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martes, 7 mayo, 2024
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Editorial Gualdreño 569

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Por: JÁNEA ESTRADA LAZARÍN •

Los anhelos más preciados

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Llegamos al teatro temprano, había poca gente y una pequeña angustia quiso invadirme; sería una lástima que no vinieran a ver la obra, pensé, pero poco a poco fueron llegando los asistentes hasta llenar la mitad de la sala del Teatro Ramón López Velarde. Esa especie de angustia de que no llegara más público se debía principalmente a que las obras de teatro de Claudio Valdés Kuri suelen ser una experiencia extraordinaria; previamente había visto por lo menos 5 de ellas, todas diferentes, pulcras y de una belleza inusitada; todas sus puestas en escena, además, son una especie de clase de buen teatro: actuación, dramaturgia, dirección, iluminación, producción, escenografía son, por decir lo menos, impecables.

Las luces se apagan, una voz en off da la tercera llamada  y en el centro del escenario aparece don Quijote – Rodrigo Carrillo Tripp- en una posición complicada: tendido sobre el piso parece tener una pierna atorada en un hilo invisible que no le deja bajarla… a su lado, un libro abierto, es el libro que sobre él ha escrito Miguel de Cervantes Saavedra, ése que muy pocos han leído completo, pero que de alguna forma ha estado presente en nuestras vidas, ya sea porque nos obligaron a leerlo en parte durante los años de escuela, por las múltiples representaciones visuales que existen del ingenioso hidalgo, o porque hay frases que se han vuelto parte de nuestra vida cotidiana -aunque algunas, atribuidas a él, ni siquiera aparecen en el libro-.

Quijote, vencedor de sí mismo, Dir. Claudio Valdés Kuri. Foto de Pablo Pedroza.

Don Quijote habla e invita a alguien del público a que pase y le ayude; de inmediato un joven sube y sigue sus instrucciones, toma el libro y comienza a leer en voz alta y el personaje que sigue piernas arriba le interrumpe de vez en cuando para clarificar algunas palabras que, por el desuso, pueden ser incomprensibles. Ahí la primera lección: si no entiendes algo investiga, el texto puede ser complicado, pero es fascinante si dedicas tiempo a su comprensión (y el texto es equiparable a la vida misma).

El ayudante improvisado cierra el libro y don Quijote finalmente puede incorporarse para quedar solo nuevamente en el escenario; no hay escenografía alguna, no hace falta, el diseño de iluminación es perfecto y va marcando los ritmos y los tiempos, qué maravilla. Don Quijote hace una reflexión primaria sobre los dos tomos que sobre él se han escrito, sobre “el autor” que determina qué le ha de acontecer (“¿Quién es tu autor?”, pregunta a las personas ahí presentes). Otro espectador sube para nombrarlo “caballero” y de ahí en adelante es la vorágine, el remolino de sucesos contados en distintos capítulos que al azar va seleccionado de un libro con fuerzas superiores a las de su voluntad. Lo abre y lo cierra, salta, se adueña del escenario, lo llena, nos llena a todos. Cuando sube un voluntario más e interpreta a Cardenio y luego otros dos más que interactúan con él, el público va de la risa al llanto, porque sí, nos reflejamos en sus desventuras y desasosiegos: “A todos nos pasan cosas malas, pero saldrás adelante”, algo así le dice don Quijote y parece decirnos a todos también.

Luego, una espectadora ilustrada -Irma Sánchez Gutiérrez-, la única que sí ha leído los dos tomos completos, sube y comienza un nuevo ritmo, el de la reflexión, el de ver que todos tenemos un libro con fuerzas poderosas, de recuerdos buenos y malos, de situaciones en las que mientras hemos necesitado ayuda hay quienes, sumidos en la apatía han preferido callar y negarnos auxilio, pero también están los otros, los que nos muestran su solidaridad. Al final -y qué final-, la espectadora propone salvar a don Quijote -porque en el tomo 2 el autor ha decidido que muera- y sabe que sólo los anhelos más preciados lo pueden salvar; por eso pregunta al público cuáles son esos anhelos y es ahí cuando, la tarde del 7 de abril en Viernes Santo, la magia del teatro nos cubrió: un niño del público gritó “¡El reciclaje!”, dos filas más atrás alguien más dijo “Cuidar a los niños y a las niñas”… el niño que habló al principio remató: “La paz, que también regrese la paz”.  Y fue así como comenzó a escribirse la primera página del tomo 3 de la vida de don Quijote, quien desde el proscenio nombró a todos los presentes como “caballeros” y “caballeras” para poder enfrentar las vicisitudes de este mundo. Todos de pie. Y yo continúo aplaudiendo la labor de Teatro de Ciertos Habitantes desde aquí.

 

Que disfrute su lectura.

 

Jánea Estrada Lazarín

[email protected]

 

 

https://issuu.com/lajornadazacatecas.com.mx/docs/la_gualdra_569

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