Incapaces de ver la luna, sino obnubilados por el dedo que la señala, se evalúa desde la superficie la elección judicial.
La oposición celebra participación del 13% o, más alegremente abstencionismo del 87% que traducen en automático en rechazo a la elección en sí misma. Olvidan que el promedio de participación en una elección presidencial es de 60% y a nadie se le ocurre que el 40% restante prefiere una monarquía.
En esa misma línea algunos comparan los 13 millones de votos con los 35 millones obtenidos por Morena en 2024, asumiendo que todo votante de la elección judicial lo es de Morena, aunque entre ellos se encuentran algunos gobernadores del prianismo.
Con ese enfoque como base, la presidenta ya los dejó mal parados en la conferencia mañanera de este lunes, pues recordó que los 13 millones de participantes en la elección judicial superan los votos del PRI (5 millones) y del PAN (9.6 millones) en ese mismo año.
Pronto vendrán los análisis no desde los cuántos sino de los quiénes, y en ese tenor la 4T sale bien parada. Con los resultados disponibles hasta ahora parece que continuarán en funciones las ministras propuestas por López Obrador: Lenia Batres, Yasmín Esquivel y Loretta Ortiz, y quizá permita la entrada de María Estela Ríos, consejera jurídica de AMLO. En el caso de los varones encabeza el mixteco Hugo Aguilar, y de cerca le siguen candidatos postulados por el poder ejecutivo.
Sin embargo, los quiénes eran cosa ganada porque antes de la reforma el mecanismo consistía en que la presidenta propusiera ternas al Senado (también dominado por la 4T), y en caso de ser rechazadas, Sheinbaum hubiera podido designar directamente a sus favoritos.
Si la legitimidad que pretenden regatear se basa en el terreno de los cuántos, su lucha está perdida. Casi cualquier cifra sería superior a los 128 integrantes del Senado y ni se diga a lo ocurrido en 1995 con Zedillo dando un manotazo a la Suprema Corte de Justicia de aquella época.
Todo parece imposible hasta que se hace (Mandela dixit). Es esa la luna que no vislumbran; el cambio de paradigma, la materialización de lo que hasta hace un par de años sonaba imposible: llevar el poder judicial a las urnas; tan imposible como parecían los gabinetes paritarios en el 2000 (cuando López Obrador integró el primero en CDMX), tan imposible como dar pensión universal a adultos mayores hace veinte años, o tan imposible como establecer mecanismos de participación ciudadana como la consulta, el plebiscito y la revocación de mandato, este último reivindicado hace unos meses hasta por sus iniciales detractores.
Lo imposible está hecho: los togados bajaron del pedestal, abrieron redes sociales, explicaron sus funciones y actuaciones, conocimos sus nombres y sus rostros.
Ciertamente los valientes que se atrevieron a someterse a las urnas fueron abandonados por aquellos que decían confiar en el poder judicial como estaba antes de la reforma. No los apoyaron, no los defendieron. También dejaron solos a los postulados por el poder judicial. ¿Suponen más dignidad en el default que en la goliza?
Justifican en neolengua orweliana: “Los verdaderos demócratas no votan” dicen algunos; otros reeditan los argumentos históricos para negar el voto a la mujer, o para defender a la monarquía: el derecho divino (académico en la versión contemporánea), el orden y la continuidad, la herencia histórica, y sobre todo la supuesta ineptitud del pueblo para gobernarse.
Casi se les escapa: “¿Acaso un campesino analfabeto puede decidir el destino de Francia?” en las discusiones en redes.
Algunos interiorizan la infatilización ciudadana de la que son víctimas. “No sé elegir los aguacates, qué voy a andar eligiendo jueces y magistrados” admiten orgullosos. Otros repiten el mantra vacuo de la “farsa” sin más argumento.
Cierto es que la gente no lo sabe todo. Sí, hay sectores aprendiendo a distinguir ministros de magistrados, a entender qué hacen los jueces, pero ser conscientes de esa ignorancia es empezar a combatirla. Es justamente lo que nos acerca a la democracia, y no lo que nos aleja de ella. Lo contrario es equivalente a la ilusión de un niño que tapa sus ojos para esconderse.
El poder judicial ya estaba ahí antes de la reforma, y aunque no sabíamos sus nombres ni trayectorias, ya estaban ahí obligando a Fresnillo a regresar el predial a las mineras, permitiendo a Salinas Pliego “patear el bote” en el pago de impuestos, determinando que las pensiones se fijen en UMAs y no en salarios mínimos.
Está lejos de haberse logrado todo, pero ante las fallas de la democracia la salida no es menos democracia, sino el doble. No lo van a ver, porque aún piensan manipulados y acarreados a todo el que no piensa como ellos. Siguen sin ver la luna porque se pierden en el dedo.