La importancia que tiene Cádiz y la Constitución de 1812 radica en que “allí nació el liberalismo español y de allí se desprendió América”, (Domínguez Michael, Vida de Fray Servando, 2004, p. 363.). llegando a ser así un momento de ruptura. Valga el siguiente apunte para documentar esta afirmación: Juan López Cancelada, ideólogo de los comerciantes novohispanos y anglófobo, fue también un crítico y enemigo de las reformas borbónicas sobre las que documentó su fracaso.
Reformas que a la postre crearían las condiciones para la independencia de los reinos americanos. López Cancelada, como si por su boca hablara la voz de un profeta predijo parafraseado o resumido por Domínguez Michael, que la independencia: “[…] sumirá a España y a los reinos de Ultramar en la ruina económica y política. Preservar la unidad del imperio requería de una reforma mayúscula: la creación de un mercado interno” (Ibíd., p. 377). Eso fue lo que no hubo a lo largo del México independiente. En cambio, sí vivió como lo predijo López Cancelada, sumido en la ruina económica y política atizada por constantes guerras e invasiones.
Durante buena parte del siglo XVIII conocido como el siglo de las “luces”, en los confines del imperio español domino la dinastía de los borbones. Fue una época en la que se observó un desarrollo de la cultura y concepción relacionada con el humanismo reflejado en el impulso que recibieron las ciencias, la filosofía, la economía y la política. Por si algo le faltara, en este siglo se inaugura el ciclo de las grandes revoluciones sociales modernas. La “luces”, con el apoyo de la monarquía y de los gobiernos locales fomentaron también una reforma del sistema educativo, (Reyes Morales, 1984, “Un día de clases…”, p.7). mismo que buscó ampliar la educación popular por medio de la creación de escuelas de primeras letras sostenidas con los fondos municipales, dándole el carácter de obligatoria, y gratuita para el caso de los niños pobres. La reforma que se dio en la instrucción de la primera enseñanza, ocurrió al influjo de las corrientes humanistas ilustradas y tuvo como premisa la crisis por la que atravesaba la enseñanza primaria. Los maestros se quejaban (como sigue ocurriendo ahora) del abandono de las escuelas y las múltiples carencias en términos de equipamiento, infraestructura y lo obsoleto de las normas relativas a la organización escolar. En el arte de leer y escribir donde predominaban los maestros particulares prevalecía un estado de decadencia y abatimiento. Se requería con urgencia darle un giro radical a partir del financiamiento y vigilancia de las escuelas. En consecuencia, comenzaron a surgir “planes para el buen gobierno” y su arreglo (Ibíd., p. 21). Artífices de estos nuevos vientos renovadores en la educación fueron las propuestas e ideas de Jovellanos y de Pedro Rodríguez, el Conde de Campomanes en el sentido de popularizar la instrucción y ofrecerla de manera gratuita, que ya en los hechos se hizo realidad en algunos casos con los niños pobres o necesitados, recurriendo a los fondos comunes administrados por los municipios. Arranca así un proceso municipalización de la instrucción primaria, mismo que cobrará nuevos bríos con la Constitución de Cádiz y se seguirá consolidando con los gobiernos del periodo independiente. Esta reforma educativa de la fase final de los gobiernos borbónicos, que como la mayoría de su tipo, por las condiciones reinantes tuvo un relativo éxito incidió en las ideas e imaginario en la transición de los siglos XVIII al XIX, pues como bien lo apunta Cayetano Reyes Morales, hecho por tierra el antiguo y arraigado sofisma de que la amplia capa de pobres y personas de la plebe junto con sus descendientes estaba “destinada por su esfera a oficios mecánicos, de nada le servía el saber leer y contar. La moda estableció que la gente mal educada y sin instrucción, no tenía destino, y se convertía en carga no solamente inútil, sino aun perniciosa”, (Ibíd., p .22.). El remedio a este mal convertido en un grave problema social que la industrialización y el capitalismo salvaje había condenado al pobrerío a la condición de mendigos y vagabundos, no era otro sino la instrucción pública a partir de las primeras letras. La extensión de la instrucción a partir de la primera enseñanza obedeció al predominio de la conocida tesis de Adam Smith en la época, tesis que constituye uno de los pilares del liberalismo clásico; quien sostenía que la riqueza y bienestar de las naciones tenía como sustento la mayor cantidad de mano de obra preparada. En otras palabras, sería la educación, llamada entonces instrucción, la que impulsaría el desarrollo de los pueblos (Ibíd., p. 18). De aquí que los gobiernos en sus diferentes niveles ordenaron o por lo menos tuvieron la sana intención abrir el mayor número de escuelas públicas. El clima de la ilustración, entendida como un movimiento cultural en el cruce de los siglos XVIII y XIX se manifestó en la metrópoli del imperio español en primer término, como “la necesidad de la alfabetización para el progreso social y material, la racionalización del individuo, el combate a la ignorancia y a la ociosidad, el utilitarismo y la educación femenina”, (Delgado Carranco, (2006), Libertad de imprenta…, p. 174.). Lo anterior obligó a las autoridades a fomentar y extender la instrucción de las primeras letras, pues estas representaban los cimientos para construir el resto del edificio. Sujetos instruidos estarían preparados para ser más útiles y productivos en el trabajo. Pero, además, también se requería poner más atención en la instrucción de las mujeres abriendo escuelas de o para niñas.