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martes, 14 enero, 2025
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19 S 1985

■ DESPUES DE LOS PAVOROSOS TERREMOTOS DEL 19 Y 20 DE SEPTIEMBRE DE 1985, EN LA CIUDAD DE MEXICO NADA NI NADIE SERAN NUNCA MAS LOS MISMOS. (Elena Poniatowska)

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Por: SOCORRO MARTÍNEZ ORTIZ •

     En su libro “Nada, nadie. Las voces del temblor” Ediciones Era, Elena Poniatowska  recoge cientos de voces que hablan de aquellos días que la solidaridad hizo históricos, con motivo del terremoto del 19 de septiembre de 1985.

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     Alguna colaboración ha manejado iguales datos; lamentablemente esa realidad no puede cambiar y es necesario, después de 38 años conocer experiencias, que la escritora narra como la versión que Jean Miot, consejero delegado de Le Figaro da a Lola Creel, participante en la terminación del citado libro.

RESUMEN: 

Jueves 19 de septiembre de 1985

7:18

El sol y los mexicanos están levantados desde hace bastante tiempo. Mi ventana, equipada con un fino mosquitero, está abierta; la mañana es aún fresca. En pleno centro de esta monstruosa megalópolis de dieciocho millones de habitantes y de seiscientos kilómetros cuadrados, hace dos días vivo en un encantador hotelito. Está situado a un paso del Paseo de la Reforma.

7:18.30

Mi cuarto está en el primer piso. Los alumnos están en clase desde hace diecinueve minutos, pero los empleados se dirigen hacia sus trabajos. La circulación es intensa como de costumbre. México es una de las ciudades más contaminadas del mundo. 

7:19

De pronto un crujido sordo. Estoy sobre la cama y siento como un vértigo pasajero.  Mientras que el crujido de la tierra crece,  tengo la impresión de que mi cama se mueve. La puerta del baño, que se había quedado abierta, golpea contra el marco sin volver a cerrarse, después se pega contra el muro. Por un momento, todavía sin despertar bien, me pregunto quién entró. 

7:19.30

“Caramba”, por supuesto, es un temblor. Eso es frecuente en México. No solo mi cama, sino todo se mueve: la puerta golpea como si alguna mano invisible tratara de cerrarla; la empuja con fuerza, la empuja hasta el hartazgo, la mesa, el sillón. Mi radio se cae del buró. Un ruido de vidrio roto en el cuarto de baño. 

7:20

Es entonces cuando un golpe sordo, de una violencia inusitada, sacude el muro que está tras de mí. De la ventana me llega un ruido lejano de vidrios rotos. Descubriré más tarde, en la calle, que se trata de los vidrios de los edificios vecinos. Los golpes frecuentes sacuden mi muro, toman un ritmo de metrónomo, aproximadamente cada 5 segundos. El ritmo de golpes monstruosos se acelera. Trato de levantarme. Imposible estar de pie sin asirse a la pared o a la cama.   

7:20.30  

Terminado el terremoto sabré que duró casi dos minutos, con una intensidad de 8 grados en la escala de Richter (¡graduada solamente hasta 9 grados!). Por la ventana el espectáculo es terrorífico. Los coches estacionados caminan hacia adelante, hacia atrás, chocan entre sí. Los cables eléctricos se estiran, se contraen, se azotan centellando. Pero lo peor son los edificios de doce y catorce pisos que nos rodean y que se mueven de izquierda a derecha.

Mi hotel y la torre vecina se mueven de manera arrítmica. Cuando el hotel se inclina hacia la derecha, la torre se inclina hacia la izquierda, y se alcanzan a tocar al repetirse el movimiento, con una intensidad más y más fuerte. 

  

7:21   

En el muro los cuadros se vuelven manecillas de reloj. No queda nada encima del buró. Ni sobre las estanterías. En mi cuarto hay un amontonamiento  de artículos personales, de libros y periódicos. Trepidaciones, choques ensordecedores, se ondula el suelo, la puerta de entrada se entreabre más y más.   

  

7:21.30

Veo el techo. Se agrieta. Pequeños pedazos de yeso caen del techo y de los muros. Un olor a polvo invade mi recámara. Desde que empezó el sismo me parece una eternidad. No pienso nada. Espero acostado. Miro el techo. Poco a poco tengo la seguridad de que éste se va a derrumbar por el peso de la torre vecina, es decir, empujado por los muros del hotel.

7:22 

 

El edificio de al lado ya no golpea tras de mí. La cabecera de mi cama se mece. El hotel y la torre se balancean ahora al unísono.  

7:22.30

Titubeando me levanto y encorvado voy hacia el marco de la puerta, me acuerdo de que es allí  en donde se está un poco resguardado, esta infraestructura puede resistir el peso de un derrumbe. La calma vuelve.  Espero todavía, pensando que puede volver a empezar.

7:23

Se acabó: ya nada se mueve. Ningún ruido del exterior. Me dirijo rápidamente a la ventana. Los sobrevivientes se abrazan en medio de la calle. Paseo de la Reforma hierve de gente y de coches inmóviles. El espectáculo es alucinante. El silencio es extraño. La torre vecina está todavía en pie. A la altura de la terraza de mi hotel se pueden ver las marcas de los golpes. Y descubro a pocos metros tres hoteles reducidos al estado de mil hojas de losas de hormigón y de fierro, bajo los cuales, lo sé, cientos quedaron atrapados…       

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