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jueves, 28 marzo, 2024
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El teatro, los teatreros y los teatros

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Por: Jorge Humberto De Haro Duarte •

Cuando se suele hablar de actividades teatrales, los componentes que forman el título de la presente entrega, parece que obedecen a una misma dimensión, a un mismo conjunto, lo cual es cierto y debiera ser cierto siempre. Sin embargo, a la luz de los hechos y analizando someramente las partes enunciadas, se llega a la conclusión de que hoy día estas tres concepciones no se manifiestan ni juntas ni revueltas. Cada elemento ocupa una diferente idea y estas manifestaciones de cada uno de los conceptos parece seguir rumbos que poco tienen que ver una con las otras.

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Esa actividad maravillosa y formativa que se encierra bajo el concepto de la palabra teatro, lleva implícita una serie de disciplinas y concepciones que a la larga conducen como elemento primordial la formación del actor y las estrategias necesarias para que el trabajo individual de actores y actrices sea tan bien estructurada que a fin de cuentas pueda lograrse el objetivo primordial de cada pieza, la armonía de un grupo de histriones que den vida propia a lo que los escritores proponen y sean capaces de trascender la realidad modificándola a través del entrenamiento continuo y consistente hasta el logro de una realidad aparte de la que, primero el director, los actores y técnicos varios logren la conjunción necesaria a través del convencimiento general de que una pieza teatral se transforme en una obra acabada que convenza a la audiencia de que esa alteración de la realidad es completamente cierta logrando la comunión necesaria para que el espacio en que se presenta también sea modificado durante el tiempo en que transcurre la representación escénica.

Los teatreros son aquellos individuos o grupos de individuos que se dedican en cuerpo y alma, literal y metafóricamente, a la disciplina teatral. Y en este espectro hay de todo, de chile, de mole y de manteca. En ausencia de definiciones concretas, la adopción de escuelas formativas y tendencias definidas, los que se dedican a este santo oficio tienden a interpretarlo intelectualmente y a ejecutarlo conductualmente como mejor les pega la regalada gana. En ausencia de objetivos concretos cada individuo o grupo vierte sus conceptos como mejor le place y no hay forma de saber si se está en la posición correcta y se navega en la dirección adecuada en lo que se entiende por teatro. Ante la ausencia de definiciones, se tiende a la anarquía y cada quien maneja su propia verdad como la única y valedera, lo que también se vale dadas las circunstancias. La confusión aumenta cuando se incorpora como teatro otras disciplinas afines que tienen sus propias características como el arte clown, la mímica, la danza, las coreografías físicas, las artes circenses y otras más que tienen sus universos particulares, pero no son teatro. En fin, hay mucho trabajo que definir y que ejecutar para salvar este arte de sus invasores.

La disciplina teatral solo requiere un espacio vacío para manifestarse en toda su intensidad. Cualquier salón, algún recoveco citadino, parque, kiosco, que de asilo a un grupo de actores puede transformarse en un “teatro”. Pero da la casualidad de que hay escenarios construidos ex profeso para que esta actividad se lleve a cabo, y curiosamente se llaman así, teatros. Pero lastimosamente estos espacios se utilizan para todo tipo de actividades que por desgracia poco o nada tienen que ver con la actividad teatral, o para representar coreografías dancísticas, promover certámenes poéticos o de oratoria, presentar piezas de ópera y tantas otras, que a fin de cuenta enriquecerían de principio a la actividad teatral, principalmente, y al oficio de la profesión teatral. Estos escenarios majestuosos por razones ajenas a su objetivo, casi no se utilizan y, sin embargo, abren sus puertas para actividades que nada tienen que ver con el arte. Es lamentable que su uso más socorrido sea el de darles sedes a congresos, convenciones políticas, graduaciones y algunas otras barbaridades que bien podrían desarrollarse en espacios adecuados. Ante esta triste realidad, no es de extrañarse que el teatro sea la actividad más pobre y despreciada de las artes en lo general y de las escénicas en lo particular.

Visto así, la tarea es titánica y pueden pasar los años sin que esta abulia intelectual sea superada. Concluyendo, hay mucho que trabajar para definir la concepción de lo que es el teatro, para que esta definición conduzca a quienes se dedican a esta actividad a buen puerto y, sobre todo, que los edificios destinados para este efecto se transformen nuevamente y de una vez por todas en los santuarios formativos y de objetos culturales para los que fueron diseñados.

Al fin de cuentas, no hay manera de quejarse de que no hay público educado y medianamente conocedor de lo que el teatro significa. La formación de audiencias sería el siguiente objetivo, que, de lograrse, significaría que el camino hacia la cultura se ha abierto.

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