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viernes, 29 marzo, 2024
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Reforma y sindicato

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Por: ALBERTO VÉLEZ RODRÍGUEZ • ROLANDO ALVARADO FLORES •

Reformar una universidad implica trastocar las relaciones laborales, si es que acaso existe seriedad. Lo que resulta de una reflexión crítica retrospectiva de los materiales legados por la historia de las reformas en la Universidad Autónoma de Zacatecas (UAZ) lleva a la conclusión siguiente: son transformaciones de gran calado con nulo impacto en la organización de los docentes. Recordemos uno de los objetivos de la reforma de 1971: reducir a casi cero el número de docentes contratados por horas clase. De la reforma de 1999 se esperaba un resultado similar. Gracias a las virtudes de la nueva organización por áreas del conocimiento habría una reducción de los docentes a tiempo determinado. Se esperaba que con la existencia de troncos comunes y movilidad entre las áreas, unidades y programas se evitarían las redundancias. ¿Cuáles? Las generadas por la contratación de docentes para impartir materias comunes a varias licenciaturas, maestrías o doctorados. Así, la asignatura de cálculo I, cuyos contenidos son similares en las carreras de matemáticas, diversas ingenierías, física o administración, en las condiciones organizativas previas a la reforma de 1999 exigía la contratación de docentes en cada una de las escuelas enumeradas. Para la nueva organización ya no, los troncos comunes evitarían esas reiteraciones, la flexibilidad laboral permitiría el tránsito de una unidad a otra. Como bien se sabe, el número de contrataciones por tiempo determinado no sólo no se redujo, se incrementó, y las áreas nunca han funcionado como se esperaba: son estructuras burocráticas vacías, excepto, quizá, en el caso de Ciencias de la Salud. Si bien uno de los valladares de cualquier reforma lo es la organización informal en grupos de interés, también lo es la incapacidad de negociar modificaciones en la contratación colectiva para adecuarla a las exigencias de la reforma. Este tipo de acuerdos no debería ser difícil, en principio, porque se postula que las reformas universitarias surgen de las bases mismas, las que una vez hayan acordado su “nueva universidad” podrían reformar sus condiciones laborales. Pero no es así por dos razones complementarias: por un lado, los proyectos de reforma no surgen de los universitarios, de necesidades reales o fingidas de estos, sino de la alta burocracia, por otro, no son las bases quienes gestionan su contrato, sino la misma burocracia que impulsa las transformaciones. En otras palabras: la movilización de la universidad se realiza a través de vanguardias iluminadas. No existe, no hay, una convergencia de múltiples visiones mediante el debate de los diversos grupos autoorganizados emergentes. La complejidad social inherente a la UAZ del siglo XXI, resultado de su crecimiento demográfico y cambios cualitativos producto de una mejor formación de sus miembros, torna irrelevantes las estrategias vanguardistas. Acaso sea Eduardo Remedi quien mejor narró y, desde la reflexión que impuso al revisar la historia de la universidad, describió la decadencia de eso procedimientos: “En general la Universidad Autónoma de Zacatecas no escapó a un movimiento de reforma que se emprendió básicamente en función de principios teórico-normativos y no a través de un proceso de reflexión e investigación de resultados, logros e insuficiencias del sistema institucional sujeto a reforma” (Eduardo Remedi “Desde el murmullo” Juan Pablos/UAZ (2008) p. 293). Esos principios teórico-normativos son los “manifiestos” de los distintos grupos que se disputan el poder. Su valor es demagógico, justificacionista, no tienen pretensión de ser planes operativos, por eso se abandonan o nunca funcionan si algún delirante pretende llevarlos a cabo. También esto explica el desfile de “expertos” que cada administración contrata para tratar de operar exigencias del gobierno federal. Si las vanguardias están liquidadas, otro tanto se puede decir de la gestión de la contratación colectiva. Se ha impuesto en el SPAUAZ una doctrina, cuya utilidad desapareció hace décadas, que exige no revisar el clausulado del contrato porque “podría perderse”. ¿De dónde surgió esa doctrina? Fue un ardid de algunos rectores para adquirir compromisos ante la federación y no cumplirlos con la excusa de “los sindicatos se oponen”. Con el tiempo esta “estrategia exquisita” dejó de funcionar. No se modificaba la letra de los contratos, pero se imponían y operaban políticas cuyo resultado es equivalente: se acuerda desaparecer plazas y horas, y se desaparecen, se acuerda liquidar personal con eleufemismo de “venta de prestaciones”, y se tergiversa el contrato para hacer pasable esa amarga claudicación. Cúspide de esta nueva forma de relación con los sindicalizados es la modificación arbitraria del contrato colectivo durante la gestión de Crescenciano Sánchez. Pero también existe una reacción ante esto: se desvanecen las plazas, pero el sindicato las reclama de manera irreductible. Es decir, se polarizan posiciones, se niega la posibilidad de negociación y el sindicato queda impotente ante la rectoría. ¿Por qué impotente? No existe manera de recuperar todas las plazas, como plantea el sindicato, porque carece de medios de presionar a la rectoría. Por tanto, en lugar de perder 10 o 20 plazas en una negociación, las pierde todas de facto e idealiza la “lucha”. Los sindicalizados tendrán nada, pero mucha patraña ideológica para conmover sus corazones. Si se observa críticamente la historia de las reformas en la universidad se puede concluir que, si bien los universitarios han hecho su historia, esta no resultó ser lo que esperaban.

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