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viernes, 19 abril, 2024
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■ EL PÉNDULO

México frente a los cambios globales

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Por: RAYMUNDO CÁRDENAS HERNÁNDEZ •

A principios de los años noventa, la desaparición de la Unión Soviética (URSS) propició la reorganización de la actividad económica mundial en torno a distintos bloques económicos de carácter regional. Sin embargo, nadie anticipaba que lo que finalmente ocurriría sería una hiperglobalización en la que también participarían países como China, la India y otros países asiáticos, lo cual dio lugar a toda una reconfiguración de las cadenas globales de valor. Es cuestión de recordar que la entrada de China a la Organización Mundial de Comercio en el año 2000 fue uno de los factores por los que el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN-1994) no tuvo los efectos positivos esperados sobre la economía mexicana.

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En los últimos meses diversos analistas llaman la atención sobre una tendencia a revertir los fuertes impulsos globalizadores de las décadas previas, que comenzó a raíz de la crisis financiera global de 2008-2009 y que tiende a acelerarse como resultado de la pandemia del Covid-19 y la invasión de Rusia a Ucrania. Los primeros signos de este proceso comenzaron con un desencanto creciente con los resultados de la globalización neoliberal en diversas partes en el mundo. La pandemia del Covid-19 y la invasión de Rusia a Ucrania están acelerando esta tendencia desglobalizadora. Junto con la guerra comercial entre Estados Unidos y China, la ruptura en las cadenas globales de valor atribuible a la pandemia fue una primera gran señal de alerta sobre la vulnerabilidad de la globalización neoliberal. La escasez de semiconductores que aún afecta a la industria automotriz y electrónica en el mundo, así como el aumento desmesurado de los costos de los fletes de Asia a Estados Unidos ilustran con claridad los enormes riesgos que se corren al depender excesivamente de los insumos de una sola región. La enorme dependencia europea del gas proveniente de Rusia y el impacto que la guerra en Ucrania tiene sobre los precios de alimentos y materias primas, son un factor adicional que impacta negativamente en la economía mundial y revela su fragilidad. 

No obstante, la dificultad de pronosticar el rumbo y alcance de este proceso, ello no significa suponer que regresará el proteccionismo, pues la libertad de los flujos de capital y de comercio llegaron para quedarse. Sin embargo, la globalización a partir de ahora será diferente. Es posible que en el mediano y largo plazo veamos transformaciones importantes a nivel mundial: una mayor seguridad alimentaria, industrial y energética será parte crucial del nuevo orden que emergerá en un futuro cercano. La relocalización de diversas industrias también será parte fundamental de este fenómeno. La búsqueda de los lugares más baratos para obtener insumos cruciales y producir bienes finales será sustituida por la búsqueda de los lugares que, sin dejar de ser económicos, sean también confiables y accesibles para producirlos. Es muy probable que la posición geográfica y el contexto histórico vuelvan a cobrar importancia. La confianza entre los países y la garantía del mantenimiento de las cadenas de suministro se volverán cruciales. A este fenómeno es a lo que algunos llaman reglobalización, es decir, una versión distinta de la hiperglobalización neoliberal en la que no importaban ni la historia ni las tradiciones.

En este contexto, México se encuentra en una posición geográfica particularmente ventajosa para beneficiarse de esas tendencias, especialmente del proceso de relocalización de diversas industrias que seguramente ocurrirá en los años venideros. La ventajosa posición geográfica, la confianza y certidumbre que otorgan los acuerdos comerciales vigentes, contribuyen a generar un ambiente propicio para beneficiarnos ampliamente del nuevo contexto internacional. El gobierno que encabeza AMLO sabe que para que todo esto ocurra, y para garantizar el mayor impacto posible, México debe: invertir más en infraestructura y comunicaciones (puertos, aeropuertos, carreteras, ferrocarriles, etc.), reducir la inseguridad que afecta a amplias zonas del país, enviar señales claras de respeto y compromiso con los acuerdos comerciales internacionales, garantizar la provisión accesible de insumos clave para la producción, y seguir reduciendo la corrupción para garantizar un piso parejo a los agentes económicos. 

Los posibles beneficios de avanzar en esta dirección son múltiples y han sido señalados por AMLO en distintas ocasiones. Mientras que Estados Unidos y Canadá son países abundantes en capital, México lo es en fuerza de trabajo. Las estructuras de nuestras economías son complementarias. México podría ofrecer múltiples beneficios a los habitantes de esos países en materia de cobertura médica y dental, lugares de retiro, turismo, economía de cuidados, etc. En general, México podría ofrecerles a esos países la solución a muchos de los problemas que enfrentarán en años venideros. 

De hecho, en una época no muy lejana, Estados Unidos empezará a sufrir una escasez importante de mano de obra en ciertos sectores económicos (agricultura, ciertos servicios y construcción), en los cuales la mano de obra de origen mexicano ha sido históricamente importante. Esta presión en el mercado laboral se añadirá a otras presiones existentes en la economía estadounidense y podría convertirse en una fuente de presiones inflacionarias en el futuro. Por ello, un acuerdo de movilidad temporal de trabajadores entre México y Estados Unidos (y quizá Canadá) podría ser parte importante de este proceso de integración. Todo ello no haría sino fortalecer los vínculos entre nuestras economías y beneficiaría a todas las partes de manera simultánea. 

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