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lunes, 5 mayo, 2025
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Resonancia

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Por: MARIANA FLORES •

La Gualdra 503 / Río de palabras

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Ese cielo grueso y gris, al mismo tiempo extraño y tan familiar. El Sol no volvió a salir. En pocas semanas, ¿o meses?, me acostumbré a buscar flores de jacaranda con los ojos clavados en el piso. En mis bolsillos aún guardaba algunas, ya secas. Era lo único que me quedaba de ella. Recordar sus ojos apagarse era un trancazo en la nunca. 

—¿Estás bien?, se escuchó fuerte el golpe. Me preguntó mientras trotaba hacia mí. 

—Todo bien —suspiré mientras pateaba el trozo de metal inservible que había caído del cielo. 

—Se están cayendo cada vez más seguido. Algo pasa con… Me llamo Minerva —se interrumpió a sí misma—, pero me dicen Mine.

—Inés —la saludé con la mano en el pecho, seguí mirando el dron inservible. —¿Por qué corrías?

—Para no ser vista, para no enloquecer —me dijo, mientras miraba al cielo cautelosa— ¿Y tú?

—Busco jacarandas y a veces sigo conejos blancos —sonreí débilmente, con un nudo en la garganta. En realidad, no sé lo que busco, todo el tiempo estoy flotando o si no, cierro los ojos y veo los ojos rojos de ella.

— ¿Y corres todos los días? —pregunté mirando preocupada mi alrededor. 

—Sí, aunque siempre cambio el recorrido, no quiero que registren mis atajos y pasadizos que he ido armando.

—Como una ninja. 

  La Mine me miró y sonrió por algún recuerdo no tan viejo. Ninjas, en eso nos habíamos convertido, exiliadas de nuestros seres queridos, de todo lo que conocíamos, de nosotras mismas. Los destellos rojos de sus ojos apagándose junto conmigo. Sus ojos.

—¿Inés? —La Mine me miraba extrañada, ya no recordaba del todo cómo interactuar con las personas y me perdía a solas—. Tengo pan de verdad —me dijo—, y un poco de algo que creo se parece a la leche. Vivo a unos metros de aquí, pasando el acueducto, ¿vamos?

Caminar. Era raro pero reconfortante sentir otra presencia al lado. Una presencia que no fueran engranajes, tornillos o bicicletas. La casa de Mine olía a aceite y grasa de motor. Pero también a café y, efectivamente, a pan. Olía a hogar. Melisa. Mis ojos se anegaron. Llanto. Me pasa cada vez más seguido, solo llega.

—Tranquila, siéntate aquí. 

La Mine jaló un banco desvencijado, lo limpió un poco con la mano y me dio un vaso con una bebida caliente y opaca. Me sonrió.

—Mira, es casi-leche. 

Una locomotora oxidada silenció mi llanto, igualmente desgastado. Minerva miró hacia la rendija, más allá, como siguiendo el sonido. 

Clavé los ojos en el piso. Me preguntó aquello que ya se volvía un lugar común recientemente:

— ¿Cuál era su nombre? 

— Melisa. 

— ¿Se fue en la reconfiguración?

— Sí. Una tarde mientras caminábamos por un bosque, lleno de jacarandas. De pronto el cielo se oscureció, se la llevaron. Estuve tres días perdida en ese bosque hasta que puede regresar a casa. No pude salvarle.

—¿La encontraste?

—En forma de conejo. Ella me encontró a mí. Una noche, llegó a buscarme, la seguí. 

—He escuchado historias así, aún ya reconfiguradas, ellas siguen buscando sus hogares, su gente. 

Al principio de todo esto recuerdo ver este parque lleno de autómatas. Giraban y giraban sobre sí mismos. Un corto circuito, como si lloraran. Es increíble. Parece que la nostalgia no desapareciera, queda ahí contenida entre engranes y resortes—. Los ojos de Mine se ensombrecieron. 

—Luego de que me encontró, me mostró un lugar subterráneo. Era como si quisiera que viera a las personas que ahí vivían, intentando reconstruir todo. Luego… se apagó. Y solo me queda esto de ella. Saqué la mano de mi bolsillo y le mostré las flores secas. 

—Es tremendo lo que viviste, Inés ¿tienes dónde quedarte?

—No. 

—Aquí es seguro. Hay señal encriptada, los drones casi no vienen. El tren se escucha por el eco del acueducto —. Suspiró como para agarrar valor y hablar— Yo perdí a mi abuela y a mi hermano, ella alcanzó a morir en su cama. A él lo llamaron a las brigadas y murió en las peceras. Era enfermero militar. 

—Cuando pensábamos que solo era un problema viral—. Suspiré. —Lo siento mucho.

—Aún lo sueño, siento que en las noches viene, que está escondido por ahí y que me mira. 

—Mmmh, quizá sí lo haga, Mine, así es como me encontró ella ¿has buscado…

Un grito sordo me interrumpió. Iba a contarle de mis sueños con Melisa, que así la encontré, que ella me miraba desde un árbol todas las noches. Era un grito agudo y profundo. Dolor. Corrimos al exterior.

Una joven gritaba, aullaba.

—¡Estoy soñando! ¿Dónde estoy? Me trajo aquí pero no la encuentro. 

—¡Inés, agárrala!

Le sostuve la cabeza. Estaba como poseída de dolor. Un fantasma, llevaba un dije en forma de luna, tenía un nombre. Leonor.

[Continuará…]

* Ninjas, Fantasma y Reconfiguración son tres cuentos publicados por la autora en este mismo suplemento y pueden leerse como antecedente de Resonancia, o no. 

@LaMayaFlores 

https://issuu.com/lajornadazacatecas.com.mx/docs/la-gualdra-503

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