Javier Acosta, Gonzalo Lizardo, Yamilet Fajardo, voces zacatecanas bajo el abrigo de dios.
Los tres son parte de una generación en la que se escribe con mucha pasión y con mucho contenido. No seamos fascistas: ni ellos facilistas: escriben lo que se les da la gana.
Muy su gusto.
El fascismo prohíbe, el fascismo asecha, el fascismo corrompe.
Ellos están sanos, ellos son celebridad y entusiasmo desmedido y sobre todo: ganan premios que los hacen felices y le dan gala a nuestra ciudad y estado y corroboran lo que data de muchos años en el presentimiento mas puro del zacatecano: escribir sus poemas o cuentos o novelas con el alma, con su sangre patriota o pandillera, no olvidemos nunca que del lado de los grandes poderosos también estuvieron las plumas afinas de los intelectuales aviesos que sin medirse se entregaron a los golpes de estado, a ser cómplices de corruptelas y alabanzas que permitían a los curros zacatecanos enseñorearse con la alta cultura de la élite y la lisonja.
Durante años sobresalieron plumas que de inmediato fueron solidarias con el dolor de la gente y sus escritores como Enrique Fernández Ledesma, Mauricio Magdaleno, Roberto Cabral del Hoyo, Ramón López Velarde pusieron su talento al servicio de lo más inmediato y fueron más que originales, fueron populares y aclamados y esperados por el dolor de la gente que encontraba abrigo en sus palabras y palabras de apoyo para continuar con la lucha por sus bolillos y tortillas en las mesas proletarias y las no tanto.
De cualquier modo y manera, han surgido muy buena literatura zacatecana y son incontables los personajes y de mujeres como la misma Yamileth Fajardo, quien con su poesía llena de una fortaleza lírica y con temas muy novedosos se hizo acreedora a quien sabe cuántos premios, lo mismo que Javier Acosta y sus incontables y bien ganados premiazos que lo han puesto en la escena nacional para que brinde por el mismo y con sus amigos y amigas que le festejan hasta los poemas a su perrito o lo de recoger sus heces y el muy sonriente y complacido.
El que raya en la experimentación más genuina quizá sea el señor Lizardo y sus celebridades en una narrativa experimental llena de buena fe y con mucho contenido, fluido en sus contextos y en sus formas, con rigor y con nada perdido, todo ganado. Y ahí no tiene nada que ver el señor David Ojeda y su mesianismo rampante y cuchitril, acaso haber facilitado confianza para que los imberbes escribieran y creyeran en su talento y talante.
Se festeja pues que estos tres escritores zacatecanos pongan en alto sus bolsillos y su fama peregrina, que sean de nuestra ciudad y muy orgullosos universitarios y muy honrosos y distinguidos miembros de una plebe anónima que quizá los quiera conocer y decirles que mucho ánimo les va a sobrar para ser felices hasta el final de los tiempos. ■