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viernes, 29 marzo, 2024
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Alba de Papel Roma: entre la reflexión y el debate

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Por: ALMA RITA DIAZ CONTRERAS •

El arte cinematográfico es siempre una posibilidad, una mirada psicoanalítica a una realidad que muchas veces subyace adormecida en la cultura de un sistema social cimbrado por la injusticia, la desigualdad y la discriminación.

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Hablar de la película Roma de Alfonso Cuarón, no sólo significa abordar una historia autobiográfica con un trama excepcional de limitado diálogo, intensa en imágenes en blanco y negro que arquea una analogía comunicante, no sólo de una familia despadrada, la soledad de dos mujeres abandonadas por sus hombres o el movimiento que precedió al 68 que también mostró las garras imbatibles del ejército y la policía armada, sino que profundiza en las heridas abiertas de un México clasista, discriminatorio e inequitativo.

El impacto que la película ha generado, más acá de los premios de Hollywood, es la visibilidad del componente negado que representan los indígenas y la marginalidad de las trabajadoras domésticas que permanentemente han sido abusadas en sus cargas laborales, sin seguridad social ni legal que las defienda y las proteja en una estructura social opresora tanto para los grupos étnicos como para las mujeres en número creciente que desempeñan esta actividad.

El arte constituye una parte viva de la cultura, ya que su propósito central es humanizar y crear sentimientos. Así el pensamiento reflexivo que se origina, después de ver la película, es despertar nuestro sentido de pertenencia a una identidad cultural que tiene en esencia, una conciencia social que aboga por la diversidad como el patrimonio común de cada integrante de un grupo social.

Es imposible no pensar en la sociedad clasista y discriminadora, colmada de privilegios para pocos de un Zacatecas conservador, atado a su heroico y rancio pasado, pero paralizado en su desarrollo, con tibias posibilidades de transformación. Aquí las brechas de la desigualdad son marcadas: sus mujeres permanecen en subterfugios a pesar de su emprendimiento y quizá el componente negado en tanto que no hay una previsión cultural de inclusión para ellos, sean los emigrados que viven en Estados Unidos de América, y los jóvenes que no son suficientemente visibilizados en el tejido social.

El cine hecho con arte y con amor, casi siempre con pocos recursos pero con una historia endosada de humanidad, nostalgia y sufrimiento, propicia la reflexión de lo que culturalmente se es como sociedad, como pueblo, como familia, como nación y de la polarización de sus conflictos sociales y la búsqueda de soluciones.

Al ver Roma, viene en forma inevitable el legado de Guillermo Bonfil Batalla, autor del libro “México profundo. Una civilización negada” donde la negación y la opresión siguen siendo temas recalcitrantes de la sociedad mexicana y sus principios norman la orientación cultural profunda de millones de mexicanos, no solamente de los que son reconocidos y se reconocen como indígenas, sino también de comunidades rurales tradicionales que se definen como mestizas y en amplias capas urbanas, donde la pobreza ha dejado de ser un problema estructural para convertirse en un signo de identidad.
El autor expone que como parte de la herencia cultural los grupos dominantes han mantenido y tratado de generalizar una cultura de estirpe occidental sobre la que han fundado todos los proyectos nacionales que ha conocido el País, negando siempre la existencia de los “otros” (indios y pobres) como una realidad que debe verse para evitar el fracaso como ha pasado, de políticas insulsas e ineficaces.

Así se ha negado la realidad profunda de México, se ha ignorado la construcción de un nuevo proyecto nacional que incorpore las raíces profundas de dos realidades distintas en esta post modernidad, es decir, que se asuma la existencia de dos civilizaciones, la mesoamericana y la occidental, como problema fundamental a resolver en el diseño del nuevo país al que se aspira.

Tal es la múltiple interpretación de Roma que previsiblemente con el párrafo anterior, transita a preguntar si acaso no será también acicate de la cuarta transformación que forma parte del discurso vital de sus promotores, hoy instalados en el poder casi absoluto para gobernar al País.
Bueno sería transformar los argumentos de la fuerza, la violencia, la pobreza, la discriminación y la desigualdad a nuevas formas de organización social, donde se promuevan la justicia y el respeto por la pluralidad.

La diversidad es un bien y una riqueza, es el marco ideal para la paz, la convivencia y el diálogo, es un espacio propicio para la divergencia y el diálogo, para el respeto y el reconocimiento de la otredad, es un camino sinuoso, difícil con seguridad, pero necesario y urgente.
Ánimo y fortaleza para todos.

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