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jueves, 25 abril, 2024
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Por: ALBERTO VÉLEZ RODRÍGUEZ • ROLANDO ALVARADO •

El 20 de noviembre de 2014 se cumplieron 100 años del nacimiento de José Revueltas, escritor mexicano que militó en el Partido Comunista cuando ese partido estaba proscrito. Escribió alrededor de siete novelas, tres libros de cuentos, una obra de teatro y muchos ensayos políticos que no brillan por su profundidad teórica, pero son un escándalo por la convicción que proyectan; baste recordar el Ensayo sobre un proletariado sin cabeza.

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Estuvo en la cárcel por su militancia partidista y por simple criminalidad –de la que se avergonzó-, y fue expulsado del partido por novelas como Los errores que, cosa común en su literatura, no proyectaban el optimismo de una inevitable conquista del poder por el partido; con la consiguiente transformación total de la sociedad; sino que dibujaban una realidad social en las antípodas del bienestar capitalista, porque así como las fuerzas de producción revolucionan el mundo al llenarlo de objetos que incrementan el bienestar humano, también dejan en la miseria a vastas mayorías, deforestan bosques, contaminan el agua y pueblan de basura el paisaje, configurando una realidad contradictoria que por un lado tiene a las minorías humanizadas y beneficiadas en el proceso, y por el otro a las mayorías paupérrimas, animalizadas y perjudicadas sin remedio. José Woldenberg –en Escritor en la tierra FCE (México) 2014- no encuentra mejor concepto para describir a los personajes de Los errores que el de “degradación”: son personas degradadas, marginales, que merodean en los bajos mundos del crimen. Pero no olvidemos que es la realidad social total la que resulta contradictoria –tiene su lado “morador”- y que en todos sus espacios se reproduce esa dicotomía, dejando su impronta en todas las subjetividades sociales. Y por eso mismo, según Revueltas, no habría escapatoria para nadie, estando todos confinados en una enorme prisión; como en El apando.

La literatura tiene, aunque sea a través de los medios de comunicación de masas, la función de moldear una visión total de la sociedad en la que habitamos, por lo que siempre ha estado en la agenda de los gobiernos su control y modulación. No debe ser tan pesimista que induzca estallidos de desesperación, ni tan optimista que prometa a todos la redención durante el lapso de una vida, debe proveer de un sentido vital acorde a los intereses del grupo del que emerge y, desde el punto de vista de los que dominan, debe fortalecer las relaciones sociales en las que se funda su dominio. Por eso el Partido Comunista, tan dado a creer y hacer creer que su triunfo era inexorable y cercano no aceptaba que sus miembros pensaran lo contrario y menos que lo escribieran.

Hoy día podemos apreciar que, si bien la retórica de los grupos que se reclaman de izquierda no ha variado mucho –anuncian su triunfo sin cortapisas- ya no es capital simbólico de ellos porque todos los partidos, de cualquier orientación, anuncian que la realidad es insoportable pero que la esperanza reside en ellos y en nadie más. La incredulidad, sin embargo, también se organiza y llama a no votar, en un intento de hacer mutis al aparato electoral que no se detendrá ante nada. Deberíamos recordar, sin embargo, una vieja paradoja de la teoría de la elección racional –expuesta por Anthony Downs en An Economic Theory of Democracy Addison-Wesley (1985) EUA- que se puede exponer de la siguiente manera: un elector racional vota porque considera que su voto puede alterar, en su beneficio, el orden de cosas. Sin embargo, en un universo de millones de votos, ese mismo elector calcula que la probabilidad de que su voto sea decisivo es casi nula, por lo que en rigor no tiene motivos para votar. Pero, si no asiste, vuelve a razonar ese elector, y todos los electores son racionales, entonces asistirán apenas unos pocos volviendo de nuevo el voto personal apreciable. Y así sucesivamente, por lo tanto el elector racional cae en parálisis y no actúa. Si la adscripción de racionalidad es correcta no debería haber casi nadie en las votaciones. Pero empíricamente se observa que asisten al menos 50% de los electores. ¿Por qué? La hipótesis es: asisten porque están atrapados en redes de clientelismo partidario que incentiva el voto mediante pagos en especie o en efectivo. El convencimiento por medios ideológicos –el programa, las ideas, la utopía- es sustituido por el intercambio mercantil: se asiste a votar porque se le paga a la gente por hacerlo, y el que paga más, gana. Podemos pensar que los líderes partidarios que ordenan la compra de votos están ubicados en las mismas coordenadas de degradación que el Muñeco y el Carajo, y que sus acciones construyen esa insólita prisión que se extiende en todas las direcciones sociales, sin centro y sin salida. Que podamos pensar algo así fue lo que lograron novelistas como José Revueltas. Que descanse en paz. ■

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