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martes, 23 abril, 2024
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Trump: el guapo, el bueno y el malo

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Por: Sabino Luévano • admin-zenda • Admin •

¿Cómo explicar el éxito de una persona como Trump en la presente elección para presidente de Estados Unidos?

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Los diagnósticos hechos por el Washington Post, el New York Times, Comedy Central y otros medios de izquierda, hablan básicamente de populismo y de racismo. La primera palabreja es muy conocida en el vocabulario latinoamericano y se aplica, sobre todo, a ciertos líderes políticos carismáticos que prometen lo que la gente quiere escuchar; que lloverá maná del cielo y vino blanco del Rin. La segunda palabreja, en cambio, es difícil aplicarla a nuestros populistas debido a que muchos de ellos se auto conciben como de izquierda y dentro de su programa no existen purgas étnicas. De ahí que comparar a López Obrador con Trump sea como comparar a una guacamaya con un ratón. Ambos animales pertenecen a reinos distintos.

Es indudable que Donald es racista y populista (y  posiblemente abusador de menores e indudablemente misógino, evasor fiscal y otras lacras que le han salido al buen hombre), pero hacer una conexión tan inmediata entre su programa y la recepción de un sector sobre todo blanco, cierra de inmediato una vertiente hermenéutica mucho más rica que tiene que ver, a mi juicio, con los mitos folklórico-visuales del Estados Unidos del siglo XX y XXI (que también son bastante racistas).

Donald, que sin duda es la voz de esos blanquitos idólatras de la feomelanina, al mismo tiempo –y sin darse cuenta- ha elaborado un performance político basado no en los llamados “padres fundadores” de Estados Unidos o políticos que establecen esa continuidad. Su ideario, su actuar político, su performatividad no viene de las ilustres universidades estadounidenses y su infinita cantidad de lumbreras económicas, científicas y políticas, sino de California y de una industria llamada Hollywood. Su relación con los medios de comunicación ha sido constante y se considera a sí mismo, más que un político, una estrella. Lo de político se le ocurrió en un arranque de estrellato en el que bajaba por unas escaleras eléctricas y anunciaba su candidatura con las frases que ya conocemos.

Donald ha modelado su personalidad, sin darse cuenta, a partir de los íconos masculinos del cine de Hollywood, mismos que el estadounidense promedio, aun sin conocerlos todos, los tiene arraigados en su cotidianidad cultural. El más poderoso de estos personajes es John Wayne: ese vaquero rubio, bien plantado, frío, galante, de pistola a la cintura que ponía orden en el viejo oeste. Donald lo ha dicho varias veces: seré el presidente de la ley y el orden. Sus palabras, obviamente, las actúa, las enuncia como actos performativos sin contenido real. Para sus fans, el que esto sea posible o no, el que John Wayne pueda disparar 18 balas en un revólver de 6, es irrelevante: lo importante es la adrenalina, la acción, el performance, la “stamina”, como dice el buen hombre.

Sin embargo, John Wayne, según recuerdo, tenía ciertos códigos chapeados a la antigua y sólo mataba cuando había que hacerlo o cuando de plano los bad hombres eran very bad. Donald en este asunto se transmuta con Tom Cruise, Nicolas Caige y Bruce Willis: primero hay que disparar y luego averiguamos, o mejor ni averiguamos, ¿para qué? Ya sabemos que somos los buenos. De ahí una de sus frases célebres: “vamos a bombardearlos a la mierda” (let´s bomb the shit out of them).

A este Donald lo podríamos llamar épico; Jhon Wayne Donald, Willis Donald. Este es mi pueblo, esta es mi bandera, esta es mi testosterona, y ustedes chusma chusma. En este caso Donald es el bueno.

El otro elemento de la personalidad heroica no es sólo luchar contra los malos y vencerlos, sino además conquistar a la dama. Todo héroe de película de Hollywood tiene un aspecto medio don juanesco: no sólo hay que conquistar al enemigo, sino a las chicas. Es más: alguien que no puede conquistar una chica, no podría conquistar un enemigo ni ser presidente de Estados Unidos. De ahí que Ted Cruz, en uno de los debates republicanos le dijera a Donald que sus manos eran algo pequeñas. Por supuesto que Donald respondió que tenía las manos más grandes del oeste. En todo caso, en este aspecto, como en los demás, Donald se sale del prototipo galante del macho épico cabrío hollywoodense y raya en otros prototipos entre Hugh Heffner y Christian Bale interpretando American Psycho. Incluso podríamos irnos mucho más lejos, a Ron Jeremy, el legendario actor porno. El punto es que las acusaciones de abuso sexual y las constantes referencias ofensivas a mujeres, nos hacen ver que Donald desprecia la herencia clásica galante de macho de Hollywood. Lo suyo es el porno hard core -tal vez fist-: I´m gonna grab you by your pussy!!  piggy, fat ass bimbo ¡Oh yea bitch! Sus fans, obviamente, en el país donde nació la pornografía a escala industrial hasta convertirse en un elemento identitario de Estados Unidos –como el mariachi para los mexicanos-, rugen de excitación y orgasmo y reiteran la justificación machista con el inocente “locker room talk.” Si hizo o no de lo que se le acusa –violación-, es irrelevante tanto para Donald como para los donalditas: lo importante es la testosterona, vivir la vida como si fuera una película. Lo importante es ser una estrella y el performance de estrella. En este caso, Donald es el guapo.

Finalmente el buen hombre encarna otro prototipo muy del cine de Hollywood: el género de terror, en especial las películas de psicópatas. Mi trama favorita es la del psicópata que se esconde en el bosque y los amiguitos, que van a pasar una inocente lunada, terminan pozoleados. A veces los psicópatas son definitivamente asquerosos, como en Masacre en Texas (1974). Otras veces tienen carisma y encanto, como Christian Bale en American Psycho (2000). Para los dondalditas su amo se adecuaría al segundo prototipo: idolatran tanto su poder que les parece normal e incluso beneficiosa su personalidad patológica.

Para los demócratas, Donald es parte de los “deplorables” (para citar a Hillary) de La Masacre en Texas: un ser inepto, oscuro, idiota pero con una motosierra. Un ser que ha vivido en el bosque por mucho tiempo y ahora sale a la luz. Lo siniestro freudiano tantas veces escondido que ahora se manifiesta como el matón de la motosierra, con una cara compuestas de otras caras ¿remember? El miedo al psicópata es el miedo al dolor y a la muerte; que arruine la economía y meta a Estados Unidos en guerras muy peligrosas, por no hablar de la posibilidad de progromos y linchamientos étnicos. En este caso, Donald es el malo y el feo.

Ahora bien; Hollywood se ha caracterizado históricamente por parodiar sus propios géneros consagrados con películas como Airplane (1980) o Coming to America (1988), dos de las cúspides humorísticas de Estados Unidos donde las tragedias, el melodrama, los machos alfa y las doncellas rubias devienen un collage histriónico que se cancela mutuamente. A estos personajes los podemos llamar simplemente cómicos o payasos. Ahora Donald llegó a la Casa Blanca y ojalá exista la posibilidad de que todo ese derroche de masculinidad tóxica se convierta en una payasada. En este caso Donald sería Domb and Dumber y el mundo podría respirar, tranquilo, y reír a pierna suelta. ¿Pero qué tal si todo resulta una comedia negra, por no decir, macabra? En este caso, Donald sería, definitivamente, ESO. ■

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