deleuze, Lazzarato), desde sus márgenes intersticiales (Echeverría, Sarlo) son deudoras de Nietzsche; salvo la filosofía analítica y la filosofía de la ciencia –hay ahí también casos excepcionales: Rorty y Williams– todo el pensamiento contemporáneo resulta ininteligible sin la referencia nietzscheana. Así pues, lo que he escrito y publicado, esté o no citado su nombre, no es sino una apostilla nietzscheana. Claro está: reconociendo que asumirse nietzscheano es un contrasentido, si alguien no admite parroquias ni seguidores, consecuentes con su obra, es sin duda, el pensador solitario del Sils-Maria.

 

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