La Gualdra 622 / Cine / Festival de Cannes 2024
Los hiperbóreos es la segunda película de los chilenos Cristóbal León y Joaquín Cociña, presentada en la Quincena de los Cineastas. Como en su anterior La casa lobo, los realizadores utilizan distintas técnicas de animación, sin ningún tipo de tratamiento digital.
Profusión de técnicas y carne y hueso
Como lo contaron los propios cineastas después de la proyección, para su segundo largo decidieron integrar una actriz de carne y hueso, Antonia Giesen, en un proceso de creación muy particular: “Queríamos integrar a actores, después de hacer mucha animación. Como iba a ser una película muy plástica, decidimos tener un actor real. Ella formó parte de todo el proceso creativo, desde el casting. Su trabajo introducía algo que era invisible, pero que le daba una indudable calidad a la película”.
Todo el proceso de animación, con una parte importante de falsos decorados, stop motion y marionetas, florece alrededor de la actriz, que se encuentra siempre en el centro de la imagen, y a la que la cámara sigue sin descanso durante todo el metraje. La película empieza en un taller, repleto del material que luego servirá para hacer las animaciones, que se van desplegando a medida que avanza la historia, en una profusión hipnótica y embriagante.
El resultado, espectacular, pretende mostrarse como una filmación en tiempo real, introduciendo constantemente cambios de ambientación y localización. Los directores explicaron la particularidad de este proceso de creación: “la película fue rodada frente al público, para que la audiencia pudiera visitarla. En una galería de Santiago, era exposición y rodaje al mismo tiempo. Como la manera que tiene el arte de crear y borrar, nos interesa más el proceso que los resultados de la creación”.

Delirante genealogía del mal
El filme elabora una trama hecha de una multitud de capas distintas, conectadas por el personaje de Antonia Giesen, cuya identidad se va desdoblando, como también sucede con los distintos niveles de realidad. La protagonista se encarga de investigar sobre quién estaría en el origen del propio guion de la película, Miguel Serrano.
Cuentan los directores: “Lo que cuenta la película es cierto, Miguel Serrano murió en 2008, era joven durante la Segunda Guerra Mundial, fue embajador en India y también un escritor, poeta y nazi. Pensaba que Hitler era la encarnación de Visnú y Wotan. Era horrible, pero también tenía algo cómico que fuera nazi chileno. Habita este mundo entre mito y realidad, y nos sentimos identificados con esta idea del arte, que mezcla la política y el sueño. Es un escritor muy curioso, con libros muy raros y malos, a menudo pierde el hilo. También usamos una metodología de meternos en un rol, en primera ponernos en la piel de una secta, aquí también, con algo esotérico de dejarnos poseer por su espíritu e incluso llevarlos más lejos”.
A través de la referencia a Miguel Serrano y a su creencia de que en las tierras heladas del sur de Chile vivió una raza de semidioses extraterrestres, los hiperbóreos, los cineastas tejen una continuidad que recorre la historia, desde el pasado primigenio hasta el presente 2.0. Crean así una genealogía del mal entre los que se cuentan los legendarios hiperbóreos, los nazis, Pinochet y el metaverso, en una serie de delirantes realidades que provienen en gran parte de las obsesiones de la cultura pop y de la serie B, pero que conectan también con las realidades políticas de un país en el que el espectro del autoritarismo sigue presente.