No hay lugar para los tibios, decíamos. Las encuestas muestran que el apartidismo ha disminuido quizás a su mínima expresión con tan sólo un 15% de la gente que así se identifica, mientras el resto se decanta por alguna expresión partidista.
Más gente definida y, quizá, más radicalmente también. Es la constante en varios países donde se han fortalecido las opciones que se alejan del centro, a contrapelo de los discursos que daban por superada la geometría política.
En Estados Unidos, por ejemplo, el Tea Party y el trumpismo fueron más lejos que los postulados del partido Republicano en algunos temas; en España el Partido Popular parece de avanzada si se le comprara con Vox. Y en Argentina, a Macri lo rebasa el intempestivo crecimiento de Javier Milei.
Aquí, mientras tanto, la popularidad de la cuarta transformación lleva a la derecha a postular lo que se le parezca. Así, los que se quejaban de ser gobernados, cito: “por un indio pata rajada” hoy se enorgullecen de una candidata que se autoadscribe indígena. Aquellos que temían que México se convirtiera en Venezuela del Norte hoy apoyan a una troskista, que está a favor de la legalización del aborto y apoya las marchas de la diversidad sexual.
Esto abre un hueco en el espectro político para otra fuerza que represente al sector más conservador que no se siente representado por las opciones electorales actuales.
El resultado es ver a la ultraderecha mexicana decretando la defunción del PAN y llamando a la derecha a salir del clóset, a no avergonzarse de ser derecha y de ser conservadores, y a defender sin pudor las ideas que, –lo saben-, en el sentir general fueron derrotadas por la ciencia, la historia y el juarismo.
Tal vez aún carecen de la fuerza suficiente para llevar a la boleta a su dirigente, el actor Eduardo Verástegui, pues la ley le obliga a colectar un millón de firmas en 17 estados para hacer su candidatura presidencial posible, una hazaña que no logró el zapatismo a pesar de su simpatía y trayectoria de lucha.
Aún si lo lograran, no esperan el triunfo, sino aglutinarse y encontrar que hay futuro en el camino electoral por lo que se espera que en el 2025 formen su propio partido.
Para impulsar su agenda, este grupo ha tomado por bandera una causa irreprochable: la explotación sexual infantil, tema denunciado y combatido por años en otras trincheras, como han hecho Lydia Cacho, los denunciantes de Marcial Maciel, e incluso los medios de comunicación que fueron boicoteados por exhibirlo tanto a él, como el encubrimiento del que fue beneficiado.
No tendrían por qué importar los egos; toda ayuda es bienvenida en un tema tan escalofriante. El problema es que, en ese discurso, hasta entonces irreprochable como decíamos, la ultraderecha pretende mezclar y equiparar a la pederastia como uno más de los colores de la diversidad sexual.
Para ello se difunde, sin evidencia alguna, que el matrimonio entre personas del mismo sexo es solamente el paso previo para que esa lucha se convierta en legalizar la de matrimonios entre adultos e infantes (o adolescentes), y se rechazan los logros de la comunidad trans arguyendo que servirán de base para aprobar legislaciones trans-edad que permitan a adultos mantenerse en convivencia y relaciones amorosas o sexuales vedadas hoy por tratarse de menores de edad.
Pueden parecer unos cuántos conspiranoicos, pero están apoyados por grandes carteras estadounidenses como la de Donald Trump, “destapador” de la aspiración presidencial de Eduardo Verástegui, y no puede subestimarse el apoyo local de figuras como Ricardo Salinas Pliego, evasor de impuestos y bully de Twitter, pero también hombre de sabido poder económico y fáctico por ser dueño de la segunda televisora más importante del país
Es justamente en esa empresa, -concesionaria del Estado, por cierto- en donde se han transmitido los mismos impúdicos reportajes difamadores del expresidente chileno Salvador Allende, que desde donde se lanzó la fallida cruzada contra los libros de texto.
Difícil encontrar el punto medio entre su democrático derecho a existir y la inaceptabilidad de los discursos de odio que difunden en nombre de su libertad de expresión.
Lo cierto es que la existencia de esta fuerza política como tal, es el síntoma de la organización de un electorado, minoritario, sí, pero capaz de conquistar adeptos porque la incongruencia deja a posiciones más moderadas sin sentirse representadas.