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viernes, 29 marzo, 2024
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Por: ALBERTO VÉLEZ RODRÍGUEZ • ROLANDO ALVARADO FLORES •

En el volumen II de la “History of Epidemics in Great Britain”, de Charles Creigthon (Frank Cass, 1955), en el parágrafo titulado “Sydenham´s epidemic constitutions”, del primer capitulo p. 9, se encuentra una tabla muy reveladora. Se acomodan en ella datos relativos a las epidemias habidas en Londres durante el periodo de tiempo comprendido entre 1661 y 1686. Durante todos esos años hubo hasta cuatro diferentes enfermedades elevadas a la categoría de epidemias: viruela, peste, fiebres varias. Problema fundamental de la historia de las enfermedades, como bien apunta Creigthon, es lograr reconocer, a partir de las fragmentarias descripciones de los observadores médicos de una época y región definidas, la naturaleza del padecimiento del que se dejó constancia. Tal identificación se dificulta debido a la proliferación de doctrinas médicas respecto al origen de los males. No existía, en el siglo XVII, un consenso mínimo respecto a la causa de las pestes, se postulaban de manera indiferenciada: la acción de embrujos, el hedor de pantanos, humores ennegrecidos, melancolías demoniacas y, a veces, la presencia de ratas, insectos, plantas diminutas o algo más inidentificable. Lo que deja en claro una revisión de la literatura es la constante presencia de la enfermedad en la historia de la humanidad. Este hecho no deja de ser enfatizado en el artículo Morens DM, Daszak P, Markel H,Taubenberger JK. 2020. “Pandemic COVID-19joins history’s pandemic legion” mBio11:e00812-20. https://doi.org/10.1128/mBio.00812-20. Sin embargo, hay dos puntos más que introducen los autores: por un lado, las pandemias eran más raras en el pasado, por otro, las causas del aumento de su frecuencia son la mayor movilidad de los seres humanos y su apiñamiento en ciudades. Incluso esto era bien sabido hace mucho tiempo (véase William H. McNeill (1984)“Plagas y pueblos” Siglo XXI, España): la acumulación de población genera un ecosistema en el que tanto microorganismos como seres humanos deben adaptarse hasta llegar a un punto de equilibrio. Las tablas de Sydenham para Londres muestran la prevalencia de múltiples padecimientos en el tiempo, lo que significa inestabilidad en el proceso de adaptación de diferentes especies al medio creado en las ciudades, de acuerdo a los resultados de Robert May en si libro de 1973 “Stability and Complexity in Model Ecosystems” Princeton University Press. No sólo en el África subsahariana se autoorganizan ecologías complejas. Con la aceptación de la causa de las enfermedades, se desplegó un conjunto de medidas antisépticas que mejoraron la salud de las grandes masas de población. Pavimento, agua controlada y desinfectada, insecticidas, vacunas, lograron remodelar el ambiente urbano. No hubo adaptación entre especies, se alteró la biosfera para impedir la proliferación de varias de ellas. La “naturaleza salvaje” se domesticó. Pero la reorganización de los espacios naturales para satisfacer necesidades humanas conlleva la destrucción de equilibrios ecológicos, así como la dispersión de seres vivientes que, a fortiori, han de buscar adaptarse a las condiciones creadas por la acción humana.Cierto, el factor más importante para alterar la naturaleza salvaje es la abundancia de seres humanos, porque para producir los alimentos necesarios de una creciente demografía se deben abrir más tierras para la siembra, producir fertilizantes, motorizar la agricultura, mejorar los servicios médicos, impedir los hacinamientos poblacionales en condiciones insalubres, entubar las aguas, introducir el drenaje de desechos. A tal crecimiento de los parámetros determinantes del hábitat humano se le llama “gran aceleración”, un fenómeno que se relaciona al incremento de la capacidad de consumo de las sociedades modernas. ¿Por qué? Porque el consumo masivo, así como el aumento de la producción, sólo tienen lugar cuando una cantidad considerable de personas adquiere gran capacidad de adquisición de bienes y servicios. No olvidemos que este es el objetivo de todos los programas de crecimiento económico. Por ende, aquello que aparenta ser un problema ecológico se traduce al lenguaje de la economía: la causa de las pandemias es el sistema de reproducción social. Creer en esta conclusión es un error, uno muy fácil de cometer desde ciertas orientaciones políticas. Después de todo, la causa del incremento poblacional no esta en la forma de organizar la sociedad, ni en la manera de distribuir la riqueza, sino en la capacidad de lograr extraer más alimentos del suelo. Es decir, para utilizar el lenguaje del posmodernismo: la responsabilidad de las pandemias yace en la ciencia. Otra conclusión equivocada. Las pandemias, la más reciente de las cuales lleva ya más de 85 mil fallecimientos en México, se pueden mitigar únicamente con métodos científicos. Quizá la parte que menos enfatizan los críticos y comentaristas culturales de las pandemias sea la necesidad del enfoque científico para enfrentarlas. Indican el rol que ellos creen juega el capitalismo en la expansión del virus, no señalan que la única solución duradera, una vacuna, será producto de la inversión en ciencia que hacen los centros mundiales del capitalismo. Esto posiciona a las farmacéuticas y a los creadores de conocimiento biológico entre los elementos clave del siglo XXI, porque las pandemias no cesarán, volverán una y otra vez con resultados inesperados. Es posible entrever, sin embargo, un resultado del nuevo estado de cosas: se creará una nueva forma de dependencia porque habrá naciones incapacitadas para producir vacunas y otras que tendrán ese
monopolio.

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