Razones poderosas hacen que el escritor hidrocálido Alejandro Sandoval Ávila sea siempre una figura decisiva en defender el oficio de quien relata lo más íntimo de las guerras y batallas del espíritu mexicano y sus secuelas.
Su trayectoria ha sido admisible y limpia: ganador de premios nacionales de poesía, literatura infantil, novela, teatro, Presidente de los Escritores Mexicanos, estudiante brillante de las Universidades de Cuba y España, Alejandro ha sabido aquilatar y superar con honra la sombra de su señor padre don Víctor Sandoval, poeta nacional que en los setentas fue parteaguas en la promoción cultural sin cortapisas.
Alejandro sigue igual de grandote, agradable y fraternal, decisivo y puntiagudo en el humor, sin dramatismos, sus textos siempre tienen una musicalidad invicta, victorioso, polémico y a veces radical pero sin sojuzgar, siempre conciliador y marcha como esos autores cordiales y necesarios en el panorama mundial de la literatura contemporánea.
Recuerdo la algarabía en las épocas del maestro Donoso cuando nos dijo haber saludado al Comandante Fidel Castro Ruz, de sus premios, victorias y aquelarres, muy a modo y libremente de un gigante de la buena literatura mexicana. ■
