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miércoles, 24 abril, 2024
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■ García Ponce / Monsiváis

Los dos eran unos disidentes

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Por: Mauricio Flores •

La Gualdra 518 / Op. Cit.

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Que los dos —Carlos Monsiváis y Juan García Ponce— eran unos disidentes, lo confirma al menos uno de los acontecimientos que vertebraron sus vidas íntima y profesional, existencias también entretejidas por intereses comunes, aunque no una amistad algo más estrecha.

Qué otro suceso sino el movimiento estudiantil de 1968, trascendente y vital, como para unir a dos de las grandes inteligencias literarias y artísticas del siglo veinte mexicano. 

Por ello, cuando el visitante recorre la exposición “Carlos Monsiváis y Juan García Ponce. Vasos comunicantes en el arte y la literatura”, vuelve también a esas jornadas libertarias de hace ya cincuenta y cuatro años.

(De Monsiváis son las crónicas sesentayocheras más difundidas, más oportunamente publicadas; de García Ponce es la novela cumbre de aquella experiencia, Crónica de la intervención).

Pero también a los frutos de sendas generaciones (literaria y plástica): las de medio siglo y la de la ruptura. Integradas por Salvador Elizondo, José Emilio Pacheco, Rosario Castellanos, Inés Arredondo, Tomás Segovia y Juan Vicente Melo, la primera, y Arnaldo Coen, Alberto Gironella, Fernando García Ponce, Francisco Corzas, Gabriel Ramírez, Lilia Carrillo, Manuel Felguérez, Roger von Gunten y Vicente Rojo, la segunda.

Y hasta cierto talante jocoso de ambos personajes —la sonrisa en el rostro, el vaso de güisqui en la mano— en un paseo que aporta al visitante una profusa información acerca de los mundos intelectuales de los personajes: Monsiváis (1938-2010), el cronista de siempre, y García Ponce (1932-2003), el narrador profundo.

“Los dos eran unos disidentes”, dice el novelista, crítico y académico Hernán Lara Zavala en una entrevista proyectada en el curso de la exposición —instalada y abierta al público hasta el próximo 24 de abril en la sede del Museo del Estanquillo, Isabel la Católica 26, Centro Histórico, CDMX—, “fueron polos complementarios”.

Con intereses artísticos confluyentes, como lo muestran las cuatro secciones de la exposición. Ediciones, publicaciones periodísticas diversas, arte plástico, testimonios y un abanico de registros fotográficos aportados por Rogelio Cuéllar.

En otro pasillo, un nuevo registro testimonial refiere las maneras en que García Ponce ejercía la escritura.

Era 1981 y un estudiante de Letras en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM supo que se demandaba un ayudante para García Ponce. Quien acudió a la cita, y desde entonces el ahora escritor José Antonio Lugo estuvo cerca de la creación garciaponciana. Tanto así que ese primer día el autor le dictó las primeras líneas de Inmaculada o los placeres de la inocencia.

Otra cercana a García Ponce, su asistente por años, María Luisa Herrera, revela cómo cada día laborable era distinto. “Hoy vamos a seguir con la novela…, hoy voy escribir un cuento…, hoy vamos a leer”. Así tres días a la semana.

La exposición, curaduría de Ángel Aurelio González Amozorrutia y cuyo título proviene de la obra de André Breton, recupera igualmente colaboraciones fundamentales de Monsiváis, entre las que destacan “Nueve pintores mexicanos”, y sí, por fortuna para el espectador, también se incluyen obras de los referidos, provenientes de coleccionistas particulares.

Visitas de miércoles a lunes, entrada libre. 

Sin justificación

El acto de escribir no necesita ninguna (justificación válida), pero las explicaciones sobre él y su sentido son, como él, un intento de acercarnos en la forma más cercana posible con el lector que, aunque se imaginario, siempre se tiene presente y es el único que nos saca de la soledad de la acción literaria.

Juan García Ponce

Gustos genuinos

A las tradiciones literarias las construyen simultáneamente las herencias nacionales y las internacionales (¿qué sería en rigor lo nacional en la experiencia literaria además de un acervo de temas y de lectores bien predispuestos?); los autores irrenunciables y los relegados por los vuelcos de la memoria; las leyes del Mercado, y su juego cada vez más artero de inclusiones y omisiones; los lectores asiduos y los intermitentes; los gustos genuinos y las predilecciones volátiles; los temperamentos intransferibles y las tendencias de época.

Carlos Monsiváis

 ***

* @mauflos

https://issuu.com/lajornadazacatecas.com.mx/docs/la-gualdra-518

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