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viernes, 26 abril, 2024
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De vuelta en la caverna

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Por: VERÓNICA MURILLO GALLEGOS •

La Gualdra 555 / Filosofía

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Alguna vez di clases de epistemología a profesionales de la medicina. Era interesante porque, ajenos a toda fórmula filosófica aprendida, los alumnos solían ofrecer respuestas que forzaban a conectar lo elevado del pensamiento filosófico con esta realidad que envuelve cotidianamente. Un día comencé la clase preguntando qué es la verdad y la batalla por definirla duró las dos horas de clase. Los conduje a notar que la verdad era una relación entre lo que son las cosas y lo que decimos o pensamos de ellas: la verdad es la coincidencia entre eso que es y eso que decimos de ello. Sin embargo, no todo lo que decimos puede constatarse con “los hechos”; ahí es cuando debemos tener confianza en quien nos habla, en el profesional, el científico o en el testigo. Como decía Aristóteles, ya que no podemos discutir trayendo a presencia los objetos mismos empleamos los nombres en lugar de los objetos, pero creemos que lo que decimos mediante el lenguaje ocurre también en la realidad.

Esto se nota en esas crisis de la historia cuando parece que nada es verdad, precisamente porque las palabras dejan de corresponder con las cosas, porque parece que lo que es necesita otro nombre, otra manera de ser pensado y de ser enunciado. Por eso hay palabras vacías, como las de aquel personaje de Orwell que no hacía más que repetir mecánicamente lo dicho por el Gran Hermano, sin expresión en el rostro, con la mirada ausente quizá sabedor de que sus frases no tenían referente. Por eso también podemos negarnos a aceptar la realidad usando palabras cuyo significado refiere un hecho real, pero falsea su esencia: encharcamientos, no inundaciones.

Eso que se anunciaba en la famosa 1984 de Orwell o en las conocidas obras de Hoffmannsthal o Nietzsche o Kafka es hoy cotidiano: cuando la opinión de cualquiera sirve para desacreditar un trabajo científico o a lo que dice un profesional sobre su propia área (¡y aun así exigimos certezas!), cuando buscamos que la propia opinión se imponga a los demás so pena de denunciar agresión, cuando expresamente sumamos nuestro sentir ignorante al pronunciamiento del testigo o bien reproducimos un mensaje solo porque coincide con aquello que queremos creer o que queremos escuchar… cuando hacemos eso, los hechos dejan de importar.

Nuestro sentimiento suplanta a la realidad, quizá con la intención de ser partícipes de un grupo o bien con la convicción de que debemos hacer valer nuestras apreciaciones personales e individuales por sobre cualquier cosa. Así la realidad queda sepultada, parafraseando a Steiner, bajo montones de palabras; simplemente porque nadie quiere buscar, quizá tampoco ver, esa realidad. Ya ni siquiera vale el silencio autoimpuesto. El que calla otorga.

Esta es la llamada posverdad. Aquella a la que ya no le importa ni la objetividad ni los hechos. La verdad existe, pero no interesa. Importa el acuerdo pragmático entre las personas, pero no, como sentenciaba Gadamer, la coincidencia de los hombres sobre aquello que la cosa es.

 

 

* Directora de la UAEH-UAZ.

 

 

https://issuu.com/lajornadazacatecas.com.mx/docs/la_gualdra_555

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