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viernes, 19 abril, 2024
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François Jullien o repensar Occidente desde Oriente

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Por: SIGIFREDO ESQUIVEL MARÍN •

La Gualdra 563 / Filosofía

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Hay seres cuya grandeza de espíritu renuncia a la creación de una obra original en aras de salvaguardar una obra, un autor o la recuperación de una tradición intelectual o artística. Pienso en Colli y Montinari: su enorme trabajo de recuperación y desnazificación de Nietzsche. Pienso en Miguel León-Portilla: su titánica reconstrucción y difusión del pensamiento y cultura náhuatl.

Restituir la grandeza, complejidad, profundidad, actualidad del pensamiento y cultura de la Antigua China: tal es la empresa que se ha propuesto el pensador y ensayista François Jullien. En efecto es un hombre que ha entregado su vida y su obra a repensar la primacía de Oriente, y en particular de China como epicentro de la sabiduría antigua, aún más específicamente, el legado del Tao Te King, el taoísmo y el budismo como fundamentos de la condición humana. Sus comentarios al Tao ayudan a repensar más allá de nuestra torpeza occidentalocéntrica. Su lectura del Tao nos retrotrae a la escucha del corazón del cosmos viviente, mediante su llamado podemos percibir los latidos de la naturaleza. En su ensayo Un sabio no tiene ideas o el otro de la filosofía (Madrid, Siruela, 2001) busca remontarse al centro del quehacer filosófico vivo, esencial, desde su compromiso ineludible con la praxis vital que nos constituye y de cara a los problemas humanos fundamentales.

Lejos del academicismo, el autor se ha propuesto recuperar el sentido profundo de la sabiduría perenne que nos permite vivir desde una perspectiva congruente con el sentido universal de las cosas. La sabiduría popular tiene como trasfondo el saber esencial de todos los hombres de todas las épocas. De ahí que considere que Occidente ha museificado la sabiduría como filosofía especulativa lejos de todo asidero mundano, por ende, para recuperar su sentido más profundo de sabiduría esencial habría que mudarse hacia Oriente y sus tradiciones de desaprendizaje y apertura. Nos recuerda que Confucio es llamado sabio porque carece de prejuicios, puede mantener la mente abierta, permanecer en estado de apertura seminal -según Zhuangzi-, aprendiendo como vienen las cosas sin más.

Jullien se ha propuesto abrir un diálogo entre la sabiduría humana (desde los modelos y paradigmas del pensamiento oriental) con la filosofía (occidental) y sociedad contemporánea para hacernos ver la importancia de repensar la razón desde una perspectiva ampliada sin renunciar a ella, sorteando el exotismo mistificante New Age y el reduccionismo moderno ilustrado. Que un sabio no tenga ideas no significa no pensar, todo lo contrario, su estado de libre apertura no establece ninguna jerarquía o filtro a priori. Que el sabio no tenga ideas significa que no es prisionero de ningún dogma.

Si la filosofía ostenta un cúmulo de verdades sobre el ser y en particular sobre el ser humano, la sabiduría se cuida de preescribir y proscribir cualquier doctrina. La sabiduría carece de historia, método o escuela, es una relación directa, viva, absolutamente singular que se establece entre un ser humano y su entorno. Destaca que: “Los chinos tienen otra manera de expresarlo: la sabiduría no se explica (no hay en ella gran cosa que comprender), hay que meditarla; o, mejor aún, hay que saborearla dedicando todo el tiempo necesario a ese desarrollo, como el de una impregnación” (24).

Sin ideas privilegiadas ni originales, sin un yo particular, sin conceptos técnicos ni métodos establecidos, un sabio se abisma en el ejercicio de pensar sin asideros, fines ni finalidades. Quizá lo más difícil es que no sea un asunto prioritariamente intelectual sino vivencial, a tal grado que sus vivencias no se pueden transmitir de forma mecánica o estandarizada; el maestro busca mediante ejemplos, alusiones, alegorías, sugerencias que el discípulo adquiera sus conocimientos propios, no con consejos o instrucciones. No hay transmisión de la sabiduría, la sabiduría es del orden de lo intransmisible e intransferible. Nadie enseña nada, nadie aprende nada de nadie. A diferencia de Occidente donde estamos tan preocupados por la originalidad y autoría de las ideas atribuidas a un sujeto creador, la sabiduría oriental conjunta ideas que podrían ser contradictorias: lo personal y lo común, lo íntima y anónimo y colectivo, todo a la vez. No es porque no se tomen las cosas en serio, todo lo contrario, se toman tan en serio que no se pueden concebir como producto de una mente singular aislada. No inventa o imagina ideas para impresionar a nadie, todo viene de un fondo común que el sabio se apropia de forma absolutamente única porque usa ese fondo común de la humanidad para responder a una problemática muy puntual desde una perspectiva también muy particular.

La sabiduría es la quintaesencia del sentido común depurado de sus prejuicios e ideologías particulares; aunque jamás deja de tener puntualidad sobre un asunto muy concreto. A diferencia de la filosofía no busca generalizaciones universales válidas para todo hombre en toda época sino a partir del caso concreto, siempre trabaja a partir de ejemplos irreductibles e irrepetibles. Si la filosofía busca disolver los enigmas, la sabiduría atravesarlos con el dardo de su lucidez clarificante para reverberar un acto de elucidación transformadora. La lucidez de la sabiduría está impregnada de una vitalidad pura.

Sin embargo, quizá una de sus obras maestras sea Elogio de lo insípido. A partir de la estética y pensamiento chinos (Madrid, Siruela, 1998). Exquisita obra ensayística que se deja leer con discreto encanto y siembra en la mente lectora sugerencias elípticas para seguir divagando por cuenta propia. Las obras del autor constituyen una invitación a viajar por el tiempo y el espacio. En efecto, frente a la rapidez e híper-aceleración contemporánea que se expresa con su frenética búsqueda de nuevos placeres y experiencias, Elogio de lo insípido se ubica en las antípodas del ideario posmoderno de híper-velocidad y saturación de imágenes, estímulos e informaciones de toda índole y en todo momento. Justo en el corazón del Tao se encuentra lo insípido e insignificante como epicentros de una estética y ética que hacen de lo infinitamente variable un arte de matices apenas perceptibles. Lo insípido sería lo contrario de lo desabrido e incoloro, su potencia y fuerza expresivas y sensibles permiten que nuestros sentidos y entendimiento permanezcan en estado de disponibilidad receptiva: “A la insipidez experimentada en las cosas corresponde la capacidad de desapego interior. El sabor nos ata, la insipidez nos desata. Aquel nos acapara, nos obnubila, nos esclaviza; esta nos libera de la presión externa, de la excitación de las sensaciones, de toda intensidad ficticia y poco duradera. Nos libera de los entusiasmos efímeros, acalla todo ese alboroto que nos agota” (34).

Lejos de privarnos de la experiencia del mundo, la insipidez nos retrotrae a la vivencia como apertura de todas las virtualidades y potencias asequibles. Es la potencia de lo neutro en estado puro. Pero no es una cuestión teórica, lejos de toda mistificación eidética, nos prepara para la verdadera eficacia en nuestro trato con el mundo. La eficacia de la sabiduría china está en las antípodas de la voluntad de dominación occidental. La insipidez es el sabor del saber chino auténtico. De ahí que la sabiduría china antigua sepa oír en el silencio la armonía del universo entero.

François Jullien nos recuerda el final de un sutra budista cuando se expone la entrada a lo no-dualidad (advaya) donde Vimalakîrti se limita a callarse, “y Manjúsrî no puede sino aprobar su respuesta: en esta fase, quien no ha dicho nada no ofrece nada que refutar, y fenómenos, sonidos, ideas, dejan de servir” (139). Más acá del saber, el sabor neutro en la perfección de su simpleza sin más. Leer en nuestro tiempo su obra posibilita un paisaje de ideas e imágenes que deviene pasaje desconocido e íntimo. Quizá eso expresa su conclusión: “La insipidez es la experiencia de la trascendencia reconciliada con la naturaleza –dispensada de la fe” (163).

En las ruinas de la modernidad capitalista aún es factible aspirar e inspirar otros estilos de vida personales y colectivos, basta abrir los sentidos al sentido originario de las cosas. No se trata de poner incienso y cantar mantras a fetiches New Age sino de abrirse a la experiencia radical de lo insípido como experiencia de lo infinitamente variable en la uniformidad silente de las cosas. En verdad hay mucho que aprehender si logramos desaprender tantas taras y prejuicios que nublan nuestra libre recepción.

 

https://issuu.com/lajornadazacatecas.com.mx/docs/la_gualdra_563

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