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lunes, 20 mayo, 2024
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Reflexiones decembrinas sobre un rincón típico y el calor del hogar

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Por: ÁLVARO GARCÍA HERNÁNDEZ •

Llego al restaurant rincón típico y al entrar, Don Jesús (Dueño de este magnífico lugar) me saluda con mucho afecto, como si fuera un pariente al que no he visto en un buen tiempo; me acomodo y busco un lugar un tanto alejado de la entrada; solo por hoy, quiero disfrutar de la compañía de mi inseparable compañera: la soledad. Mientras escribo estas líneas, me integro a mi nueva familia temporal compuesta por distintos comensales que añoran el calor del hogar, aquél en el que se respiraba el olor a comida, dónde se escuchaba el sonar de los trastes y el murmullo de mi familia. Recuerdo cuando mi padre llegaba a comer y el esmero de mi madre por tener algo en la mesa por más humilde que esta fuera; las tortillas calientes, los frijoles, la sopa y de vez en cuando algún trozo de carne. Pienso en la inmensa riqueza que tenía cuando mis hermanas, mis padres y yo, éramos un conjunto complejo e indivisible, llenos de amor, pues mi madre se encargó siempre de hacernos sentir ese maravilloso sentimiento a pesar de nuestras carencias y dificultades: siempre miró con optimismo la vida y nos hizo disfrutarla con lo que teníamos: nuestra fugaz infancia y la preciada juventud. Mi padre siempre trabajando de sol a sol a cambio de unos pocos pesos y sin sucumbir a jornadas extenuantes, siempre honesto, inteligente, hombre de poca estatura y una grandeza que tuve que descubrir después de su muerte hace ya algunos años. Crecimos y emigramos a varios destinos; nuestras vidas se hicieron adversas, mis hermanas se hicieron mujeres e iniciaron los éxitos y los fracasos personales al igual que los míos; lamentablemente los días de gloria de nuestra familia pasaron muy rápido y hoy, en este rincón típico, evoco lo maravilloso de nuestros tiempos, cuando en familia recorríamos aventuras en unión, en tristezas, en alegrías, en las buenas y en las malas, migrantes de distintos terruños, Ciudad de México, Guanajuato (Jaral y Valle de Santiago) y finalmente, mi querido Zacatecas. Regreso de mis pensamientos y me encuentro rodeado de varia gente, me siento menos triste y al fondo se escucha Joan Manuel Serrat, Mediterráneo, aquellas pequeñas cosas, la mujer que yo quiero, pueblo blanco y otras melodías que hacen de mi comida una verdadera proeza, me siento menos solo y, reflexiono en esta época decembrina en mi hoy y en la incertidumbre de mi mañana, pienso en los míos y me pregunto si pensarán también en mí. Soy un afortunado, pues no todos los días se puede comer junto al Che Guevara, Fidel Castro, Cantinflas, Miroslava y Tin tan, pues las paredes del rincón típico están tapizadas con un estilo muy personal, con fotografías de los clientes frecuentes y artículos personales donados o de la propiedad de Don Jesús, anfitrión único que de forma peculiar atiende mesa por mesa ofreciendo la comida y el agua de sabores,  quien esmerado en la atención, nos hace sentir de nuevo en casa, con una familia que cambia de integrantes de vez en vez, con platos de barro y una sopa de nube o arroz, ingredientes que nos hacen sentirnos arropados, aceptados y esperados nuevamente. El rincón típico, es mucho más que un restaurant de comida mexicana, me despojo de los avatares diarios, disfruto mi estancia en este mundo y cada que mi corazón advierte la necesidad de comer para el alma y satisfacer algunas de mis carencias emocionales, acudo a este sitio, pues a veces se dificulta el encuentro con los nuestros, aquellos de vínculos inseparables que sortean sus propios retos o que se encuentran en otras latitudes geográficas o astrales; sentados tal vez, junto a nosotros sin ser vistos, cuidándonos, secando nuestras lágrimas o abrazándonos en tardes como éstas en dónde nos creemos solitarios entre multitudes. Gracias al Gran Arquitecto del Universo, pues sin saberlo, una sopa nos puede trasladar en segundos, a aquellos años en los que éramos muy afortunados sin saberlo y, si me lo permiten, solo pudiera recomendar que disfruten al máximo su familia, que resten importancia al orgullo, al enojo y que vivan intensamente la aventura de comer en familia, así sean unos frijoles, pues tal vez un día podrán disfrutar de lujosos banquetes sin tener de cerca a entrañables amigos y familiares.

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