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jueves, 28 marzo, 2024
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El poder del presidente

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Por: SOCORRO MARTÍNEZ ORTIZ • Admin •

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Por estos días, Ediciones Proceso ha puesto en circulación un libro de Ernesto Villanueva e Hilda Nucci titulado Los parásitos del poder. En él, los autores reflejan de manera muy objetiva, el cúmulo de poder y privilegios que tiene el presidente mexicano más allá de haber concluido su mandato. Así, se constata que en realidad, el titular del Poder Ejecutivo es un tlatoani.

Manuel Villalpando y Alejandro Rosas, señalan la importancia que tiene y ha tenido la figura presidencial.

Los antiguos mexicanos creían que el tlatoani era el vocero de los dioses, el que habla, la ceiba frondosa que con su sombra protegía al pueblo. Era obedecido, era temido; nadie podía mirarlo de frente, mucho menos podía tocarlo. Era también un dios, su palabra era ley, y sus órdenes eran cumplidas al pie de la letra. Nadie osaba contradecirlo. Él concedía las tierras; él disponía de la vida de sus súbditos; él, siendo hombre, había alcanzado la divinidad. Vivía en el mejor de los palacios; tenía más mujeres que ninguno; su calzado era de oro, su poder era absoluto. Los tlatoanis, comenzaron a gobernar nuestro país a partir de 1325. Posteriormente, en 1521, su figura fue suplida por el Rey de España, mítico personaje que jamás se vio por estas tierras, pero en quien residían idénticas características, las mismas poderosas facultades de su antecesor náhuatl. Consumada la Independencia de México, los presidentes y los dos emperadores se transformaron en los modernos tlatoanis. El pueblo mexicano llegó a creer con ayuda de los aduladores del poderoso en turno, que en el presidente radicaban todas las potestades, y en sus manos estaba la solución de todos sus problemas.

De 1821 a 2010, el Poder Ejecutivo de la nación, muchas veces estuvo en manos de quienes se creyeron dioses, reencarnación del tlatoani. Exigieron sumisión y obediencia. Fueron reverenciados y enaltecidos. Gobernaron a su antojo, abusando de la inocente ilusión de un pueblo, que ha creído en el milagro del hombre providencial, del ser superior que vendrá a remediar sus necesidades y a resolver sus dificultades. Con el voto del año 2000, los mexicanos rompieron una inercia de siglos. La democracia no significa alternancia del poder, fin de los fraudes electorales y derrota del partido oficial, sino que abre posibilidades nunca antes exploradas como son, que un presidente esté acotado y limitado tanto por la ley, como por las fuerzas políticas y la opinión pública; un presidente al que hemos dado el carácter de mandatario y no de divinidad; que no es omnipotente; que no es un tlatoani, porque su poder no viene de la mentira que creyeron nuestros antepasados, sino de la voluntad expresada en las urnas.

Sin embargo, pese a esos antecedentes y derivado del sistema presidencial de nuestro país, el presidente mantiene superioridad que se refleja en un amplio margen de facultades para consolidan su poder y engrandecer sus privilegios de manera vitalicia.

El análisis que realizan los investigadores Ernesto Villanueva e Hilda Nucci en su obra Los parásitos del poder, incluye estudios comparativos entre 21 países: Australia, Botsuana, Canadá, Chile, Colombia, Costa Rica, Dinamarca, España, Estados Unidos, Francia, Italia, Nigeria, Nueva Zelanda, Perú, Reino Unido, Sierra Leona, Singapur, Sudáfrica, Suiza. Zambia y México, para determinar las prestaciones anuales de los ex mandatarios, como son pensiones; seguro social; seguro de gastos médicos; asistencia y protección para ellos y sus familias; subsidios en servicios de seguridad y, además, lo que se refiere a la pensión que reciben sus descendientes. En todos los casos, las diferencias son notables y exageradas, incluso, todos esos privilegios son mayores en México que en los países del primer mundo.

Y es que, desde el ejercicio de sus funciones, ya el presidente mexicano es un ser todopoderoso, pues tiene múltiples facultades que provienen de tres grandes fuentes: 1.- La Constitución. En estas encontramos principalmente las que ejerce sobre el poder legislativo; sobre el poder judicial; en materia de procuración de justicia y también en materia de las Fuerzas Armadas. Otras, como la expulsión de extranjeros previo procedimiento administrativo. 2.- Las leyes ordinarias. Aquí, encontramos su intervención en los organismos descentralizados, empresas de participación estatal así como su intromisión en los medios de comunicación. 3.- Del sistema político. Estas se refieren a su papel como “jefe del PRI”, la designación de su sucesor y “designación” de los gobernadores.

Con el trabajo de los doctores Villanueva y Nucci, se puede contrarrestar lo relacionado a las limitaciones de las facultades del presidente, que menciona Carpizo en su texto El Presidencialismo Mexicano, pues lejos de tener control legal o político que restringa su poder, ese vacío es lo que permite que se extienda, fortalezca, trascienda, y lo más grave, que tenga carácter vitalicio.

Quien fuera rector de la UNAM, afirmaba que tales limitaciones son; el derecho de veto; el tiempo; juicio político de responsabilidad; grupos de presión; la prensa; organismos no controlados y el derecho internacional. Pero, al concluir el sexenio, se apaga la luz de la pantalla que por seis años permitió al presidente, ser el centro de atención y de atracción. ■

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