Lo sabíamos. No cambiaría por magia o por decreto la violencia contra las mujeres ni siquiera ahora por que tenemos presidenta, así, con “a” como ella lo dijo, y por tanto comandanta de las fuerzas armadas.
No es una victoria menor, el arribo de Claudia Sheinbaum a la presidencia sí es un significativo y elocuente avance en la lucha por un mundo más justo en el que no se deje en segundo plano a la mitad de la población; pero no resuelve la realidad violenta e inequitativa de muchas de sus congéneres.
Así lo reconoció ella en su primer discurso como presidenta, cuando reivindicó no solo a las mujeres heroicas que han hecho historia como Leona Vicario, Josefa Ortiz de Domínguez o la propia Ifigenia Martínez de quién había recibido la banda minutos antes, sino también las miles de mujeres que desde el anonimato han contribuido a la construcción del país haciendo una labor muchas veces infravalorada hasta por sus beneficiarios más directos.
La respuesta misógina no se hizo esperar, y en voz de uno de sus íconos culturales: el comediante Rafael Inclán, quien con aire peyorativo dijo que tendríamos seis años de ama de casa en la presidencia.
Y es que la condición de género de Claudia Sheinbaum da posibilidades de llevar más lejos los insultos clasistas con los que trataron a su antecesor, Andrés Manuel López Obrador, porque a pesar del origen clasemediero que criticaban en campaña, para ella usan el mote de “presirvienta”
Peor trato ha recibido Citlali Hernández. La nueva secretaria de las mujeres recibió siempre un trato denigrante de su compañera Lili Téllez y del empresario Ricardo Salinas Pliego quienes basaban sus críticas no en las posturas o acciones políticas de Hernández, sino en su aspecto físico, llamándola constantemente “cenadora”.
Una variante de esta bajeza vivió recientemente la senadora Andrea Chávez, de quién el caricaturista Antonio García Nieto publicó una fotografía falsa de contenido erótico y acompañada de la frase la “cenadota de la república” en una probable referencia a su vida sexual, como puedo inferir cualquier persona que haya cursado la secundaria, y no porque el grado académico sea necesario para la interpretación, sino porque es el entorno habitual de esa actitud adolescente.
Andrea Chávez inicialmente explicó que no entablaría proceso legal alguno contra el monero, sin embargo, la respuesta social y la propia actitud del caricaturista la hicieron reconsiderar su decisión, y ahora recurrirá a la Ley Olimpia par buscar sancionar esta conducta.
Lo hace, según ella misma lo dice, porque si ella desde su condición de privilegio lo deja pasar, no pueden esperar mucho las miles de mujeres que todos los días son víctimas de actitudes como esta a quienes es más difícil acceder a la justicia y abonar al cambio cultural que se requiere.
En respuesta a esto y también al apoyo recibido, en la red social X se hizo tendencia el hashtag #Putonasdelbienestar y aunque participan en él particularmente bots, no es difícil deducir el origen de este ataque.
En lo legal, puede esperarse que los instrumentos jurídicos y el marco normativo le faciliten a la senadora Chávez sentir respaldo institucional para hacer frente a esto actos de violencia. Sin embargo, no hay instancia gubernamental ni poder humano que logre frenar una cultura sexista sin los años y el cambio de mentalidad paulatino y constante.
Seguir los procesos legales ayuda, pero no resuelve, porque el problema es de una complejidad mucho mayor y atraviesa por nuestra costumbre de hacer sorna de las mujeres que crecen políticamente en función de sus relaciones, mientras se aplaude las “donjuaneses” de los hombres que solicitan favores sexuales a cambio de su respaldo.
En ese mismo sentido se complican las cosas si a cualquier crítica política se le elude argumentando violencia de género, aún cuando no la hay, lo cual ocurre también.
No es el caso del asunto Garci versus Andrea Chávez, y es evidente porque el “chiste” no sería posible con un protagonista masculino.
¿Un error, una mala broma? En la eterna deconstrucción no es descabellado retar a que el que esté libre de pecado tire la primera piedra. Pero si el error es involuntario y hay verdadera reflexión, la conducta no es reiterada ni la protagonista continuamente revictimizada