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viernes, 19 abril, 2024
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Entre el cielo y la tierra… la voz de la sangre

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Por: ÁLVARO LUIS LÓPEZ LIMÓN* •

La Gualdra 563 / Arte

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En 1959, René Magritte motiva una introspección. La voz de la sangre nos transporta al árbol mítico de la vida. Mientras una cadena de montañas atestigua el morir de la tarde, dominada por un azul marino profundo y un verde oscuro, se nos impone un gran árbol, su tronco exhibe dos estanterías abiertas, puede verse una esfera (estante superior) y una casa (estante inferior), de ventanas iluminadas como farol en medio de la noche; no solo nos orienta, sino que nos produce la sensación de cobijo y seguridad.

En el centro del árbol encontramos lo simbólico femenino de la casa, que no está en la raíz, ni en la fronda, se ve bajo el cuidado de la esfera, como parte del inmenso y frondoso árbol; casi escondido, entreabierto y oscuro, aparece un tercer anaquel. Como un contraste entre la frondosidad, la ramificación orgánica y las figuras construidas, se muestra un árbol que, como ser integrador, nos brinda alimento y cobijo; estamos frente a él, lo habitamos para mirar hacia fuera, miramos al mundo desde su interior.

La voz de la sangre recuerda que el hombre destruyó el tejado de su casa desde dentro, obligado a subsanar la envoltura original construye una cultura artificial que nos expulsa y condena a una ceguera universal, al olvido de nosotros mismos; además, nos habla del árbol, pilar y soporte que corresponden a los cimientos de la casa. Un hablar que convoca imágenes que como rizomas operan en nosotros transportándonos a un pasado primordial; el árbol es el eje de la profundidad espiritual de quienes lo habitan.

Atravesamos con Bachelard, el espacio, el aire y los sueños. El árbol “vive entre tierra y cielo. Vive en la tierra y en el viento. El árbol imaginado es […] insensible […] cosmológico; el árbol que resume un universo, que hace un universo”. El árbol como tronco cavernoso cubierto de musgo se ofrece como refugio, confortable y serena casa onírica, “[…] al ver el soñador el árbol hueco, se desliza dentro de la grieta; experimenta …, gracias al beneficio de una imagen primitiva, una impresión de intimidad, de seguridad, de protección materna”.

Hueco, centro, morada e intimidad. El árbol no es una simple sombra para cubrir el sol, ni techo frente a la lluvia; la vida en el árbol es un refugio que permite nuestra verticalidad con el universo. El árbol une el aire con la tierra, la tierra con el sol. La casa, el árbol, el hombre, arraigados vigorosamente a la tierra tomamos consciencia del mundo celeste. El árbol sujeta firmemente la tierra entre sus raíces y su ascensión al cielo, tiene la fuerza para sostener el mundo, o como diría Bachelard, “el árbol poderoso… alcanza el cielo, … se instala en él y se prolonga sin fin”.

Abrazamos con Magritte el recuerdo de que, entre el cielo y la tierra, en nuestro origen, aún habita la voz de la sangre.

 

https://issuu.com/lajornadazacatecas.com.mx/docs/la_gualdra_563

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