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jueves, 25 abril, 2024
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Lo político ahogando lo social, Cervantes y el Quijote

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Por: Mauro González Luna •

Vivimos tiempos en que lo político priva sobre lo social de manera exorbitante, cuando debiera ser la vitalidad social creadora lo preeminente. La comunidad y la cultura sobreviven arrinconadas en la sombra, secándose a falta de sol. De vez en cuando, por fortuna, se resisten y asoman en búsqueda de luz y agua, como hace pocos días.

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Todo se centra en lo político; no hay nada más. Pero ello conduce a la pregunta y respuesta del enorme poeta profético Hölderlin en Hiperión: «¿qué utilidad tendrá la pared que proteja al jardín si la tierra permanece seca y yerma? Solo la lluvia del cielo la puede reverdecer». La pared es el Estado, y el jardín, los seres humanos libres hermanados en lo social. Hablemos entonces de esos que devuelven a los pueblos la primavera. De Miguel de Cervantes Saavedra, en esta ocasión, si te parece, amable lector.

Cervantes es universal por su Quijote. Hablemos, aunque sea un poco, de los dos que «buscaron lo más alto y bello», cuyo nombre es «belleza», al decir de aquel profético poeta alemán.

Nace Cervantes en Alcalá de Henares, en el año de 1547. Sus padres: Rodrigo de Cervantes y Leonor de Cortinas. Su infancia: muy dura por aprietos económicos de familia. En Sevilla, aprende latín, pero no puede seguir estudiando por no contar su padre con recursos suficientes. A los 18 años, tiene la fortuna de acomodarse en el séquito del Cardenal Julio Acquaviva, por lo que va a Italia donde estudia en su lengua a los grandes literatos italianos.

En ese tiempo, Solimán el Magnífico está amenazando con invadir Europa con su gran flota. S.S. Pío V pide que se unan en una liga para defenderse del invasor. El Imperio Romano Germánico y Francia no aceptan; el Papa con sus soldados, España, Génova y Venecia se unen para pelear. Todos los cristianos españoles ingresan al ejército al mando de Don Juan de Austria. Y Cervantes no es la excepción. 

Y en la batalla de Lepanto, del 7 de octubre de 1571, «la más alta ocasión que vieron los pasados siglos», los cristianos se alzan con la victoria frente a los turcos. Cervantes va en la galera la Marquesa, en uno de los camarotes, acostado pues tiene escalofríos en esos momentos. Empieza la batalla, Don Miguel se levanta y va a pelear, y se coloca en la primera fila, y se porta como un gran valiente, es herido dos veces en el pecho y una bala le inutiliza el brazo. 

Allí está peleando hasta caer desmayado. Juan de Austria sabe de las proezas del Manco y para premiarlo, lo nombra capitán. Lo manda a España en la galera el Sol. Cerca de Marsella, los tripulantes de la misma son hechos prisioneros, y llevado a Argel Cervantes, donde está cinco largos años en cautiverio, hasta que el fraile Juan Gil lo rescata, pagando a los captores 3 mil escudos.

Vuelve a España en la miseria. Se pone a escribir unas obrillas sin éxito. Conoce a Doña Ana de Villafranca, se junta con ella y tiene una hija, Isabel Saavedra -apellido que Cervantes se asigna por influencia argelina-. Con el tiempo, se separa de Doña Ana. Después en Esquivias, se casa con una pariente suya ya vieja pero rica, Doña Catalina de Salazar, con quien vive un tiempo en paz, pero al poco se separan, pues Don Miguel ¡solo escribe!

En Argamasilla tiene un empleo de recaudador, pero el gobierno no le paga por la situación de pobreza terrible que se vive por una sequía, y él para sobrevivir, toma algo de las especies recolectadas; por ello, es hecho prisionero durante 8 meses. Allí madura la idea del Quijote que había planeado en Argel. En Sevilla tiene un nuevo empleo de abastecedor, pero no le pagan, y por lo mismo él no puede pagar a sus acreedores. Lo llevan a la cárcel, y ¡allí escribe el Quijote, en Sevilla! 

Es puesto en libertad y manda editar su Quijote -la primera parte- en 1605. Tiene un éxito maravilloso, en todas partes se lee, en tribunales, cortes, templos, calles, plazas. En ese mismo año salen 5 ediciones más, 25 mil libros. Pero no sale de apuros económicos, ya que quien gana es el editor. Promete una segunda parte. Avellaneda quiere comerle el mandado y edita la segunda parte; la gente no entiende el cambio, pues carece del ingenio de la primera y ya no se puede reír como antes; en suma, es un fracaso. De allí, que «nunca segundas partes -las de Avellaneda- fueron buenas.»

Entonces, Cervantes escribe la segunda parte en 1615. Ello lo agota mucho físicamente. Muere el 23 de abril de 1616 en Madrid. Enterrado en la Iglesia de las Trinitarias donde estaba su hija monja. Le da los últimos sacramentos su enemigo literario, Lope de Vega, «monstruo de la naturaleza», por su genio también imperecedero.

Decía mi ilustre maestro marista, Don Salvador Mora Lomelí, siguiendo a Marcelino Menéndez y Pelayo, que nadie ha logrado como Cervantes, y posiblemente nadie lo logrará, servirse del castellano con la precisión, donosura como él lo hizo. Él convierte nuestra lengua, en el idioma más expresivo, natural y hermoso de todos los que existen. Cervantes posee el don de la facilidad, que equivale a una potencia productiva tan rápida como espontánea; nunca se detiene para limar su trabajo, nos comentaba mi maestro de inolvidable memoria.

Y como ya no hay espacio, del Quijote hablaré en otra ocasión si así se me permite. Solamente diré que vale la pena empezar por el prólogo de tan grande obra, escrito por el mismo Manco de Lepanto. Comienza así el dicho prólogo: 

«Desocupado lector: Sin juramento me podrás creer que quisiera que este libro, como hijo del entendimiento, fuera el más hermoso, el más gallardo y más discreto que pudiera imaginarse; pero no he podido yo contravenir al orden de la naturaleza, que en ella cada cosa engendra su semejante. Y así, ¿qué podría engendrar el estéril y mal cultivado ingenio mío, sino la historia de un hijo seco…, bien como quien se engendró en una cárcel…. Pero yo, que, aunque parezco padre, soy padrastro de Don Quijote…».

Dice Cervantes en tan discreto prólogo, que, por sus limitaciones y falta de citas, anotaciones, epigramas, glosas, acotaciones, él determina que «el señor Don Quijote se quede sepultado en sus archivos en la Mancha, hasta que el Cielo depare quien le adorne de tantas cosas como le faltan…». Pero un señor amigo suyo lo persuade de no sepultarlo, dándole unos consejos de cómo añadir glosas, elogios y demás linduras. Y así, se despide Cervantes, «príncipe de los ingenios», del desocupado lector: «Y con esto, Dios te dé salud, y a mí no me olvide. Vale.»

Y entre las citas recomendadas para el prólogo, ésta del poeta latino Horacio: “Non bene pro toto libertas venditur auro” (La libertad no se vende por todo el oro del mundo). ¡Qué cierta esa, ayer y hoy y mañana! 

Dedico este artículo con afecto y simpatía a mis «desocupados» lectores, en recuerdo del príncipe de la lengua castellana. Y especialmente a mi amigo Javier Ávalos Fernández, brillante ingeniero y hombre de bien, a quien desde hace años no tengo el privilegio de saludar; ojalá que pronto haya ocasión para darle un fuerte abrazo fraterno.

P.D. En la SEP se quitaron las máscaras y apareció el rostro bárbaro de la insolencia del poder: la hybris o desmesura. Lo que pretenden funcionarios de la SEP en materia educativa, recuerda lo dicho por el Duce Benito Mussolini ante la Cámara Fascista en 1929: «¡En este punto somos intratables! La enseñanza es nuestra…». Sepan esos funcionarios que la tarea educativa pertenece ante todo y, sobre todo, «en primer lugar a la familia, al padre y a la madre, por derecho natural, de manera inderogable, ineludible». Las libertades están en juego, depende de la nación entera defenderlas.

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