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miércoles, 24 abril, 2024
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Una estampa del desaparecido Panteón del Refugio de Zacatecas

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Por: Víctor Hugo Ramírez Lozano •

La Gualdra 501 / Día de Muertos 

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El fantasma del cólera morbus había llegado a Zacatecas, en todo el país venía cobrado miles de víctimas; fue en 1833 cuando golpeó con fuerza en el estado, algunas publicaciones señalan que murieron entre 11,000 y 12,000 personas*. Como consecuencia se prohibieron las inhumaciones en el interior de los templos y espacios atriales; para suplirlos se instauraron en nuestra ciudad los “campos santos” de Bracho (al norte) y de Nuestra Señora del Refugio (al sur); este último, en una de las lomas de la Isabelica**, se bendijo el 1º de noviembre de 1834 durante el gobierno de Francisco García Salinas. La iniciativa se había tomado un año antes por varios vecinos, destacándose el señor J. Germán Rocha, quien había contribuido económicamente para su construcción.

Este cementerio fue una novedad en el sentido que se construyó con apego a las normativas adoptadas en otras poblaciones de México para controlar la pandemia, que disponían entre otras cosas, que debía estar alejado de la zona urbana, en puntos donde los vientos dominantes no soplaran hacia la ciudad y también en donde no se contaminaran mantos acuíferos. También las características arquitectónicas y funcionales eran normadas, debía ser un espacio rectangular y proporcionado, perfectamente delimitado por muros altos, con al menos una capilla para celebrar las exequias y con áreas definidas para inhumaciones verticales, horizontales (gavetarios) y fosas comunes.

Durante casi seis décadas estuvo en funcionamiento, cerró sus puertas en 1892. En este espacio se levantaron mausoleos y túmulos de gran calidad artística; existen inventarios que cuando los leemos por primera vez, se duda de tanta riqueza descrita, se enlistan esculturas de mármol, obeliscos de piedra con jaspes incrustados y herrerías exquisitas. Ante tal cantidad de arte, incluidas las alhajas de la capilla, resulta increíble que hoy no queden más que algunos restos de lápidas que pueden ser vistos como parte de la mampostería del edificio del PRI, cerca de la estación de ferrocarriles.

El cementerio fue vendido a particulares por el gobernador Leobardo Reynoso en 1944. Movido por este atentado a la memoria histórica, el profesor Salvador Vidal consignó en su Estudio Histórico de la ciudad de Zacatecas (1955): “Es digno de censura para nuestras autoridades, el hecho que no hayan evitado que este lugar se convirtiera en propiedades particulares, pues los cementerios, una vez clausurados, no se permite que se profanen los restos de los que allí descansan”. 

Gracias a una fotografía estereoscópica custodiada por el Archivo en Línea de California (OAC) y puesta a consulta por su área de Investigación de Publicaciones y Colecciones Especiales bajo el nombre del “Old cemetery of El Refuges” es que podemos admirar la riqueza de que nos hablan los testimonios antedichos. Vale la pena aclarar que su clasificación está solo como “México”. Debo confesar que mi imaginación se quedó corta. En esta imagen fechada aproximadamente en 1880, el tiempo, la memoria y el espacio, fueron capturados de una manera por demás sugerente, como puede apreciarse. 

En primer plano, cargado a la derecha, aparece un personaje de atuendo humilde, calzado con huaraches de “tres agujeros” y cuyo rostro se oculta a medias bajo el ala de su sombrero de piloncillo –por cierto, muy bien confeccionado-. Su pose fue indudablemente indicada por el anónimo fotógrafo, cuyo espíritu romántico queda de manifiesto en toda la composición de la imagen: el hombre, sentado en una vieja lápida, cruzado de brazos y cabizbajo, refuerza la idea de aflicción, de tristeza por los seres queridos ya difuntos. Casi junto a sus pies, el fragmento de una pelvis a flor de tierra, lo invita a meditar sobre la muerte.

Un sepulcro de mediana altura domina el segundo plano, su talla resulta por demás atractiva y denuncia la sensibilidad de los canteros zacatecanos: de una antorcha cuya flama ya se extinguió –como la vida-, surgen hojas de acanto que se desenvuelven armónicamente, dotando de dinamismo a este labrado enmarcado por un fino rosario. Se aprecian tres floreros ricamente cincelados, uno está por caer, sugiriendo al espectador la idea de olvido. Tras este túmulo se ocultan más lápidas cuya calidad y estética se adivinan semejantes; en lo que podríamos manejar como un tercer y cuarto plano, se aprecian construcciones de mayor altura y complejidad arquitectónica. Llama la atención la cantidad de obeliscos (cinco) que aparecen en la toma, algunos más robustos y decorados que otros, pero al fin elementos icónicos de la cultura funeraria egipcia adoptada por la occidental. Un catafalco de elementos gotizantes destaca por su altura y diseño, se logran ver sus placas de mármol blanco y la barandilla de hierro fundido que lo delimita.

En el último plano nuestro cerro de la Bufa deja ver su corona pétrea; gracias a este inconfundible telón de fondo, fue posible identificar el lugar de la toma: de sur a norte, el Panteón de Nuestra Señora del Refugio de Zacatecas. Actualmente, sobre lo que ocupó este cementerio se ubica el fraccionamiento “El Mirador” cuyos residentes suelen contarnos algunos reclamos sobrenaturales.

* Vidal, Salvador. “Estudio histórico de la ciudad de Zacatecas”, 1955.

 ** Las lomas contiguas a la mina de “La Isabelica”, recibieron este nombre.

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