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sábado, 20 abril, 2024
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Al rescate de los teatros

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Por: Jorge Humberto De Haro Duarte •

Hace una semana se habló en esta columna sobre algunas cuestiones relacionadas con la actividad teatral y de los elementos que la conforman para que ésta se muestre al público como el arte complejo que es. Aunque se hablo de esto de manera generalizada, no debe pensarse que esta situación solo se da en tierras lejanas. Este fenómeno afecta a la capital del estado de Zacatecas y se agudiza profundamente en los municipios, pues fuera de la capital, solo dos o tres tienen actividad ocasional en esta disciplina, como Fresnillo y Jerez. Y si en bizarra urbe no hay acuerdos sobre qué clase de propuestas deben prevalecer como distintivo del teatro zacatecano, es evidente que los grupos tienden a jalar cada cual para su rumbo y no hay una formación semi profesional al menos, que pueda trascender. Pero en fin. Ya esa arena habrá que dejarla en otro costal.

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El problema anterior obedece a una pandémica omisión por parte de la sociedad en su conjunto ante esta actividad, a la que bien fácil puede catalogarse como la hermana más pobre de las bellas artes. Ni siquiera por ser probablemente la más longeva, merece un poco de atención por parte de las autoridades de los diferentes niveles de gobierno, para decir algo, porque en las cuentas estatales y municipales, esta letra está muerta en los ejercicios presupuestales. Y, sí, habrá que decirlo, al gobierno federal, históricamente le ha valido tres cacahuates esta compleja y formativa actividad. Antes, el clero solía fomentarla por intereses tanto religiosos como económicos, pero en estos tiempos, y desde hace mucho, se ha olvidado de alimentar.

En Zacatecas, en otro tiempo se hacia la lucha de que al menos, de vez en cuando, vinieran compañías foráneas a presentar sus espectáculos y hay evidencias de que, tanto en la capital como en algunos municipios, además de los visitantes, existía un marcado entusiasmo por cultivar este arte desde pequeños grupos locales y sobre todo en las actividades académicas de los distintos niveles de enseñanza. Esta tendencia, parece cada día más en peligro de extinción. Y es lamentable, porque las evidencias de este interés están vigentes en los señoriales edificios que son símbolos de cultura en Zacatecas, Fresnillo y Jerez, con sus centros del arte como son los teatros Calderón, Echeverría y el Hinojosa, respectivamente. Resulta lamentable verlos casi en el olvido para el propósito que fueron diseñados y saber que sus programas de actividades, que son muy pocas, casi no incluyen la actividad teatral.

Y particularizando, en la pomposamente denominada capital cultural de América, haga usted el favor, hay muy poca cultura en movimiento que respalde este nombre con el que hoy se ostenta la ciudad. La cultura que se exhibe son las reminiscencias de tiempos que se supone que alguna vez fueron dorados y que invitan más a la contemplación y al disfrute de lo que se construyó en otros tiempos y que no han tenido la continuidad necesaria para presumir con orgullo este título. Además del Teatro Calderón, se cuenta con el Teatro Ramón López Velarde, que es el único que ocasionalmente demuestra para què está hecho, lo mismo que en ocasiones el teatro del Seguro Social. Pero hay otros recintos distribuidos a lo largo de la ciudad que están de plano en desuso o con actividades mínimas que nada tienen que ver con el fomento a las artes escénicas. El ejemplo más desastroso es el elefante rosa que se ubica en la avenida Solidaridad y que casi nadie sabe si se usa y de así hacerlo, para qué se usa.

En este contexto, urge rescatar los teatros para que los teatreros hagan teatro, y a partir de ahí, que todo el espectro de las artes escénicas vuelva a mostrar el señorío y riqueza que alguna vez tuvo o que, al menos, soñó tener. Claro, es muy romántico observar cómo, a falta de recintos, los grupos de todos tamaños toman las calles y algunos sitios que se pueden adaptar para llevar a cabo la manifestación artística, pero por desgracia, con estas expresiones resulta imposible llegar a trascender como una parte de la cultura. Hay un lugar para cada cosa y los teatros fueron diseñados para servir de albergue a grupos y compañías que se dediquen a ello, al teatro.

Es necesario también, volver a educar a las audiencias en el conocimiento de lo que es teatro y lo que solo se le parece. Y como en todo, para aprender adecuadamente, hay que hacerlo en los centros de aprendizaje propicios y que mejor que los que fueron diseñados para tal efecto. No podemos hablar de una ciudad culta si a la gente se le quita la oportunidad de cultivarse y, poco a poco, regresarla a los espectáculos de gran formato con conocimiento de lo que están buscando, y que al mismo tiempo exijan una calidad en los eventos que correspondan a la majestuosidad de los recintos y a la calidad de un público culto. Y aquí es donde deben ponerse las pilas no solo los artistas, que hacen su mejor esfuerzo, sino el gobierno y la sociedad que no lo hacen en absoluto y proyectan una primitiva y deleznable abulia cultural.

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