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viernes, 26 abril, 2024
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La sacudida les mostró el camino, pero ellos ya perdieron el piso

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Por: QUITO DEL REAL •

■ El son del corazón

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El tema del desarrollo urbano es favorablemente ponderado por todos los partidos políticos, sin tener que hacer algo concreto para derrotar la corrupción que transforma a la Ciudad de México en un espacio desordenado y riesgoso, donde la gente con menos recursos es la primera víctima de la transformación metropolitana, diseñada para llenar los bolsillos de los grandes constructores y desarrolladores, mexicanos y extranjeros, y para corromper a un hato de políticos que abandonaron las filas del lumpen, para integrarse a las pasarelas del bon vivant.

 

Una tardía conciencia planificadora

Hasta la época de Andrés Manuel López Obrador en la jefatura de Gobierno del DF, la planeación urbana fue asunto que pasó desapercibido. Ahora, con el rechazo de proyectos suntuosos, como el Corredor Chapultepec y el paso a desnivel en Río Mixcoac, es visible que algunas fracciones del PRD capitalino comienzan a preocuparse, después de haber encontrado en el tema urbano una causa importante de su derrota electoral, el pasado mes de junio de 2015.

Los perredistas dejaron de ser políticos de oposición y de izquierda, en el momento en que decidieron integrarse a la clase política. Su autoritarismo, al generar desorden alentó el monstruo de la construcción por fuera de la norma; varios dirigentes, tutores secretos de poderosas constructoras, hallaron en las oscuras complicidades un buen incentivo para iniciar su propio ciclo de acumulación de capital.

Quienes ahora sugieren, al interior del PRD capitalino, un cambio de política en materia de desarrollo urbano, deben estar conscientes de la clase de enemigo interno que torpedeará desde el principio cualquier iniciativa por ordenar las leyes y reglamentos de construcción urbana. Pero hay que enfrentarlo así, sin conmiseración ni dudas, si en verdad desean evitar otra derrota electoral en la capital y en el país, que deje bailando con la más fea al activísimo ilusionado, a veces ingenuo, del Dr. Miguel Ángel Mancera.

 

Ante la agonía de su última etapa

El proceso político de transformación política de la Ciudad de México se abrió cuando Cuauhtémoc Cárdenas ganó en la capital las elecciones presidenciales de 1988, a Carlos Salinas de Gortari. A partir de ahí, se generó una paulatina recomposición local de las fuerzas de oposición que cristalizaría a plenitud en 1997, cuando el PRD irrumpió en la ciudad como fuerza política principal.

En el vientre del fenómeno se volvieron a escuchar con tenacidad las voces despertadas en el terremoto de 1985. ¿Quién las despertó? La ineficacia, la corrupción, el autoritarismo y la represión.

Entre otras cosas, el PRD surgió de esta oleada social incubada durante la administración presidencial de Migue de la Madrid, enganchada en el terremoto del 85, acelerada en las elecciones nacionales del 88 y disparada por las políticas impopulares y de despojo de Carlos Salinas de Gortari. Con tamaño proceso, se podía esperar la conformación de un partido vigoroso, orientado a favor de las demandas de los trabajadores y pobres de México, con dirigentes honrados y enraizados en la población.

En 1997, cuando Cuauhtémoc Cárdenas fue electo primer jefe de Gobierno del Distrito Federal, el asunto parecía tener cierta claridad: la capital irradiaría sus avances al resto de la república, al poner el ejemplo con políticas públicas de izquierda. El PRD estaba en la antesala del poder presidencial. Después, cuando el gran campamento del Zócalo en 2006, con Andrés Manuel, el PRD pudo conducirse más sólidamente, de no haber sido por la ambiciosa interferencia de los perniciosos Chuchos, corriente política que estaba a punto de dar la gran dentellada para quedarse con el control político del partido.

Después, la campaña de López Obrador de 2012, volvió a mostrar extrañas limitaciones a la hora de confirmar en las urnas su amplitud y holgado poderío. En la historia de estas dos campañas, 2006 y 2012, ronda un misterio que no se ha podido o no se ha querido descifrar: existe la percepción de que la mano de los Chuchos, hijos putativos del célebre y corrupto político Rafael Aguilar Talamantes, RAT, obstruyó el imprescindible trabajo unificado que demandaba el partido.

 

Una codiciosa corriente política

Miguel Ángel Mancera es un político que debe su actual posición política, en el Gobierno del Distrito Federal, al grupo de los Chuchos. Sus relaciones con los habitantes pobres de México carecen de sensibilidad y demuestran grises resultados; el DF se transformó en espacio para confrontaciones ásperas y violentas.

He aquí la esencia del conflicto: las grandes edificaciones que luce la ciudad, de decenas de pisos y comodidades descollantes, reducirá la movilidad y robará el agua a las colonias colindantes. Los habitantes de los barrios pobres, arrasados por los caros e inalcanzables desarrollos habitacionales, se mudan sin recursos al  Estado de México.

El PRD perdió las elecciones en junio pasado, esto no es cualquier cosa. La gente votó contra ellos, contra los lúmpenes ladrones, desperados revestidos de políticos, y asociados con constructores y desarrolladores de dudosa legitimidad.

Hoy la ciudad se despereza para afrontar una nueva serie de conflictos, donde la radicalización de las movilizaciones sociales por los espacios urbanos, el agua, los servicios y la salud, serán los nuevos terremotos que estremecerán, quizá de manera terminal, al PRD. ■

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