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jueves, 25 abril, 2024

Las paradojas de una reforma imposible

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Por: ALBERTO VÉLEZ RODRÍGUEZ • ROLANDO ALVARADO FLORES •

Cuando Michel Foucault leyó, en francés, “El idioma analítico de John Wilkins” la risa lo sacudió. El ensayo de Jorge Luis Borges desafió las taxonomías europeas del historiador de la locura mediante la descripción de una clasificación china. ¿Qué originó su sonrisa? ¿la ingenuidad de los chinos, la candidez occidental o la certeza recién ganada de lo arbitrario de cualquier ordenamiento? Jorge G. Castañeda, en la introducción de “Los últimos capitalismos” (Era, 1982), comienza con un gesto imitativo. Invoca a otro personaje de Borges: Ireneo Funes. Este podía recordarlo todo, pero esas memorias interminables equivalían a un desorden. ¿Qué medios debía utilizar Funes para clasificar sus recuerdos? Colocar nombres propios a cada uno fue una de sus posibles clasificaciones. ¿Se carcajeó Jorge G. Castañeda de las interminables y “científicas” clasificaciones del pensamiento marxista? Funes es símbolo de aquella izquierda que, para dar cuenta del movimiento objetivo del presente, urdió intrincadas tablas clasificatorias de los modos de producción y sus variantes, de las coyunturas, los países, las enajenaciones, los programas, las luchas, las revoluciones. De las mil maneras en las que el capitalismo está a punto de fenecer por sus contradicciones internas. ¿Cuál fue el destino de Funes? La muerte por pulmonía. Mucho más inquietante que un final trivial lo es la sospecha de la imposibilidad de pensar debido a una atención excesiva en el detalle: “pensar es olvidar diferencias, es generalizar, abstraer”. Ni Foucault ni Castañeda entrevieron la encadenación de las imágenes y metáforas en los cuentos y ensayos del porteño. Cierto, alude a una clasificación china, pero lo hace para sugerir la arbitrariedad de cualquiera de ellas, y pone de ejemplo los caprichos taxonómicos de Funes. De seguir la senda de las metáforas y analogías, e identificar a Funes como símbolo de la izquierda, nos queda la impresión que tanta “cientificidad” en el marxismo, tanto “hegelianismo”, lo mellan y deja de pensar por abocarse al detalle interminable de la coyuntura. Aquí aparece otro relato de Borges. Una vez ordenado el caos del mundo, y vuelto cosmos gracias a una doctrina (“el materialismo dialéctico, el antisemitismo, el nazismo”), aparece el espectro del autoengaño, de la cesión ante Tlön y sus fantasmagorías. La realidad es dura, frustrante, no así las promesas del idealismo disfrazado de movilización social. Si algo nos deja Borges es la risa. Toma una idea que parece buena, la lleva al delirio y muestra cuan torpe era en su origen. Una versión literaria de la reducción al absurdo. Así, tratar de simbolizar la izquierda y sus empeños con un personaje de Borges es reducirla a sus contradicciones insolubles. Por eso la reforma estatutaria del Sindicato de Personal Académico de la Universidad Autónoma de Zacatecas (SPAUAZ) debe simbolizarse con Funes. No por su vasta o pobre memoria, sino por sus empeños paradójicos ante lo que le demandan los tiempos. La reforma laboral de 2019 estableció la necesidad de transformar el sistema de impartición de justicia laboral, de democratizar los sindicatos y de liberar a los agremiados de comités abusivos e ilegítimos. Así, en los estatutos de cada organización sindical debe establecerse la paridad de género en la integración de sus directivas, y dejarse claro que los votos son libres, secretos, intransferibles e individuales. Hay más, todas las adiciones y modificaciones aparecieron en el diario oficial de la federación de fecha 1 de mayo de 2019. ¿Dónde aparecen las paradojas? La primera es muy clara: el artículo 33 de la Ley Federal establece que es nula la renuncia de los trabajadores a sus prestaciones, pero el gobierno federal promueve “comprarlas”. Pero vamos al SPAUAZ y sus reformas. Debido a que en fecha indeterminada se determinó que todos los docentes que entran a trabajar en la UAZ serían, de inmediato, agremiados al SPAUAZ sin tomar en cuenta su voluntad, se instituyó un proceso de afiliación o reafiliación para resarcir ese detalle. Paradójico proceso porque sólo se afilia a quien no está afiliado, y en la medida que se cobran las cuotas cada mes a todos los universitarios estos están ya están afiliados. De la misma manera, el SPAUAZ retiene una cantidad cada mes para ahorro, si la pretensión es reafiliarlos o afiliarlos, se debe devolver el ahorro. Si no se devuelve el proceso de afiliación es ocioso, porque el universitario, al tener depositados ahorros en el SPAUAZ, es ya miembro de este. Por lo tanto, afiliarlos es irrelevante: ya son miembros. Lo mejor viene ahora: si afiliarlos es un absurdo, no afiliarlos y dejarlos fuera es igual de absurdo. Supongamos que alguien no llena el cupón de afiliación. ¿Está fuera? pues no, porque se supone que nunca estuvo dentro. Pero aportó cuotas y, quizá, ocupó cargos en la dirección del sindicato. Entonces no lo pueden dejar fuera porque ya se le reconoció como miembro. Y para separar a un miembro el procedimiento a seguir es otro. En un intento de llevar justicia a los trabajadores se les metió en un embrollo conceptual insoluble. Pero el origen de estas paradojas es claro: la ausencia de apego a la ley que los sindicatos se dieron a sí mismos en su origen. Y esa falta es la misma de Funes: incapacidad de pensar por excesiva atención a la interminable coyuntura.

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