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miércoles, 24 abril, 2024
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Tras el rastro del maestro Ponce. La historia de un museo

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Por: RAQUEL OLLAQUINDIA • Araceli Rodarte •

Los tres siguen sentados en la mesa después de haber terminado de comer. Andrés echa un poco hacia atrás su silla y bromea: “estuvo estupenda la comida, como siempre. Cada que vengo de visita me pregunto si la cocina, Manuel, no será tu verdadero fuerte”. Ríen. Se trata de Manuel M. Ponce, Andrés Segovia y Clema Maurel.

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Desde el pasado miércoles 26 de noviembre es posible imaginar esta escena de la vida íntima de Manuel M. Ponce al recorrer la tercera sala del museo dedicado a este músico, uno de los zacatecanos más universales.

Aunque la circunstancia, los movimientos y la conversación de este encuentro puedan cambiar, dependiendo de quién se adentre en los rincones de este espacio, hay detalles invariables en la historia que se conocen gracias a los archivos que ahora Zacatecas posee: la casa de Manuel M. Ponce albergó apasionadas tertulias, él era un gran conversador y la cocina era otra de sus virtudes. Siempre, todo, envuelto en música.

Mozart estaría celoso de ver lo que Zacatecas ha hecho con Ponce, dijo Miguel Ángel Vázquez Gómez, sobrino del alumno predilecto y donador del acervo de Manuel M. Ponce, Carlos Vázquez, durante la inauguración del museo que se encuentra en la Ciudadela del Arte. La alusión no fue fortuita; hace unos meses Miguel Ángel caminó por los pasillos del museo que el músico austriaco tiene en Salzburgo.

Aspecto del interior del Museo Manuel M. Ponce ■ FOTOS: MIGUEL ÁNGEL NÚÑEZ

Generosidad de maestro y alumno

Junto con su familia, Carlos Vázquez abandonó Jalisco, su tierra natal. Era un niño cuando, becado por Lázaro Cárdenas, llegó a la Ciudad de México para continuar sus estudios. Ahí conoció a su maestro.

Sin dinero suficiente para cubrir sus necesidades, la vida no era fácil en la capital del país. Pero la generosidad de Ponce y su esposa aminoraron esta situación. Tanto el soporte material como el regalo del conocimiento sellaron el fuerte lazo entre las familias Ponce y Vázquez.

Manuel y Clema nunca pudieron tener hijos, pero encontraron en Carlos la figura no de un hijo adoptivo, sino de uno espiritual. El maestro enfermó y Rosita, la mamá de Carlos, no dudó en dedicarse por completo a cuidarlo, hasta su muerte en 1948.

El vínculo entre ambas familias se estrechó aún más, convirtiendo a Clema en la abuela protectora de los Vázquez, “nosotros la cuidamos pero a la vez ella nos cuidó a nosotros”, refiere Miguel Ángel.

Cuando la salud de la viuda de Ponce comenzó a empeorar, cumplió el deseo de su esposo de legar todas sus pertenencias a su entrañable Carlos Vázquez. El alumno se volvió maestro, y habiendo aprendido la lección, generosamente compartió su tesoro con el mundo.

Aspecto del interior del Museo Manuel M. Ponce ■ FOTOS: MIGUEL ÁNGEL NÚÑEZ

El museo; una travesía de once años

Todo empezó con una llamada telefónica. Lucía Alonso, síndica del ayuntamiento de Zacatecas entre 2001 y 2004, recibió la noticia de que la familia Vázquez quería donar una parte importante del acervo de Manuel M. Ponce con el que todavía contaba. La condición era dedicarle un lugar al maestro fresnillense, en el que se difundiera su vida y obra.

La ex funcionaria municipal recuerda que así, y ya con el respaldo de su hermano Miguel, quien era el alcalde capitalino, comenzó una travesía que se prolongó por más de 11 años.

El primer paso fue inventariar y transportar todos los bienes ofrecidos. Lucía Alonso encomendó esta tarea a Guadalupe Dávalos Macías, quien viajó en tres o cuatro ocasiones a la Ciudad de México para catalogar y supervisar el traslado de los muebles, documentos y demás pertenencias de Ponce.

En 2002 se hizo la donación y un año después esta parte del legado físico del compositor llegó a Zacatecas, se concretó la entrega de manera formal ante Notario Público y Carlos Vázquez se comprometió a donar uno de sus más preciados objetos cuando falleciera: un piano alemán Schiedmayer de dos siglos de antigüedad que perteneció a su maestro.

Sin embargo, Ítaca aún quedaba muy lejos. Para concretar el museo había que encontrar el espacio idóneo. En un inicio, relata Lucía Alonso, se pensó en la hoy casa municipal de cultura, antes Biblioteca Mauricio Magdaleno; pero conforme avanzaban los trabajos de restauración del inmueble, se descubrió que tardarían mucho más de lo esperado y que sus muros guardaban humedad.

Otro problema se avecinaba con el cambio de administración municipal. El proyecto quedó trunco, lejos de darle continuidad, narra la ex síndico, los nuevos funcionarios públicos se opusieron e incluso arrumbaron las donaciones en una bodega del mercado Arroyo de la Plata.

En ese espacio el riesgo era latente; las filtraciones de agua en las paredes, los roedores y el poco control sobre los objetos en el interior fueron los argumentos esgrimidos por Lucía Alonso para trasladarlos a su vivienda.

“Yo sugerí que estarían bien resguardados en mi casa porque ahí nadie los iba a tocar y podrían ser bien conservados para, en su momento, llevarlos al museo. Eso dio pie a muchos ataques, acusándome de que quería quedarme con ellos”, recuerda la actual presidenta honorífica del Sistema DIF Estatal.

La ilusión de Carlos Vázquez y su esposa Elizabeth Trigos no se perdió a pesar de las trabas políticas, pero la desesperanza de ver pasar los años sin resultados fue calando en ellos. En sus llamadas telefónicas lamentaban la falta de avances e incluso dudaban de poder ver, algún día, las pertenencias de Manuel M. Ponce exhibidas en Zacatecas.

“Siempre que hablaba con la esposa, -narra Lucía Alonso- ella comentaba: ‘¡Uh! A mí se me hace que no nos va a tocar, nos vamos a morir y no vamos a conocer el museo’. Y yo le decía que no dijera eso, que sí lo iban a ver”.

Fue hasta después de más siete años de la donación, cuando Carlos y Elizabeth visitaron la capital del estado para conocer la sala dedicada a Manuel M. Ponce en el Museo Zacatecano, donde ya se podía apreciar parte del acervo entregado.

Pero su anhelo seguía presente. La figura del maestro Ponce merecía un museo propio en el que cupiera su grandeza.

El miércoles 26 de noviembre de 2014 los sentimientos chocaban entre sí. Por un lado, la alegría de terminar el viaje; y, por el otro, el dolor de la ausencia. Ni Carlos Vázquez, quien falleció el año pasado, ni Elizabeth, que estaba enferma, pudieron estar presentes.

“Eso es algo que me duele y lo lamento, pero por otro lado me siento satisfecha porque por lo menos ya su familia ha sido testigo de este logro”, dice Lucía Alonso.

Aspecto del interior del Museo Manuel M. Ponce ■ FOTOS: MIGUEL ÁNGEL NÚÑEZ

Los rostros de Ponce

Manuel M. Ponce era un genio, pero seguía siendo humano. Recorrer las salas y pasillos del museo provoca el asombro y la empatía. Quienes hicieron posible esto fueron Quadrante Plástico, que se encargó de la museografía y de las innovaciones tecnológicas, y Theo Hernández junto con Carla Berges, curadores de la exposición.

Durante décadas la música del fresnillense podía escucharse con frecuencia en el radio; era parte de la vida cotidiana. Hoy el reto es despertar  entre los jóvenes, ajenos en su mayoría a la música de concierto, la inquietud por abrir otras puertas y encontrar autores como Ponce.

La combinación entre elementos escritos, visuales, interactivos y sobre todo musicales se hizo indispensable para llegar a las nuevas generaciones, explica Theo Hernández. No respetar un sentido cronológico de la historia, sino transitar por los vaivenes de la vida del maestro fue una de las metas que se buscaron.

“El museo está planteado para jugar un poco con los estados de ánimo”, dice el curador. Desde la admiración por Ponce hasta su reconocimiento en los detalles más íntimos.

Primera sala. Se muestra al Manuel M. Ponce ilustre, a quien recibió en 1948 el Premio Nacional de Artes y Ciencias de manos del Presidente de la República Miguel Alemán. Con un documental en el que se narran sus logros profesionales “lo que pensamos es enganchar, que la gente que no lo conocía vea que sí vale la pena entrara a este museo”, describe Hernández.

Segunda sala. Ponce no sólo fue un creador, sino que su importancia como maestro de piano y composición también perduró durante años. Los múltiples rostros del zacatecano se presentan al público en este rincón de la Ciudadela del Arte. Fue editor de revistas, intérprete, funcionario público, conferencista. Dirigió la Orquesta Sinfónica Nacional y se dedicó a investigar la música mexicana para revalorizarla.

Tercera sala. Bienvenidos al hogar de Manuel y Clema. El visitante tiene la oportunidad de entrar a una de sus habitaciones. Una mesa con cuatro sillas, preparada para dos personas, una pequeña banca, una vitrina con copas y platos, un tocadiscos, un álbum fotográfico digitalizado y un mantel.

Un mantel que fue lienzo para artistas del siglo pasado que dejaron en él su huella. Las firmas de Andrés Segovia, Igor Stravinsky, Manuel de Falla, Claudio Arrau y Carlos Chávez, entre otros amigos de Ponce que alguna vez visitaron su casa, pueden ser identificadas con tan sólo apoyar la palma de la mano sobre el cristal que protege la tela.

En esta sala además se cuenta una anécdota poco conocida: el encuentro entre Ponce y Leopold Stokowsky. Theo Hernández relata cómo, durante una visita del director británico a México, se le invitó a dirigir la orquesta de la Hora Sinfónica Nacional que se transmitía en vivo por el radio y en la que, en esa ocasión, se interpretaría una obra de Ponce. Pero durante los ensayos algo salió mal; las partituras se retrasaron, Stokowsky se enfureció y pidió la presencia del compositor.

“Llega Ponce y le puso una gritoneada espantosa. Ponce trata de explicar qué fue lo que pasó, que no había sido su culpa; no le da tiempo, Stokowsky sigue gritando y Ponce, que era una persona de paz, prefirió irse”, narra el curador.

La salida del maestro zacatecano provocó una ola de solidaridad tanto por parte de los músicos de la orquesta, que decidieron no tocar, como de la sociedad mexicana, cuando los medios de comunicación hicieron público este desagravio.

El director británico se vio obligado por la presión social, que consideró la escena como una “ofensa nacional”, a enviar una carta al Presidente de la República y a ofrecer personalmente una disculpa a Manuel M. Ponce.

Cuarta sala. El Intermezzo Número Uno de Ponce ya se escucha desde la habitación anterior. Un holograma del artista invita a escuchar esta pieza interpretada, virtualmente, en su piano de media cola Schiedmayer.

Este instrumento fue uno de los objetos más queridos por la familia Vázquez. Miguel Ángel comparte que el piano simboliza la unión de los dos grandes talentos, el de su tío Carlos y el del maestro Ponce.

El lazo que hubo entre ambos músicos hizo imprescindible que en este museo se incluyera, también, otra sala dedicada al gran pianista mexicano Carlos Vázquez.

Quinta sala. En ella está el Ponce más humano de todos, el Ponce íntimo, el Ponce de su esposa, de su familia. Aquí están las cartas amorosas que le dedicó a Clema. En este espacio se puede conocer también el final de la vida del compositor; unos años en los que trabajó como inspector de jardines de niños y padeció desde injusticias laborales hasta problemas económicos graves, cuenta Theo.

“Estamos hablando de que al compositor más grande de México, ya mayor, lo ponen a inspeccionar jardines de niños. Entones, -cuenta el curador- él crea cancioncitas para los alumnos. Esto me emociona mucho, pues nos pinta al Ponce más grande. Él había tratado con los más grandes músicos, con grandes personalidades de la época, y se pone al nivel de los niños. Hay cartitas de los niños en donde hablan del maestro Ponce”.

Sexta sala. Dedicada al mar inmenso que es la música de Ponce.

Aspecto del interior del Museo Manuel M. Ponce ■ FOTOS: MIGUEL ÁNGEL NÚÑEZ

Un mar inmenso

Zacatecas cuenta con un importante museo más y una serie de documentos invaluables en su Archivo Histórico. Sin embargo este acervo representa sólo un vistazo del universo que es Ponce.

Sin duda es muy valioso el rastro que dejan las fotografías, las cartas, las pertenencias íntimas, pues al final las cosas “nos reflejan, son objetos que escogimos nosotros a lo largo de nuestra vida”, dice Jorge Barrón Corvera, violinista y docente investigador de la unidad académica de artes de la UAZ, y experto en Manuel M. Ponce. “Pero sobre todo esto está la creación, el legado que deja el compositor en sus obras”, sentencia.

“Mi modesto trabajo está hecho” en Zacatecas, donde se sella la pertenencia de Manuel M. Ponce “al corazón del mundo”, escribió Carlos Vázquez en sus notas a propósito de este museo. Abierto está, ya, el mar inmenso que es la música de Ponce.

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