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jueves, 28 marzo, 2024
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‘Poyesis’ zacatecana

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Por: CARLOS FLORES* •

La Gualdra 378 / Río de palabras

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Cada mañana es la misma rutina: apresuramiento al máximo para llevar a mi hija al bachillerato, desesperación por los semáforos que roban minutos, pues luego hay que regresar a impartir clase en los vetustos salones de Prepa 1. Pero hoy fue un día distinto, la prisa y la ansiedad que provoca la locura del tiempo en estos días desapareció cuando al detener el coche en el crucero del Portal de Rosales, un alumno que se dirigía a la prepa cruzó frente a mí velozmente en su patineta. Eso me hizo salir del ensimismamiento. Tras de él apareció un perro que se detuvo a media calle con una botella de plástico en el hocico, pocos segundos después apareció su amo, quien pasó como una flecha y el can corrió tras él.

Entonces miré a mi alrededor, era una mañana llena de vida: distintos vehículos comiéndose el pavimento, panaderos bajando pan de sus camionetas destinados a la mesa de algún desayuno, albañiles introduciendo material a una vieja casona del centro que alguien no dejó caer, mujeres con pequeños que parecían tortugas ambulantes con su mochila a la espalda, gente apresurada que corría hacia algún lugar dejando tras de sí la odorífica estela de quien ha tomado un baño matutino, máquinas perforando el pavimento y el ruido de la piedra con el hierro.

Todo lo anterior bañado por una luz matutina que anunciaba la salida del sol, con el fondo de una bruma semidesértica que deja sus capas húmedas sobre la tierra zacatecana y con ello el olor más fresco y delicioso del planeta, me hizo pensar en la poyesis griega, el vocablo de donde se derivaría luego la palabra poesía, que significa “creación” por un lado, algo que no existía pero que ahora es, y por el otro, el sentimiento estético, es decir es la palabra que al ser ejecutada nombra lo que alguien trae a la vida mediante el arte, y al ser contemplada desencadena una experiencia, la cual se deriva de observar lo sublime o lo bello.

Pues bien, yo tuve una experiencia poyética, donde el mundo entero que me rodeaba cobró un sentido estético, ya no era ese día apresurado de lo habitual, sino un agradecimiento como el de Nervo porque el sol me acarició la faz, una embriagamiento como el de Baudelaire por la virtud y la vida misma, un conceptualismo como el de Béquer que bien podría permitirme decir ante lo que contemplaba “¡poesía eres tú!”.

Ya es tarde. Y aunque estoy frente al procesador concentrado en elegir las palabras para este escrito, puedo sentir allá afuera el canto de las aves y el murmullo de la calle, respirar el aire nublado que oculta el ardiente sol, filtrando su calor y su luz a través de una bruma húmeda, puedo respirar el olor del jardín, y si volteo a la ventana, la calma del día que aún no se ha despojado de su vestido poético con el que se había calzado por la mañana. Sólo me resta preparar un café y salir a la calle.

 

 

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