¿Encontraría en el estudio del caos a Rayuela? Después de veinticinco años volví a buscar las historias de Oliveira con la Maga y el Club de la Serpiente. No había luz eléctrica y la resolana que se filtraba por el cubo no era suficiente ni para hallar a un elefante. Trataba de arreglármelas con unos fósforos para iluminar las penumbras empolvadas. Tal vez Rayuela nunca había estado en este magma anárquico que abandoné décadas atrás.
Mi psicoanalista dice que el estudio es una proyección del estado de mi mente. Volví a sentir aquella penumbra pegajosa. Cuando murió Cortázar, mis amigos se fueron a vivir a Europa. Yo me quedé del lado de acá, como Traveler, buscando un bote de basura para olvidar las “cosas” que teníamos entonces. Pero entró la hidra postmoderna al mundo y todo se pudrió; hasta el país se convirtió en un campo de batalla. Comencé a pensar que las palabras eran cosas que podían descomponerse a gran velocidad, y de Rayuela, ni sus luces.
Salí del estudio del caos apretando mis amarillentas tarjetitas. Quería saber qué diablos había escrito en 1985, después que el terremoto terminó con la ciudad y la dejó en ruinas y con algunos amigos en la luna. Mientras leo las transcripciones de Rayuela voy pensando cuánto he querido a Julio. Sin embargo, no puedo definir el tiempo en que comencé a olvidarlo todo. Excepto la tarde que leí la noticia de su muerte en un periódico. Cuando me levanté de la banqueta no sabía dónde estaba. Pronto comenzaron a pasar los años hasta que, un día, una de sus fans más entusiastas me dijo entre pucheros: “Oliveira, la Maga y todos los demás se han esfumado.”
¿Cuántas maneras existen de leer rayuela? Por lo menos una por lector. Me gustaría que Julio leyera esta versión de mi Rayuela. Otra rayuelita mal escrita por un miembro del club de admiradores de Oliveira. Menos mal, han ido desapareciendo; porque a mediados de los setenta surgían toda clase de Oliveiras. No faltaban Magas ni Talitas ni gemelos divinos estilo Traveler. Entonces la guerra sucia estaba en su apogeo; pero por lo menos se leía a Julio con cariño.
Cortázar había escrito algunos de los cuentos más logrados en nuestra América Latina. Sus mundos fantásticos reventaban el sentido lineal del tiempo. Rayuela es el desarrollo exponencial del complejo pensamiento de Cortázar. Muchos críticos de ayer –y de hoy– no alcanzan a entender por qué exige que sus lectores “elaboren” su propio modelo para armar.
Mientras avanzo con mis tarjetitas amarillas, me doy cuenta de que Rayuela vuelve a fluir en mi inconsciente. Hace algunos años, otro intelectual cretino me dijo que Rayuela era una “fallida novelita”. El espíritu experimental había muerto. En su lugar, una crítica académica disfrazada de erudita fundamentaba sus argumentos en las reseñas que hacían algunos “iletratis mercadólogos”. El postmodernismo impuso algunas boberías (un hedonismo muy vulgar que supuestamente favorecía un fortalecimiento del yo) y la “hiperrealidad” competitiva, exigente, calculadora y violenta, completó aquello. Evidentemente, ambas tendencias “transhistóricas” encontraban (y siguen encontrando) en Rayuela a un adversario formidable. Por supuesto, Oliveira va en sentido contrario. Se niega a triunfar en un equipo que basa su “optimismo” en la enajenación existencial que produce una competencia atroz, donde lo importante ya ni siquiera es ganar sino hacer pedazos al hermano.
“Ya para entonces me había dado cuenta que buscar era mi signo, emblema de los que salen de noche sin propósito fijo”, frase que tenía sobre mi cabecera, al lado de un viejo retrato de Cortázar. Durante años me acompañó en las aventuras más brillantes de la noche.
Los detractores dicen: si Rayuela puede leerse de tantas formas se debe a que es una historia fallida. No, lo que falla es la imaginación y la capacidad lúdica de esos críticos. Los temas de la novela son la búsqueda del ser o del yo; temas nodales en la historia, no sólo de la literatura, sino del hombre. El viaje, que forma parte del campo de conocimiento interior. Dice Borges, en su prólogo para el I Ching: “Quien se aleja de su casa ya ha vuelto”. Metáfora del recorrido y el conocimiento profundo del ser. En este sentido, Oliveira debe ser considerado un héroe arquetípico. En cuanto al tema del amor, se trata de una de las historias más creativas y conmovedoras jamás escritas. No estoy muy seguro, pero tengo la impresión que algunas formas novedosas de relación entre los nuevos jóvenes tiene que ver con la trama amorosa de Rayuela, especialmente aquella que se refiere a los temas de autenticidad y libertad.
A veces pienso que yo mismo soy un personaje creado por Cortázar. Sé que buena parte de mis complicaciones metafísicas se presentaron después de aquellas primeras lecturas de Rayuela. A los dieciséis años no tenía ni la cultura ni la capacidad intelectual y ontológica para entender lo que buscaba Oliveira.
El principal problema que enfrenta el protagonista es que su mente es un desastre. Horacio Oliveira tendría que hacer un estudio de su propio caos para comenzar a ordenarlo y procesarlo. Pero lo que adora Oliveira es el desmadre. De hecho, las metodologías empleadas por el “metafísico belga franco argentino” tienden a provocar incertidumbre y situaciones donde la alternancia de vacío y saturación vivencial es llevada al máximo. En su afán de dar con “la totalidad”, el personaje se somete a experiencias “límite”. En algunos momentos se mencionan algunas alternativas terapéuticas. Por ejemplo, superficialmente se habla de Jung y el psicoanálisis. Sin embargo, Oliveira intenta aliviar su fragmentación psicológica sobre todo mediante “tips” y razonamientos fundamentados en algunas culturas orientales. Se mencionan el Tao te King, el Baghavad Gita, El libro tibetano de los muertos y el Tarot, entre otros, y es impresionante el despliegue que los personajes hacen en materia de arte, literatura y filosofía.
Nuestro personaje vuelve a Buenos Aires dejando atrás un par de amores muertos: Pola, que muere de cáncer en el seno (el seno malo del que habla el psicoanálisis), y la Maga, quien posiblemente, como la suicida de Hamlet, termina en el Sena, en el Río de la Plata o en alguno de los ríos metafísicos.
Lo que me gustaría ser a mí
En el estudio del caos encuentro a los autores que Cortázar pone a jugar en la novela: Artaud, Baudelaire, Faulkner, Goethe, San Agustín, Dylan Thomas… Todos están ahí, excepto el libro que busco. Miró, Mondrian, Paul Klee, Rembrandt, Picasso, Bessie Smith, Satie, a todos los descubrí cuando leí Rayuela a los dieciséis. Rayuela: monumental fresco “desconstruido” por la música, la pintura y el lenguaje.
La influencia de esta historia se introduce en algunas habitaciones de hotel, donde las parejas ponen en práctica las descripciones que Cortázar hace de “el cíclope”, o de textos eróticos como “yo te siento temblar contra mí como una luna en el agua”.
Ahora que encontré las transcripciones y mis paráfrasis, he vuelto a sentir una alegría casi salvaje al escribir estas reflexiones. Vuelvo a confiar en mi intuición. Rayuela desapareció del mapa no sólo porque es un libro rebelde, sino porque quienes le hacen el vacío o la denigran, en realidad le temen; son incapaces de aguantar su intensidad. Sin embargo, los comprendo: es difícil seguir a un personaje tan complejo y radical como Oliveira. Por supuesto, hay trozos de esa historia que todavía no entiendo y que me gustaría descifrar. Para mí, Rayuela sigue siendo un reto. Por ejemplo, el padre, ¿dónde está el padre? ¿No es lo que en el fondo busca Oliveira? Fugazmente “entrevemos” al padre borracho y violento de la Maga. ¿Hay otros?
Cuando murió Cortázar yo me vine abajo. Veintiséis años después, con estas líneas estoy terminado de elaborar mi duelo. Me apoyo en las noches “vomitadas de música y tabaco”, cuando “mi vida era una penosa estupidez”. Aquellos años, cuando nuestras mejores frases habían salido de sus páginas, de las escenas de París puestas en la colonia Roma mexicana. Por todos lados encontraba textos con el estilo de Oliveira. Lo verdaderamente complicado era conocer a alguien, no que pensara, sino que sintiera como el personaje de la Maga. Yo conocí a una chica como ella, que se esfumó. Creo que para hacerme de una verdadera Maga tendría que reunir a varias Lucías. Con una sola mujer es imposible. Las descripciones del amor y el sexo, lo mismo que algunos cuadros armados con lámparas y peceras, con gatos y golondrinas, con clochards y amaneceres, son una delicia. “Era el tiempo en que nos emborrachábamos de metáforas y analogías.” Creo que dejé de leer a Cortázar porque ya no podía escribir una idea sin que sintiera su pulso en mi mano. Sin embargo, tenía que volver a mi Rayuela personal si quería salir de ella. “¿Qué es un absoluto, Horacio?” Encender las velas y atravesar la luz negra, la noche oscura del alma, experimentar de nuevo la muerte narcisista en mis verbos, la suficiencia, la altanería, el maltrato al maestro, la armadura del espíritu, el afán de competencia, el rencor y la mentira, todo aquello que jamás haría Cortázar; “me obstino en la inaudita idea de que el hombre ha sido creado para otra cosa”. El dolor que le causan la miseria humana y el mundo: “Aquí todo le duele, hasta las aspirinas le duelen.” ¿Qué sería de todos aquellos escritores aprendices de Oliveira? “Dónde están mis amigos, no los veo.” Ahora deben tener docenas de corbatas y esclerosis. Antes solíamos perdernos por las calles para encontrar “estrellas y pedazos de eternidad, poemas como soles”. Cuando lo dionisíaco era una constante, lengua sagrada que, a través de la poesía, buscaba el fin de las palabras o quedarse ciego; bloqueo de los dos sentidos racionales por excelencia –“te haría tanto bien quedarte un poco ciego”, dijo la Maga. Eso sí, dejar abierto el oído órfico, porque “la acústica es una ciencia sorprendente”, dijo Gregorovius. “Esta casa es como la oreja de Dionisos”. El proceso de maduración que no acaba de cuajar: “No somos adultos, Lucía. Es un mérito, pero se paga caro.” Las pulsiones de muerte, el resentimiento contra la estupidez y la barbarie: “yo pienso a veces en matarme”; “porque a los cuarenta años se empieza a usar el retrovisor con insistencia. Jano es de golpe cualquiera de nosotros.” “En el fondo París es una metáfora”; “todos viven enamorados en París”. ¿Qué buscaban los artistas de entonces en París? La luz de la ciudad; aunque a Oliveira “empezaron a fallarle los fósforos uno tras otro”. Al final, Gregorovius define de este modo a Oliveira: “Ahora está hecho un verdadero bruto.” El extraño héroe simplemente comienza a ser:
Siempre que biene el tiempo fresco, o sea al medio del otonio, a mí me da la loca de pensar ideas de tipo eséntrico y esótico, como ser por egenplo que me gustaría venirme golondrina para agarrar y volar a los paíx adonde haiga calor, o de ser hormiga para meterme bien adentro de una cueva y comer los productos guardados en el verano .
Lo que me gustaría ser a mí sino fuera lo que soy,
de César Bruto
El personaje está listo para vivir plenamente en la poesía. Sin embargo, el absurdo y el ansia de totalidad lo llevan de regreso a América, donde termina de enloquecer. Como Roland Barthes antes de morir, Oliveira mencionó la posibilidad de un nuevo orden, pero ya “todo estaba felizmente liquidado”.
Cerré el estudio del caos. No encontré el libro, pero era lo de menos. Hacía treinta años que lo que buscaba y “lo tenía en el bolsillo”. Traveler se había quedado en Buenos Aires abrazando a Talita. Nadie supo decirme cuál de los dos gemelos era el alter ego.
¿Le gustaría tocarse el alma en el Club de la Serpiente? Tal vez descubra, como yo, lo que le gustaría ser si no fuera lo que es.