Los reiterados incendios en algunas regiones de Estados Unidos en particular en el estado de California, que en la actual temporada no tienen precedentes, evidencia la ausencia de programas preventivos debido a que el cuidado de la naturaleza no figura como tarea importante del gobierno norteamericano. Tampoco le importa ciertos sectores sociales, más si son trabajadores migrantes. No se tienta el corazón por los miles de muertos de las guerras que promueve o patrocina en otras naciones. Ni siquiera ha mostrado preocupación real por los cien mil jóvenes estadounidenses que anualmente pierden la vida por el consumo de fentanilo.
El gobierno de la Unión Americana sólo tiene ojos para los grandes monopolios, son quienes financian las campañas electorales de los dos únicos partidos que, para colmo de males, son de derecha. Puede verse, de manera cristalina, que el modelo político de EEUU no tiene espacios políticos que represente los intereses de su clase trabajadora y sectores populares. Por eso, en las condiciones actuales, es impensable la existencia oficial de un partido de izquierda. Su “democracia” es una auténtica dictadura de la burguesía monopólica; Vale decir: una democracia imperial.
En la medida en que los monopolios financian las campañas electorales, en esa proporción definen la agenda gubernamental. Los candidatos de elección popular cargan con una gran presión por recaudar recursos privados para financiar sus campañas y ningún organismo interfiere, establece control o exige transparentar monto y origen. Los compromisos son entre el candidato y el que patrocina. Entre los patrocinadores está la industria farmacéutica que produce, distribuye y vende drogas autorizadas; también se encuentra la industria armamentista, la automotriz, la banca, el cine, etcétera. Ellos financian y condicionan las políticas públicas.
Pese a que la iniciativa privada, que en el caso de Estados Unidos, está integrada por monopolios internacionales sedientos de “conquistar otras tierras” a las cuales acosar, invadir y colonizar para saquear sus riquezas y, en el mejor de los casos invertir para explotar a sus aborígenes. La clase política no es una expresión total y automática de la enorme voracidad capitalista. Las esferas de gobierno, de repente funciona regulando y conteniendo la insaciable hambre de ganancia dentro y fuera del país.
En la voz de Joe Biden, con el inminente gobierno de Donald Trump se denota un salto de los empresarios de sus negocios a la política y a la administración pública. El propio Donald Trump es un empresario que, en aras de acrecentar su riqueza ha estado en medio de los escándalos por rehusarse en el pago de impuesto. Dice no creer en el calentamiento global. En su anterior administración autorizó la perforación de pozos petroleros en Alaska y la construcción del Oleoducto Keystone XL, éste último cancelado por Joe Biden y ambos criticados por ambientalistas y científicos.
Para Donald Trump la tarea es hacer riqueza sin importar el origen legal o ilegal, aumentar las ganancias. Es un empresario tramposo que entró a la política para defender sus intereses, piensa y actúa como tal. Sus expresiones clasistas y racistas, así como su odio a los migrantes son totalmente congruentes con la clase social de la que forma parte. No puede esperarse benevolencia convencida en él, salvo la que imponga un gran movimiento social, como el que pudieran levantar los migrantes latinoamericanos. En este personaje es impensable un lema como ese de que “por el bien de todos primero los pobres”. Todo lo contrario.
En mi artículo anterior, hablé de la hipocresía del gobierno de Estados Unidos respecto al combate a la delincuencia organizada. El gobierno de esa nación no persigue a ningún capo gringo que, sin duda alguna, es un gran capitalista, con lavado de dinero en los bancos y la fachada de un negocio formal para ocultar las actividades económicas ilícitas, como la compra, distribución y venta de fentanilo.
Donald Trump no va a combatir el narcotráfico en EEUU porque es atentar contra la ganancia de esa actividad ilegal monopolizada por sus amigos de clase social. No va a combatir el tráfico de armas, afectaría el crecimiento económico deseado. Permitir la venta de armas destructivas no les produce preocupación moral. Justo ahora, no se percibe gran interés por combatir los incendios de California. Hacerlo es un gasto que no genera ganancia. Al Gobierno de México le ha interesado más.
Está claro, la mayor parte de la atención gubernamental y de sus los recursos de esa nación se direccionan a las guerras. Estas, de por sí, ya le representa la realización de la ganancia al sector empresarial bélico. Al propio tiempo, las guerras les permiten dominar, someter y saquear a otras naciones, garantizando un proceso más rápido de acumulación y centralización de capitales. Se podrán percatar que el gobierno norteamericano suele criticar lo que es.