Existe una variedad de rutas asequibles para salir de la precariedad que durante el último siglo ha padecido nuestra entidad, expulsora como ninguna otra de sus habitantes, al grado que hay más zacatecanos fuera que dentro de Zacatecas.
Cualquiera de tales salidas requiere de un diagnóstico certero de los males; de un balance puntual de fortalezas y debilidades; de un plan para alcanzar las metas fijadas, etc.; es decir una política de estado, diseñada y ejecutada por un cuerpo probo y eficaz de profesionales de la administración pública.
Siendo lo anterior pertinente en todo tiempo y lugar, ante la sensible contracción de los Estados Unidos, de cuya economía dependemos en apabullante proporción, como potencia mundial (de la que el fenómeno Trump es un síntoma ominoso), es ahora y aquí, así se antoje una inalcanzable utopía, de una importancia capital.
Así las cosas, el panorama en que tendrá lugar el relevo del presente gobierno no podría ser más desalentador; habida cuenta se trata de un paisaje, con las excepciones de rigor, poblado por mentes vulgares, obtusas y mezquinas; para las cuales, en su abrumadora mayoría, la moral es un árbol que da moras, o sirve para muy poco.
No resta sino implorar, a la Virgen del Patrocinio, no nos falle esta vez.
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Aducen, quienes están a favor de la conversión en taberna del Mercado González Ortega, que los establecimientos ahí asentados carecen de rentabilidad (opinión que refuta la vigorosa resistencia opuesta por los más de los inquilinos ), como si facilitar la consecución de ganancias a los particulares fuese la única función del patrimonio público; omiten además considerar se trata de un monumento histórico, de más de un siglo de antigüedad, producto del talento de un ameritado arquitecto zacatecano, ahijado por un estado vecino ante la indiferencia del propio, y acreedor por ende de cuidados especiales, que muy difícilmente le dispensará una empresa cuyo móvil único es el lucro.