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jueves, 16 mayo, 2024
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El que se sienta puro y libre de pecado que tire la primera condena

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Por: RAYMUNDO CÁRDENAS VARGAS •

En la Iglesia católica no todos son homofóbicos. Hay no sólo fieles sino sacerdotes que no ven en la homosexualidad un problema insuperable. Lo cual introduce la pregunta: ¿es la homosexualidad una práctica anticristiana? Responder que ‘sí’ equivaldría a afirmarla como una causa dogmática y, por ello esencial a dicha religión; y afirmar que ‘no’ significa aceptarla como un rasgo contingente e histórico que puede cambiar. Los componentes esenciales que definen al propio cristianismo no dependen de contingencias históricas, como el caso del mandato del amor, la identidad con el desvalido, la necesidad de buscar el reinado de Dios, la afirmación de Jesús como el Mesías salvador y la aceptación de un Dios trinitario. Ese tipo de cosas no dependen ni del tiempo o la cultura, que es relativa. Sin embargo hay rasgos que han pertenecido a la tradición por largo tiempo y no por ello son esenciales; y que por lo mismo es posible su modificación. Por ejemplo, en el papel de las mujeres el cristianismo (igual que otras religiones) ha sido heredero de culturas patriarcales y, por tanto, ha sostenido tradiciones misóginas brutales, pero que en lo absoluto se han convertido en dogma; o el divorcio, que inicialmente el propio Jesús se opuso a su realización pero por el motivo de proteger a la mujer de ser repudiadas por cualquier cosa, por tanto, por los mismos motivos que rechazaba esa práctica en aquellos tiempos, ahora la aceptaría, sobre todo si es el caso en el que la mujer se libra de un yugo insoportable. Como vemos, el precepto del divorcio depende de un discernimiento histórico. De la misma manera el celibato, que se hace obligatorio apenas en la baja edad media y, por nada constituye dogma alguno: puede eliminarse o hacerse opcional y no cambia la esencia del cristianismo.

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Pues bien, es el mismo caso de la homosexualidad: durante siglos formó parte de la tradición que lo abominaba, e incluso en ciertas tradiciones judías se pedía la muerte por lapidación para aquellos que lo practicaran. Sin embargo, con el cambio de esa mentalidad se ha caído en la cuenta de que lo que constituye la verdadera abominación es la propia homofobia, que hace sufrir inútilmente a personas de carne y hueso. La homofobia no es dogma y por tanto puede cambiar. Lo importante o esencial es que las personas que se unan en matrimonio conformen una comunidad basada en el amor, el respeto y la mutua protección que los haga crecer como personas a ambos. Esto último sí es esencial.

Por ello, no es extraño que fieles y sacerdotes católicos se manifiesten en contra de las manifestaciones de ciertos jerarcas que hacen un llamado no al amor, sino al odio, y hemos visto las consecuencias violentas que esto trae consigo. Estos jerarcas se parecen a los sumos sacerdotes del Sanedrín que persiguieron a Jesús acusándolo de blasfemo e impuro. Con un lenguaje de falso puritanismo que inflama el odio entre las personas diferentes. Es refrescante observar que la pelea por el respeto a los derechos humanos de los homosexuales también se da al interior de la Iglesia católica y hay sacerdotes auténticos que los defienden. Al igual que todos los derechos civiles, se forjan en la lucha y la perseverancia. El que se sienta puro y libre de pecado que tire la primera condena.

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