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viernes, 19 abril, 2024
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Naco o corriente (primera parte)

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Por: ÓSCAR GARDUÑO NÁJERA •

Me toman del hombro y en esas pienso, ya valió madres, mejor no volteo, ya me tocó, y todo por salir a chingarme un puto cigarro, qué pinche necesidad, mejor me hubiera quedado en la mesa con la Chinita, ahí seguiríamos en el chisme, que si nos conviene volver a ser novios, que si no, que ella ya tiene otros intereses, y con las rolitas del Julio Preciado que ya había puesto el doncito de al lado, si hasta pidió que le cambiaran una sor Juana por puras de a diez varos porque solo y chupando puras libres de Bacacha blanco… pero si hasta se ve que es medio cabrón, namás que el alcohol, ¡chin!, a todos dobla, me cae, le dije antes de salirme a fumar…

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Y ahora la mano en mi hombro y seguro en cuanto me voltee ya me cayó la voladora, me van a atracar aquí mismo, seguro que yes, con eso de que el mesero apenas me acaba de advertir: “no salgas a estas horas, andan bien pinches ratotas allá afuera”, pues ni modo…

La mano me jala, me volteo y ahí está, mientras el señor de las bacachas blancas y Julio Preciado ya se anima a cantar y la Chinita desde el fondo, en nuestra mesa, me lanza una mirada de “nomechingues” dijiste un cigarro, no toda la cajetilla y “averaquéhora”.

“¡Quiubole, pinche lechero!” (pausa: me decían lechero de niño, mi madre tenía una lechería a unas calles de aquí), me dice una vez que, face to face, y tres personas pasan entre nosotros ya medio pedas, y el mesero que nos atiende sale por fin y, con voz de policía de barrio, pregunta “qué, güero, ¿todo bien?”, “¿güero?”, pregunta el que tengo enfrente… y agrega con sorpresa, “¡no mames!, si es el pinche lechero”, y el mesero se agarra la boca como si le doliera la dentadura luego del mejor punch para no mostrar su risita.

No distingo al que insiste en llamarme pinche lechero, pero no se me ocurre preguntarle quiubo, ¿tú quién eres, pinche feo?, porque yo ni te conozco, sólo sé que es alto, no escuálido sino chupado, como los huesos que dejan los perros callejeros, que sus brazos, su cuello, su rostro es un rico muestrario de cicatrices de tamaños y anchuras y que debajo del ojo derecho lleva tatuadas dos lágrimas que, aunque negras, de tan reales parece que en cualquier momento van a caer; está rapado a cero y lo mismo que en sus brazos y en su cuello, su cabeza es una huesuda e irregular cartografía que parece conducir al infierno. “¿Quieres un pase de coca, pinche lechero?”.

He llegado a una conclusión: no me conoce, ni siquiera sabe si soy hijo de la lechera o no, tal vez lo de lechero es una clave, y el mesero se vuelve a aparecer, “¿todo bien?”, y el Pelón, ya me ha dicho que así es como lo conocen ahí, le contesta al mesero, “¡sí, chinga!, todo bien, tráete dos bolas de cheve oscura acá fuera, le voy a invitar una a mi amigo el pinche lechero”, y entonces no sé por qué me va a invitar una bola de cerveza si ya le he aclarado que no quiero cocaína, no quiero nada de él.

A lo lejos llegan tres hombres, apenas si alcanzo a distinguir su aspecto, pues es de noche, “quiubo pinche pelón, qué, se me hace que ya andas bien arribota, ¿verdad?”, le dicen, “nel, nel, tranquilo, tengo que chambear en un rato”… y yo estoy como idiota mientras el Pelón me cuenta que uno de ellos, el más bajito, era amigo de un güey que escribía en periódicos, un güey que era reteinteligente, y que luego se murió, vive a unas cuadras de aquí, y casi entre dientes, sin quererme relacionar de más con el Pelón, le pregunto si sabe el nombre y me dice que algo de “Monsiquiénsabequé”, pero que era bien alivianado con todos, que “luego los domingos se invitaba las cheves en los partidos de fucho que se armaban afuera de su casa”.

En eso se ve venir a unas calles una patrulla, enciende la torreta, pienso que ya valió madres, seguro que nos suben, no sé qué pretexto van a encontrar, pero nos van a llevar a los dos, pienso que el Pelón trae droga en la bolsa de su pantalón, daños a la salud, eso amerita reclusorio, volteó a ver dentro del Salón Portales para buscar el apoyo de la Chinita y veo la mesa vacía, quién sabe desde a qué hora se fue; saco mi celular, un Whats: “quédate con tu pinche noviecito y a ver si ya te los buscas más bonitos”.

La patrulla pasa despacio y nos echa la luz, el Pelón me dice “aguanta, tú no te muevas”, aunque a lo mejor de aquí nos vamos a la grande, en eso uno de los policías saca una linterna con una luz amarilla que casi nos deja ciegos y el Pelón saluda: “¡quiten esa madre!, no sean cabrones, mientras en las bocinas del radio de la policía se escucha: “te estamos vigilando, pinche Pelón me sobas”.

El Pelón pide otras dos bolas de cerveza y yo no encuentro cómo zafarme, me sigue haciendo la platica, me pregunta que cómo está mi jefa, le digo que bien, dice que él la quería un chingo porque le daba muy buenos consejos.

Del salón Portales sale más gente a fumar y el Pelón no les quita la vista de encima, los escanea, se acerca, me dice: “ya viste el reloj de ese pinche viejo, ha de andar como en unos diez varos, pon tú que nos den cuatro varos (¿nos den?), ya viste la pulserita de esa reinita, pinche niñita hijita de papi, se ve que es medio piratona, pero en el monte si nos dan aunque sea una milpita”.

Escanea a todos de los pies a la cabeza y eso que el Salón Portales es una cervecería de barrio, pero de un barrio donde no faltan los que se quieren dar sus baños de pueblo, por eso es que de unos años a la fecha ya también llegan muchos juniors que son presa fácil de la delincuencia, y el Pelón es uno de los que se aprovecha de las modas de las cantinas. “A esos cabrones con pantalones Livais antes se los quitábamos aquí en la vecindad”, se ríe.

Seguro el Pelón creció en esa vecindad, no me importa, le digo que me tengo que ir, me aprieta del brazo y me dice “¡aguántese, viene lo mejor!”, y entonces sí, me espanto, me van a asaltar en el mejor de los casos o ya estoy metido en un secuestro, así que no tengo opción, sigo escuchando al Pelón mientras desde adentro del Salón Portales nos llega el sonido de las canciones de Julio Preciado aunque el don de las monedas de diez pesos ya se quedó dormido en la mesa desde hace como media hora y uno de los meseros de vez en cuando lo mueve de un hombro como para despertarlo como muñequita en almohada.

El Pelón cada vez está más nervioso y yo estoy casi a punto de echarme a correr, pero pienso que igual me están esperando sus amigos en la esquina, ahí me topan, me va a ir peor, me callo, escucho lo tenga que decirme; estamos afuera del Salón portales en una suerte de ebrio confesionario, hasta que no sé por qué se me ocurre preguntarle si ha sido la única vez que ha estado en el reclusorio y me mira fijamente, una mirada indescriptible, quizás con cierta ternura, pero atascada también de odio, rojiza, cristalina, me dice que “nel, ya desde chavo había ingresado al tribilín”, y le pregunto que cosa es el tribilín, “¡ay, pinche lechero!, el tute matute, el bomberito, el tribunal para menores, y me metieron porque le partí su madre a un hijo de puta que se quiso pasar de lanza con la jefa y pus tú sabes que la jefa es intocable, ¿a poco no?, veníamos en la pecera y le quiso meter mano. (Continuará). ■

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