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viernes, 19 abril, 2024
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Marcel Marceau: la fuerza del silencio

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Por: Mauro González Luna •

¡Cómo a veces se hermanan risas y lágrimas, azucenas y espinas! ¡Cómo en ocasiones se entrelazan pantomima y heroísmo, tragedia y farsa, silencio y arte!

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¡Cómo con frecuencia el silencio y el gesto dicen más que las palabras! Más, cuando la palabra devaluada no vale ni un comino en estos tiempos en que el mundo la manipula, sin medida, para maquinar el mal y el engaño, para acallar honor y verdad.

Y hablo de silencio y arte, de pantomima y heroísmo porque hace 100 años nació en Estrasburgo, Francia, un mimo y un héroe: Marcel Mangel, con el tiempo, Marcel Marceau o Bip, el payaso que se cubría su cabeza con sombrero de copa del que sobresalía, vertical, una flor roja para advertir de la fugacidad de la vida.

El día 22 de marzo de 1923 dio comienzo, me atrevo a conjeturar, su aventura de mimo genial, seguramente moviendo delicadamente sus pequeñitas manos con maestría insuperable desde entonces para revelar proféticamente al mundo la fuerza del silencio.

Charles Mangel y Chansia Werzberg, sus padres. El padre ruso-polaco, y la madre, rumana. Ambos eran judíos y emigraron de pequeños a Francia. Charles y Chansia, dos personas humanistas, generosas, que amaron la cultura inculcándola en sus hijos con una buena educación. Tuvieron dos hijos, Simón (conocido como Alain) y Marcel.

A los Mangel les tocó vivir el tiempo del nazismo y de la resistencia en Francia. En 1941, la familia se mudó a Limonges, donde Marcel estudió artes teatrales en prestigiada escuela.

Durante esa trágica y siniestra época, Marcel participó desde muy joven en la resistencia, bajo la encubridora identidad de Marcel Marceau, falsificando documentos, identificaciones, tarjetas de racionamiento, como lo reseña su hija Camille en una entrevista con C. Atamian, para salvar a niños judíos de la barbarie nazi.

Salvó Marcel arriesgando su vida, a un sinnúmero de niños judíos llevándolos a Suiza para librarlos de la muerte en cámaras de gas. Salían en tren vestidos de «boy scouts» como si se tratara de un viaje de estudios, internándose en su momento en el bosque y cruzando luego un lago para arribar por fin a Suiza, a la libertad, a la vida.

En Sévres, Marcel enseñó, en una casa hogar, teatro a niños y niñas, cristianos y judíos. Los niños judíos fueron escondidos allí con identidades falsas hasta la liberación.

Su hermano Simón, Alain, también fue integrante de la resistencia; en una ocasión narra su sobrina Camille, estuvo a punto de ser arrestado por la Gestapo. Charles, su padre, que antes de la ocupación de Francia por los energúmenos nazis, vendía carne kosher y cantaba ópera como pasatiempo, fue arrestado y conducido a París, a Dachau, a Auschwitz, y al final, a Birkenau, donde fue asesinado. ¡Qué terrible drama para él y los suyos!

Pero ante la tragedia, la vida de Marcel no se rinde ni deprime. Como en el caso del silencioso Chaplin, al que Marcel admiró, el alter ego de Marcel, Bip, el payaso, quiso ser «un ciudadano del mundo, universal, alimentado por un humanismo que hacía reír y llorar», en palabras de su hija.

Inolvidables son sus pantomimas ejemplares; entre ellas, «Las Manos» que libran la batalla diaria entre el bien y el mal, tema éste que mucho interesó a Marcel. Otra, el «Hacedor de una Máscara», una máscara de risa permanente, la que, una vez puesta sobre su cara, el hacedor ya no puede quitarse.

Máscara implacable que obliga a reír ante el sufrimiento interior del alma que la porta, y que engaña por un momento al que la mira. Destino fatal del que la lleva en virtud de la condición humana en que alternan alegría y tristeza, siendo el llanto lo primero que anuncia la vida en el instante mismo del nacimiento de un ser humano.

Máscara simbólica que recuerda aquella aria tristísima: «Vesti la Giubba» de la ópera Pagliacci de Leoncavallo. Tras la máscara risueña, está un rostro silencioso que llora amargamente. Que hace traer a la memoria el poema Garrik, ese cómico «feliz», actor de la Inglaterra, de Juan de Dios Peza:

¡Cuántos hay que, cansados de la vida,
enfermos de pesar, muertos de tedio,
hacen reír como el actor suicida,
sin encontrar para su mal remedio!

¡Ay! ¡Cuántas veces al reír se llora!
¡Nadie en lo alegre de la risa fíe,
porque en los seres que el dolor devora,
el alma gime cuando el rostro ríe!

El carnaval del mundo engaña tanto,

que las vidas son breves mascaradas;
aquí aprendemos a reír con llanto

y también a llorar con carcajadas.

Su obra poderosa, la de Marcel, dice su hija: «Un grito silencioso, el peso del alma». Sea éste un modesto homenaje a sus 100 años de nacimiento.

¡Qué vida ejemplar la de Marcel Marceau! Intensa, vibrante, la de un titán, poblada de contrastes, de tragedia y alegría, de hondo sentido humano. Artista y héroe, un hombre generoso y genial, salvador de niños judíos en trance de muerte en tiempos siniestros. Amigo fiel de la flor roja de un día, de la risa y del llanto, y del silencio que habla con manos mágicas que dejaron de moverse en 2007, a los 84 años de Marcel Marceau.

P.D. ¡Cómo hacen falta esos gritos silenciosos y heroicos de Marceau para acallar tanta palabra vana y mentirosa en el mundo de estos tiempos oscuros!

Gritos silenciosos para sofocar la demagogia e hipocresía de Occidente usando a la acomodaticia y servil «Corte» Penal Internacional para desprestigiar enemigos, tergiversando los hechos de niños de orfanatos en zonas de guerra, llevados a Rusia para protegerlos del salvajismo ucraniano que usa a la población civil como parapeto con el fin de culpar a Rusia de su muerte. En todo caso, la llamada «Corte» Penal Internacional debería emitir órdenes de detención contra ex presidentes y ex vice presidentes de Estados Unidos por crímenes evidenciados de lesa humanidad en Irak, Siria, Libia, Afganistán, etcétera.

Un Occidente que solapa y financia a batallones neonazis ucranianos incorporados al ejército de Ucrania. Batallones esos herederos del colaboracionista de Hitler, Stepán Bandera, exaltado hoy por el gobierno de tal país.

Batallones esos que desde 2014, aterran a los habitantes de habla rusa de la región de Donbás, dando origen a la dura, pero necesaria respuesta rusa en defensa legítima de esos infortunados varones, mujeres y niños, miles de ellos asesinados desde entonces ante la indiferencia, tanto de gobiernos occidentales postrados ante la hegemonía declinante de Estados Unidos que a diario torpedea por odio patológico todo intento de paz.

Indiferencia también de poblaciones irreflexivas, manipuladas por propaganda falaz contra todo lo ruso, incluyendo su cultura milenaria, su defensa de valores cristianos como la familia tradicional, su rechazo a la funesta y sodomita ideología occidental de género, como el caso de un articulista de periódico famoso que sataniza a todos los rusos de hoy por las hambrunas estalinistas de hace casi 100 años, -y que de hecho afectaron a ucranianos y a rusos-. Eso es como satanizar a todos los alemanes de hoy por el holocausto perpetrado por Hitler; ¡por favor, un mínimo de cordura, sabiondez de medio pelo!

Dedico este artículo a todos los mimos de México con admiración, muchos de ellos actuando silenciosamente en las calles.

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