En este hábito, ya no tan extraño y tan desarrollado en nuestro país, en el que todo el mundo se mete en lo que no le importa y lo expresa como verdad absoluta, más allá incluso de toda convicción bíblica, del convencimiento epistemológico o de la verdad futurista más inapelable; surgen algunas despistadas voces como la que ahora se expresa en este silente concierto de teclazos, para hacer valer algunas ideas que arrojen luz o sombra a la serie de argumentos que se han venido dando en relación a un asunto que amalgama una serie de factores políticos, económicos, sociales y ambientales.
Para empezar, no se trata de analizar la continuidad del movimiento de transformación de la realidad histórica del país, que inició el expresidente López Obrador y que se pretende continuar con la actual administración que encabeza la doctora Claudia Sheinbaum Pardo. Ya sobran analistas desde hace tiempo y algún día habrá oportunidad de tirar algún rollo sobre la trascendencia de su gobierno; por ahora toca ser testigos del desarrollo de esta gesta histórica en que se suceden en armonía dos sexenios de gobierno con aroma de pueblo.
El segundo piso que hoy motiva este análisis es la incorporación de carriles viales destinados al flujo del parque vehicular de automóviles sobre el boulevard Adolfo López Mateos en la parte que cruza una porción en la zona conurbada de Guadalupe y casi toda la ciudad de Zacatecas en un tramo de cerca de cuatro kilómetros. Parece poca distancia, pero es, casualmente, donde se concentran los negocios más importantes, algunos centros de enseñanza y el acceso a la mayoría de los principales asentamientos de la ciudad patrimonio; sin contar que, siguiendo el antiguo cauce del Arroyo de la Plata, se concentra el principal pulmón de la zona.
Como punto de partida, habrá que decir que el boulevard en sí mismo es una obra maestra de ingeniería civil puesto que, salvo las horas pico, la ciudad puede atravesarse de extremo a extremo en menos de treinta minutos y, si la memoria no falla, no hay un solo semáforo en todo el trayecto. Cuando sea necesario, el trayecto puede recorrerse por las vías alternas que ya existen: el libramiento de tránsito pesado y la vialidad Manuel Felguérez, así como sus ramales como el periférico Diaz Ordaz (al que, dicho sea de paso, ya se han tardado en cambiarle el nombre) y la vialidad a El Orito, en el mismo tiempo en que se recorre el boulevard López Mateos.
Se asume como pretexto, que no necesidad, de que hay horas en que el flujo vehicular se concentra y el tráfico se vuelve muy lento, pero la verdad es que esto ocurre en períodos muy localizados y el problema no lo sería tanto si los usuarios aprendieran a usar las rutas alternas que ya existen; mejorando y ampliando, por parte de obras públicas, algunas arterias que no se usan por estar en mal estado o incompletas y abriendo otras que no requieren gran presupuesto. Todas las anteriores con una inversión mucho menor a lo que se pretende erogar en el susodicho segundo piso que más que un proyecto futurista parecería más bien un ucase.
Por otra parte, existe una reacción popular que manifiesta un desacuerdo absoluto por esta intervención intrusiva a la vialidad de la ciudad, puesto que no es siquiera una necesidad sentida, pero sí va a dar al traste con toda la actividad general de las ciudades conurbadas y su impacto económico negativo tardaría muchos años en recuperarse, añadiendo, que durante el período de tiempo que dure la obra, que no se hará en tiempo récord ni mucho menos, las molestias viales citadinas y el descontento generalizado irán en aumento incrementando la irritación pública, nada abonable al proyecto de paz que pretende la actual administración estatal. El problema será que dicha irritación se dejará sentir entre la población hacia sí misma y la verdad es que ya existen muchos motivos que hacen que la gente odie a su prójimo como para restregar esta llaga social. El problema que parece no haberse contemplado es que dicho descontento puede canalizarse hacia el estado mismo, como se demostró en las pasadas elecciones donde mucha gente emitió su voto de castigo contra la hegemonía del proyecto de gobierno actual, al conquistar varios de los municipios del estado, entre ellos, dicho sea de paso, los más importantes, dejando una sensación de victoria pírrica a la alianza política en el poder. Si ese desastre político llamado izquierda zacatecana no se reconstruye con nuevos cuadros e ideas, no se necesita ser un futurólogo para asegurar, desde ya, que el estado volverá a manos de lo que ahora se da por llamar la oposición. Todo por la imposición de algunos caprichos como el proyecto citado.
Ahora bien, ¿por qué no invertir todo ese presupuesto en engalanar la ciudad, dándole una manita de gato, que buena falta le hace, tanto en su espectacular fachada como en el manejo de su agua y el alcantarillado?, ¿por qué no invertir en mejorar los centros de convivencia ciudadana?, ¿por qué no incrementar como en un mil por ciento los presupuestos para educación y cultura? Y sobre todo ¿por qué no vestir de verde la ciudad y sus alrededores plantando millones de árboles, recuperando buena parte de la flora y la fauna perdidas? Desde el virreinato se ha puesto poca atención a todos estos aspectos y ya es hora de cambiar el rumbo.
Además, sinceramente, es muy posible que esto ayude a lavar la cara de los que siempre han estado al frente de los proyectos políticos y de gobierno y establezca un puente de plata para la mejor comunicación entre gobernantes y gobernados.
Todo por un proyecto que solo acarreará calamidades y no va a resolver nada.